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EL COLUMNISTA OCASIONAL
Columna
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El hombre ocasional

Ramón Muñoz

Heme aquí, otra vez con ustedes. Algún verano les atosigué con mis reflexiones fuera de lugar o mirando a la crisis por encima del hombro desde mi balcón diminuto. Habitualmente me dedico a cosas más serias: enredos de compañías y sus lustrosos ejecutivos, falsedades macroeconómicas oficiales y propaganda corporativa en general. Pero a veces me reclutan para rellenar columnas con mi mansa retórica, supongo que para cubrir la vacante de los retóricos titulares que se toman vacaciones en estas fechas.

Perdonen que les hable de mí. Ya sé que es el pecado original del columnista primerizo. Acumulo algunas columnas ya en la joroba pero sigo enviciado en mí mismo como el día que de párvulo me mandaron una redacción sobre la primavera y comencé escribiendo: "Yo...". Además, no domino ciencia alguna que no sea la egótica. ¿De qué les iba a hablar entonces sino de mí? Pero en este caso hay otra razón adicional por la que les dé la selftabarra: para ponerme como ejemplo de lo que denomino el hombre ocasional.

Como muchos de ustedes soy un ser nominal (vivo de una nómina). Los días felices de un contrato para la eternidad se acabaron. Manda la temporalidad. O eres temporal o lo serás. Para los que aún conservan un contrato añejo, de esos sin fecha de caducidad y sueldo aseado, han ideado unos cadalsos llamados ERE en los que te guillotinan en serie. Y como el fallo es firme y no hay posibilidad de indulto (reservado a los banqueros) hay que plegarse a las circunstancias e intentar extraerles el jugo.

Lo primero que se precisa es reciclar nuestras existencias para adaptarlas a esa temporalidad. Quedan prohibidos los planes a medio y largo plazo: hipotecas, casamientos y no digamos descendencia. Pronto nos daremos cuenta los que habitamos las clases medias de que la procreación está reservada a las clases altas, que pueden permitírselo, y a las más bajas, para vivir de la beneficencia pública.

Es importante también no implicarse mucho en las relaciones. Júntese con sus homólogos o con los afines, pero no los convierta en amigos. Se ahorrará el amargor cuando los pierda en breve. Eso sí, cuando sienta la llamada mundana del placer, cualquiera que sea la forma que adopte, agárrela por el asa. El hombre ocasional debe ser una mezcla de estoico y vividor, según dicten las situaciones. No es capaz de mantenerse en un retiro estilita porque le atrae el chispear lejano de los neones luminosos de Sodoma. Pero tampoco le alcanza el tiempo ni el peculio para lanzarse a ser un Casanova crápula. Siga su ejemplo. No se caliente la cabeza con los designios del porvenir y deje que la ocasión le guíe con sus susurros, como me dicta a mí estas líneas ocasionales.

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Sobre la firma

Ramón Muñoz
Es periodista de la sección de Economía, especializado en Telecomunicaciones y Transporte. Ha desarrollado su carrera en varios medios como Europa Press, El Mundo y ahora EL PAÍS. Es también autor del libro 'España, destino Tercer Mundo'.

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