‘Bongo’, de Cristina de Middel
La imagen forma parte de la serie 'Afronautas', sobre el programa espacial de Zambia de 1964
Cristina de Middel (Alicante, 1975) no puede permitirse comprar su propio libro. Poco podía sospechar la fotógrafa que, dos años después de que autoeditara Afronautas, el título llegaría a alcanzar los 1.400 euros en la reventa en Amazon. Era una de sus primeras incursiones en territorios más allá del fotoperiodismo, campo en el que ha realizado proyectos tan personales como I love Benidorm, una postal sui generis sobre la ciudad levantina. Lo que comenzó siendo “una locura” terminó convirtiéndose en uno de los proyectos más sonados de 2012. El trabajo fue finalista del galardón Deutsche Börse de 2013, que premia los trabajos “que más han contribuido al medio”, y se llevó ese mismo año el Infinity Award, entregado por el Centro Internacional de Fotografía, a la mejor publicación.
Bongo es la imagen elegida por la artista para retratar su obra en la serie La foto de mi vida. Esa era la pieza que ponía fin a Afronautas, su tarjeta de presentación el mundo de la fotografía. El trabajo era una recreación libérrima del programa espacial desarrollado por Zambia en los sesenta, improbable pero real, que aspiraba a enviar a una docena de hombres y diez gatos a la Luna. Aunque la fotografía elegida fue tomada años antes de comenzar a trabajar en la serie, en 2009 en Monument Valley, Estados Unidos, “donde están las montañas que salen en los anuncios de Marlboro”. “Un animal me pasó muy cerca; era un coyote, que volvía al parking para coger la basura que habían ido dejando los turistas. Hice tres fotos y una salió”. Esa imagen, entre el misticismo y el vertedero, ponía punto final al relato del sueño africano por llegar al espacio.
Antes de Afronautas, la serie Poly-spam había servido de “calentamiento” en esta forma de columpiarse entre verdad y mentira. La fotógrafa recreaba las historias, a todas luces falsas, contenidas en las estafas de phishingpor Internet. Los caminos de la artista (alejados desde entonces del fotoperiodismo, al que solo vuelve si le llaman para dar su “visión personal sobre un tema”) han continuado discurriendo entre la realidad y la ficción. De Middel acaba de publicar Party (expuesto en la New Gallery de Madrid hasta el 19 de julio), una intervención sobre el Libro Rojo de Mao desde el punto de vista de la actual sociedad china. En septiembre saldrá a la luz un nuevo trabajo en el que utiliza material sobre una expedición al Polo Norte en 1911 que, ante la imposibilidad de llegar a su destino, fingió hacerlo en una playa de Islandia. Después, en este frenético pluriempleo, llegará una versión de la novela Mi vida en la maleza de los fantasmas, de Amos Tutuola, en Makoko, una barriada de Lagos, Nigeria. “Ahí donde los fotoperiodistas van a tomar imágenes bonitas de los niños pobres”, dice De Middel con sorna. Los periódicos, cuanto más lejos, mejor. “Lo que hago ahora es más divertido, y más cercano a lo que soy. Somos varios los que estamos volviendo a lo mágico, lo sobrenatural. Porque lo natural ya no hay por dónde pillarlo”.
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