_
_
_
_
UN MUNDO AHÍ FUERA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una historia entre los dedos

Javier Sampedro

Anaximandro, un estudiante de Tales de Mileto y por tanto uno de los primeros filósofos de la Grecia clásica, fue también un pionero del evolucionismo. Creía que los primeros animales eran unos extraños peces cubiertos de espinas que emergían del barro por generación espontánea, y que sus descendientes habían abandonado el mar, colonizado la tierra firme y originado a los demás animales por “transmutación”: una mezcla de pensamiento moderno y empanada mental que ha dejado perplejos a no pocos estudiosos.

Un par de siglos después, el discípulo de Pitágoras Alcmeón de Crotona reconoció la diferencia entre arterias y venas, descubrió el nervio óptico —el cable que lleva la información de los ojos a la parte posterior del cerebro, donde es procesada—, identificó el cerebro como la sede del intelecto y fundó la embriología, o estudio del desarrollo animal y humano.

Anaximandro y Alcmeón pueden considerarse los fundadores de uno de los campos de investigación más punteros de nuestros tiempos, la evodevo, o estudio coordinado de la evolución y el desarrollo (development en inglés). La gran aportación de esta disciplina ha sido el descubrimiento de la profunda unidad de los mecanismos básicos del desarrollo, el proceso por el que un óvulo fecundado se convierte en un animal con todas sus complejidades arquitectónicas. Hasta los años ochenta y noventa del pasado siglo resultaba por completo inconcebible que la lógica profunda de la construcción de un gusano, una mosca, un pez y un ser humano fuera exactamente la misma, en todo su abrumador detalle genético y celular. Y que los cambios más o menos sutiles de esa maquinaria genética estuvieran detrás de la explosión de formas vivas en toda su abigarrada naturaleza que nos rodea por tierra, mar y aire. Nadie había podido predecir eso jamás, ni siquiera intuirlo, aunque es probable que Alcmeón se hubiera sentido satisfecho por el resultado.

El ancestro de todos los vertebrados que nadó por los litorales del cámbrico, hace unos 500 millones de años, solo tenía aletas en la cola (caudales). La organización de su cuerpo, como la del nuestro, tenía su correlato interno en una fila de 13 genes (Hox1, Hox2, Hox3 y así hasta 13), situados en el mismo orden en el cromosoma que las partes del cuerpo que define cada gen: primero los genes que organizan la cabeza, luego los del tórax, luego los del abdomen y al final los de la cola, como Hox13. Nosotros no tenemos cola, pero nuestro coxis está definido también por los últimos genes Hox de la fila.

Pero los primitivos peces, o sus precursores, empezaron a sacar copias de toda la fila Hox y a usar algunos para organizar otros ejes distintos al que nos recorre de cabeza a cola. El más notable de ellos es el que inventó un nuevo tipo de aletas que ya no estaban en la cola, sino en el pecho del pez: el par de aletas pectorales que se puede observar con lujo de variedad en cualquier pescadería. Como las antiguas aletas caudales, las nuevas aletas pectorales se organizan por los últimos genes Hox de la fila.

Y de ahí vienen nuestros brazos, con Hox 10, 11, 12 y 13 marcando la diferencia entre húmero, cúbito y radio y la fila de dedos con las que acabo de terminar este artículo.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_