Stevie Wonder en Montreux: a la primera va la vencida
El legendario músico americano se presentó en Montreux con un concierto que convenció
Desde la tarde de ayer se respiraba ya en la exclusiva Riviera suiza ese aire especial de las grandes ocasiones. Cientos de personas hacían cola desde tres horas antes de la apertura de puertas, mientras otros, guiados por jóvenes azafatas, circulaban a izquierda y derecha, haciendo que el Auditorio Stravinski pareciera la Sagrada Familia o el Coliseo de Roma en día de vacaciones. Japoneses, rusos y americanos se mezclaban a los ejecutivos llegados de media Europa para una cita que se anunciaba histórica.
Y no es para menos, ya que por primera vez en sus 48 años de historia, el Montreux Jazz Festival conseguía hacer realidad el viejo sueño de Claude Nobs. El padre fundador de la gran cita musical helvética llevaba décadas queriendo traer a Wonder a Suiza, sin conseguirlo. Un deseo que Mathieu Jaton, su heredero a los mandos del festival de Montreux, logró hacer realidad anoche.
Poco después de las 20.30, un avejentado Quincy Jones subía al escenario del imponente Auditorio Stravinski entre las ovaciones del público. El mítico arreglista y compositor dio el tono de la velada pidiendo un minuto de silencio a la memoria de Claude Nobs antes de explicar al respetable que las entradas para este concierto se agotaron en apenas… ocho minutos. Una proeza que solo Prince ha conseguido anteriormente. Doblemente impresionante si pensamos que las entradas más caras costaron la friolera de 380 euros.
Quincy Jones recordó que conoció a Stevie Wonder cuando el cantante tenía 12 años, y le presentó como "uno de los grandes autores de canciones de los siglos XX y del XXI. Alguien que ha llegado lejos porque sabe de dónde viene". Acto seguido, Jones se fue dejando al impaciente público esperando. Wonder no se sentía bien y comenzó el concierto con casi 45 minutos de retraso. Algo inhabitual para los precisos suizos.
Pero al final, el mítico artista entró entre ovaciones, solo y sin ayuda de nadie. Vestido con una larga túnica con motivos africanos y una gafas fluorescentes, Wonder devolvió la cortesía a Quincy Jones, quien siguió todo el concierto sentado en un lateral del escenario. Tras hacer que los miles de personas presentes corearan We love you Quincy pasó a las cosas serias con Jammin’ y puso a bailar al respetable, que cubrió el espacio con el brillo de cientos y cientos de teléfonos móviles, que se hicieron omnipresentes a lo largo del concierto.
Como siempre, cabe destacar que los suizos apabullan con un despliegue tecnológico de quitar el hipo. Una retransmisión por circuito cerrado en pantallas gigantes impecables, un sonido sin par y una organización que sienta cátedra. No es de extrañar que todos los músicos vuelvan año tras año y pidan más, totalmente rendidos a las delicias del Swiss Made.
Una primera constatación: la inimitable voz de Stevie Wonder sigue ahí, inconfundible, al igual que el sonido de su armónica, recibido con delirio. Acompañado de una musculosa y precisa banda, donde brillaron metales y percusiones, el compositor se lanzó a una maratón con algunos altibajos, en los que hitos de la música popular como Don´t you worry about a thing o Sir Duke se alternaron con digresiones en las que Wonder se lanzó a extensos solos de teclado e incluso se atrevió con la percusión.
En el lado positivo de la balanza, mención aparte merece una segunda parte acompañado al piano o sus versiones de clásicos ajenos, que fueron desde Billie Jean a Killer Joe, pasando por los Beatles, con lecturas de Michelle o una interesante versión escorada al funk de Day Tripper. Pero no deja de ser interesante notar que Stevie Wonder no ha dicho nada relevante, creativamente hablando, en casi 30 años. También es notable que el exclusivo público llegado hasta Montreux pareció entrar en éxtasis cuando el músico comenzó a encadenar temas como You are the sunshine of my life, Ebony and Ivory o I just called to say I love you, lo que hace pensar que muchos de los presentes no han seguido los años que hicieron la gloria del artista de Michigan, y conocen más bien su vertiente pop y comercial.
Tras casi dos horas de espectáculo (nada mal para un hombre de 64 años que se sentía mal antes del inicio del concierto), Stevie Wonder puso broche final a la gran noche de la 48º edición del Montreux Jazz Festival con una demoledora versión de Superstition, seguida por miles de pantallas de teléfonos sincronizadas al ritmo de la música, filmando cada segundo. Signo de los tiempos.
Babelia
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