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Estambul total

'Paz' fue escrita por Tanpinar, un potente representante de la vanguardia urbanita del siglo XX, saludado por el Nobel Orhan Pamuk como su maestro

El puente de Gálata en Estambul.
El puente de Gálata en Estambul. H. C. White (Getty Images)

La ecuación ciudad = modernidad gobernó buena parte de la vanguardia artística a comienzos del siglo pasado: Metrópolis (1927), de Fritz Lang; Manhattan Transfer (1925), de John Dos Passos; Berlin Alexanderplatz (1929), de Alfred Döblin; el Londres de Mrs. Dalloway (1925), de Virginia Woolf, o el París canalla, encerrado en la botella de alcohol, del relato Babilonia revisitada (1931), de Scott Fitzgerald. Y, señoreando la tendencia, la fuerza del Ulises, de James Joyce convertida en el prototipo incontestable de la ciudad convertida en collage, en polifonía, en haz de pulsiones, en encrucijada ideológica en un momento de radicalidades sociales reflejadas en el espejo del arte: barricadas, contorsionismos colectivos, transeúntes vistos como enjambres, masas obreras desarmando un modelo centenario de orden y concierto. Las calles, más públicas y bulliciosas que nunca: cafés, ateliers, prostíbulos con rótulos luminosos y cabarés, y la intimidad interior del domicilio, vuelta del revés y convertida en colectividad exterior de la ciudad. La vanguardia le regaló al arte la necesidad, ya prescindible, del objeto artístico, la especulación y la distorsión de los valores; también una ventana abierta al aire puro de temas y formas sin legitimidad hasta aquel entonces; y una visión coral del mundo que se mantuvo, más o menos firme, hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la novela retomó con fuerza el protagonismo de la ciudad y el ejemplo de Joyce con Dublín, en obras maestras de autores que no consiguieron sino una posición periférica en el sistema a pesar de su calidad, y tal vez debido a la excentricidad de su prosa (o de su nacionalidad). Eran autores de la vanguardia rezagada, o epígonos de la vanguardia misma.

Carlo Emilio Gadda convirtió Roma en un laboratorio lingüístico, a la vez que en una manifestación de sociedad en crisis, y de modernidad en El zafarrancho aquel de Via Merulana (1957; Seix Barral, 2004). Cela lo intentó con La colmena (1951) retratando Madrid a través de un caleidoscopio. Janos Székeky hizo algo muy parecido en Tentación (1949; Lumen, 2007), la historia del joven Béla en una ciudad de Budapest convertida en símbolo de la lucha de la tradición, encarnada en las clases acomodadas adictas al caviar, contra la modernidad del proletariado social, adicto a la supervivencia; y Vasili Aksiónov tres cuartos de lo mismo con Moscú en Una saga moscovita (1994; La Otra Orilla, 2011), la visión de un mundo convulso relatada de la mano de jugosas digresiones acerca de la poética de la novela misma y del sentido de la tradición. Grandes novelas de la segunda mitad del XX, que en realidad son textos díscolos del XIX que refractan la primera mitad del XX, experimental y vanguardista, a través de lentes deformantes, y a las que pertenece por linaje Paz (1949) del turco Ahmet Hamdi Tanpinar, una novela en apariencia tradicional que bebe del agua de la vanguardia en algunos guiños metaficcionales (“uno de los defectos de los novelistas era que terminaban las historias donde deberían empezar”) y en un más que evidente tráfico de narradores omniscientes, integrados en la trama como personajes o flâneurs

La vanguardia le regaló al arte la necesidad del objeto artístico,  la especulación y la distorsión

Por encima de cualquiera de estos vestigios sobrevuela la influencia de dos grandes novelas del modernism: la ciudad de Dublín elevada a los altares de la narrativa por Joyce en Ulises, como Tanpinar entroniza Estambul; y las digresiones acerca de la condición humana —y la enfermedad, del cuerpo y del espíritu— que se asoman con frecuencia a La montaña mágica, de Mann, como lo hacen a las páginas irónicas y siempre introspectivas y urbanas de Paz (“el ser humano es un prisionero del tiempo. En lugar de dejarse llevar por ese amplio río de fluir continuo, trata de contemplarlo desde fuera”). El relato, lírico y a la vez simbólico, de Tanpinar apareció por vez primera por entregas en el diario Cumhuriyet, y ha sido desgajado como una rama del tronco de una suerte de novela-río familiar que lo contiene y que retrata la historia contemporánea de Turquía. Paz es el fragmento más brillante de un fresco socio-político de dimensiones poco comunes, que representa las costumbres otomanas, dos décadas de occidentalización turbulenta, y la llegada de la zozobra debida a la Segunda Guerra Mundial. Entre sus detalles admirables, la ansiedad ante un futuro incierto, la inestabilidad psíquica y otras flaquezas y extenuaciones del mundo contemporáneo.

El premio Nobel Pamuk, autor de Estambul, avala a Tanpinar. Cumple que los lectores en lengua española conozcamos las virtudes de un autor clásico en Turquía y que es capaz en Paz de retratar una urbe a caballo entre la tradición ancestral y una modernidad cosmopolita que se cuela en sus calles, un poco antes que en las mentes de sus habitantes, agitados todos ellos por la posibilidad de que el bueno de Mussolini llegue con sus tropas a París en menos de veinticuatro horas. Si quieres consistencia literaria, lee bien a quienes trataron de evitarla para conseguirla. No hizo otra cosa Tanpinar: leer también a los clásicos de la vanguardia para que su estilo fuera ya, por decirlo de algún modo, de un realismo nouvelle vague.

Paz. Ahmet Hamdi Tanpinar. Traducción de Rafael Carpintero. Sexto Piso. Madrid, 2014. 500 páginas. 24 euros

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