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Coqueteos con la muerte

Eskil Ronningsbakken vive suspendido a alturas de vértigo: la fotografía lo inmortaliza

Eskil Ronningsbakken pedalea sobre el abismo.
Eskil Ronningsbakken pedalea sobre el abismo.Lundvold, Knut Bry (Eskil)

Siempre es el mismo ritual. Se empieza con los pies en la tierra. Luego, un poquito más arriba. Y un poquito más, y un poquito más, y un poquito más. Hasta que uno se encuentra pedaleando una bicicleta por un cable suspendido en un abismo a mil metros del suelo. Es la vida de Eskil Ronningsbakken (Hamar, 1979), un noruego equilibrista que se fotografía en las alturas y que ve lo suyo no como una oportunidad de Guiness sino como expresión artística.

Todo empezó a los cinco años, con una visita peculiar a un hogar que hacía rutina con lo extraño: “Mi padre era pintor y traía a casa gente de todo tipo. Gente que llamarías rara [ríe]. Nos visitó un yogui hindú y me quedé fascinado con cómo controlaba su cuerpo”. Las contorsiones de Harald Olsen, que es el improbable nombre del yogui, plantaron la semilla en Ronningsbakken de que lo suyo era el arte corporal extremo. Algo que no sentó nada bien a sus dos padres, por el peligro, “aunque en los últimos años lo habían aceptado”. Habían, porque su padre, Oddmund Ronningsbakken, murió el mes pasado. “Pero lo llevo dentro de mí”, afirma.

Tal vez sea ese espíritu de artista la clave de su gran éxito, que solo crece. Apariciones para audiencias millonarias en Discovery o BBC que a sus 35 años ahora cristalizan en su propio programa para una gran cadena que aún no puede desvelar.

Pero el oropel de la atención de los medios no le obsesiona. Lo que le quita el sueño es la foto perfecta: “Que no existe, ¿verdad? Pero siempre se puede mejorar”. Lo ha hecho hace unos días en una montaña con forma de dedo, que sin embargo, se llama Bladet (la pluma), en su Noruega natal. La imagen abruma. Un Ronningsbakken diminuto suspendido sobre un pico con una mano. Y boca abajo, cara a cara con la muerte.

El control del cuerpo por parte de un yogui hindú le dejó fascinado de joven

Ronningsbakken es muy consciente de ella, de la muerte. Por eso no se anda con tonterías cada vez que sube a la montaña. “Si discuto con mi mujer, lo arreglo antes de subir [ríe]. En serio, no puedo tener ningún problema con nadie. Apago el móvil, no contesto a mails… No puedo llevarme nada malo dentro ahí arriba”. Tal vez por eso se ha animado a lo del yoga, que le ha enseñado su esposa, Denisse, a la que conoció tras tres años en Perú “por las alturas y los amores”. Sin embargo, cuando llega el momento, la emoción lógica lo abruma: “Miedo. Mucho, mucho, mucho miedo. Me visualizo de las dos maneras: lo consigo y me caigo. Y si me caigo, me mato. Así que elijo el éxito”.

¿Por qué lo hace? “Por el arte”, repite. ¿Pero en qué consiste ese arte? “Yo creo que las personas que me ven piensan inmediatamente en la muerte. De hecho, es lo que hago. Estar en la frontera entre la vida y la muerte. La vida es equilibrismo”.

En la locura lo ayudan dos fotógrafos: Knut Bry y Sindre Lundvold. El primero, todo un veterano que tras 25 años en la moda estaba aburrido y quiso probar con “algo diferente” y se animó a retratar a artistas de todo tipo. Hasta enamorarse de los juegos al filo de la nada de Ronningsbakken. “Con él me entiendo sin apenas hablar. Los dos sabemos perfectamente lo que queremos hacer”. A Lundlov si le da más indicaciones. Posición y encuadre de esa imagen que ya tiene definida hasta el último detalle en su cabeza.

Sus hazañas se han emitido en cadenas televisivas como la BBC o Discovery

Lo próximo, el edificio más alto del mundo. Cuando lo construyan, claro. 838 metros de cristal, acero y hormigón disparados al cielo de Changsa, capital de la provincia de Hunan, sur de China, cuya inauguración está prevista para 2015. “Pero solo si tengo al 100% claro que va a salir bien. Siempre me lo pienso mucho más cuando es en ciudad. En la montaña estoy yo solo. En la ciudad hay que preocuparse aún más porque puedes afectar a muchas personas”.

¿Y para cuándo dejarlo? “Yo me siento muy bien. Tanto mental como físicamente. Supongo que me quedarán unos cinco años. Pero luego lo transformaré en otra cosa, siempre artística. Y me encanta enseñar a otros, a los niños...”. Costará menos convencerlos, a ellos y a sus padres, si la lección no incluye colgarse de un globo boca abajo o jugar al monociclo ante un vacío inabarcable.

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