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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Omertà’

En directo por televisión, y ante decenas de informadores y fotógrafos, Mariano Rajoy se jactó de la recuperación económica, en la que él se atribuyó un papel principal

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha comparecido hoy ante los periodistas tras la última reunión del Consejo de Ministros antes del paréntesis de agosto para hacer balance político y económico de los siete primeros meses del año y de las expectativas hasta el final de 2014 y de la legislatura. Rajoy espera llegar a acuerdos con el nuevo líder del PSOE, Pedro Sánchez, respecto al modelo de Estado, la Unión Europea, Defensa y Asuntos Exteriores, porque 'son políticas que no deben cambiar por los meros cambios de gobierno'.(DVD 682)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha comparecido hoy ante los periodistas tras la última reunión del Consejo de Ministros antes del paréntesis de agosto para hacer balance político y económico de los siete primeros meses del año y de las expectativas hasta el final de 2014 y de la legislatura. Rajoy espera llegar a acuerdos con el nuevo líder del PSOE, Pedro Sánchez, respecto al modelo de Estado, la Unión Europea, Defensa y Asuntos Exteriores, porque 'son políticas que no deben cambiar por los meros cambios de gobierno'.(DVD 682)Gorka (EL PAÍS)

La perspicacia del presidente del Gobierno es apabullante. El pasado viernes decidió romper su habitual ensimismamiento para hacer un balance de su gestión nada más y nada menos que durante 90 minutos. En directo por televisión, y ante decenas de informadores y fotógrafos, Mariano Rajoy se jactó de la recuperación económica, en la que él se atribuyó un papel principal.

Como era de esperar, Rajoy fue preguntado por el escándalo protagonizado por Jordi Pujol i Soley, expresidente de la Generalitat, que sólo unos pocos días antes había confesado tener una fortuna oculta en paraísos fiscales. “Es una noticia que ha provocado un fuerte impacto”, reveló el jefe del Ejecutivo, con una clarividencia digna de Perogrullo.

Lejos de contentarse con una respuesta tan banal, los periodistas siguieron insistiendo y lograron otra declaración solemne: “Es un asunto complicado...”. Y más tarde, el presidente se limitó a contestar: “Es una persona que no ha dejado indiferente a nadie, y sólo puedo decir que las instituciones hacen su trabajo y que los políticos tenemos que intentar que estas cosas no se vuelvan a producir nunca más”.

Los cronistas, tozudos y picajosos, sacaron a colación los casos que afectan al PP (el extesorero Luis Bárcenas, el caso Gürtel, Carlos Fabra, el exministro Jaume Matas y otros cuantos más). Y Rajoy, molesto con el asunto, zanjó la cuestión diciendo que toda esa gente ya no está en su partido.

El presidente y los demás líderes deberían proclamar sin ambages su rotunda condena de los corruptos y su firme voluntad de luchar contra esta lacra. Pero es palmaria la incomodidad que provoca en bastantes dirigentes dar explicaciones públicas sobre la corrupción. Pareciera como si hubieran rubricado una especie de ley del silencio, una omertà, que sella sus labios o les hace balbucear. ¿Tal vez por esa solidaridad casi sectaria de que es “uno de los nuestros”, como la película de Scorsese?

La actitud de algunos responsables políticos evoca en cierta forma aquello que se cuenta del secretario de Estado Cordell Hull, quien tras recibir en 1940 una invitación del dictador nicaragüense Anastasio Somoza se la da al presidente Franklin D. Roosevelt, y este pregunta: “¿Y este tipo no es un hijo de puta?”. A lo que Hull responde: “Sin duda. Pero es nuestro hijo de puta”.

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