Hipnotizados por Philip Glass
El minimalisto del artista llega al Festival de Música y Danza de Granada
La modernidad, entendida en su sentido más vinculado a la evolución histórica, ha invadido la 63ª edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Artistas como Philip Glass o Bobby McFerrin están por méritos más que sobrados en un lugar destacado de la historia de la Música. El primero actuó el jueves en el Palacio de Carlos V en plena Alhambra, el segundo comparecerá hoy domingo en ese espacio paisajísticamente incomparable del Generalife. En Granada se han tomado en serio el tema escurridizo de la edad media del público y, para impulsar un deseado rejuvenecimiento, conviven con los programas tradicionales de corte operístico y sinfónico ciclos dedicados al flamenco o a las músicas alternativas. Al imponente recital el martes de la cantaora local Marina Heredia, mezclando palos flamencos de siempre con incursiones en la música popular latinoamericana, asistíó nada menos que el gran Curro Romero. La ligazón del festival con los valores culturales de la ciudad no se limita a la música. Este año cada programa de mano reproduce una obra del pintor granadino José Guerrero, en homenaje al centenario de su nacimiento, y se han podido escuchar programas tan imaginativos como el del Taller Atlántico Contemporáneo combinando Rothko Chapel de Morton Feldman —Guerrero y Rothko se conocieron en Nueva York—con Cinco guerreros del compositor granadino Sebastián Mariné. En este contexto, las actuaciones de Glass y McFerrin son, pues, todo un signo de coherencia.
Glass tiene 77 años. No los aparenta escuchándole al piano. En Granada fue recibido y despedido como lo que es: un mito viviente. Hipnotizó al auditorio con esa manera original de hacer música que tan bien ha descrito el musicólogo Joseph Dalton: “Glass no es un virtuoso en el sentido tradicional de un Liszt o un Rachmaninov, él forma parte de esa tradición norteamericana de recitales de piano en los que estos son vividos como una experiencia compartida en la que se toca una música sencilla y melodiosa”. Glass de siempre, Glass de hoy. De 1980 es la popular Mad rush, compuesta originalmente para órgano con motivo de una visita del Dalai Lama a Nueva York y coreografiada posteriormente por Lucinda Childs. De una década posterior es Wichita Vortex Sutra, en la que colaboró con el poeta Allen Ginsberg, cuya reflexión antibelicista se recreó en Granada gracias a una cinta grabada, con el acompañamiento en vivo al piano de Glass. Música repetitiva, minimalista, underground, evocadora de “otras voces, otros ámbitos” que remite a obras que abrían ventanas estéticas en su momento como la ópera Einstein on the beach. En Madrid se estrenó El perfecto americano a comienzos del pasado año. Fue una de las travesuras lúcidas de Gerard Mortier. En realidad, Glass es en cierto modo el perfecto americano. Granada le recibió con inmenso afecto y él calificó al público de “fabuloso”. Hay ocasiones en que la música sobrepasa sus fronteras. Glass, en Granada, cautivó, hipnotizando con su melodía envolvente. Puede gustar más o menos su estilo de composición. Lo que está fuera de discusión es su capacidad de comunicación, su fantasía, su faceta innovadora y su poder de sugerencia.
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