“Hacer reportajes es mucho más interesante que inventar historias”
El periodista y escritor Gay Talese narra en 'Los hijos' la mudanza de su familia a Nueva Jersey
Fundador en los 50 de una nueva manera de entender el periodismo, consistente en aplicar al reportaje las técnicas propias de la creación novelística, Gay Talese (Ocean City, Nueva Jersey, 1932) es autor de una decena de títulos que borran efectivamente la distancia entre las dos formas de entender la escritura e imprimen a lo que hace un carácter de permanencia que sólo es aplicable a la verdadera creación literaria. Su manera de abordar los temas es inigualable por lo insólito de la perspectiva. Entre sus obras, figuran la crónica deportiva vista desde la perspectiva del ídolo derrotado (El silencio del héroe), la mafia retratada desde la intimidad (Honrarás a tu padre), o la sexualidad explorada desde el lado más ajeno a la respetabilidad social (La mujer de tu prójimo). Autor de unas memorias fascinantes (Vida de escritor), acaba de aparecer en español Los hijos, crónica de la mudanza de su familia calabresa a Nueva Jersey.
“Por encima de todo, es una historia sobre la inmigración, que sigue siendo el tema más candente en Estados Unidos, donde hay una extraña mezcla de rechazo y aceptación hacia los emigrantes, contradicción que da que pensar. A la gente se le olvida de dónde procede”.
Como con todos los libros de Talese, el proceso de gestación fue sumamente lento: “Es algo que aprendí de mi padre. Tardaba una eternidad en terminar un traje. Cada movimiento del hilo y de la aguja era un episodio distinto. Yo siento lo mismo. La investigación de este libro propiamente, la empecé en 1956, en la Biblioteca del Vaticano, donde estaban todos los documentos acerca del Reino de las Dos Sicilias. Luego me trasladé al pueblo de mis padres, en Calabria, una aldea que responde al nombre de Maida. En Los hijos no cuento la historia de Dante o Da Vinci, sino la de una legión de campesinos pobres, supersticiosos e ignorantes. Esos son mis orígenes”.
‘Los hijos’ cuenta la mudanza de su familia calabresa a Nueva Jersey
—¿Y cómo era el lugar?
—Fue como si me trasladara al siglo XV. La gente se desplazaba en mula, las cabras vivían dentro de la casa, las mujeres llevaban cántaros en la cabeza y se dormía en colchones de paja.
Todo en Los hijos tiene dos caras, dos historias, dos perspectivas, separadas por la experiencia de la inmigración, marcadas por la travesía del Atlántico. El libro presta suma atención, además de a los personajes familiares, a una casta que gobierna las acciones de los hombres y las mujeres desde la sombra: la mafia, asunto al que Talese dedicó un libro memorable.
La inmigración sigue siendo el tema más candente en Estados Unidos”
¿Proyecta su sombra la mafia de modo distinto al cambiar de continente? “No cambia. La gente no se da cuenta pero en realidad Los hijos y Honrarás a tu padre son libros gemelos. Se podría incluso decir que son el mismo libro. El hilo conductor somos los hijos del sastre y del gángster. Tenemos la misma edad y experiencias muy parecidas. Nuestros padres emigraron a América el mismo año, con una diferencia importante: mi padre no tuvo éxito, y Joe Bonnano sí. Ganó mucho dinero, tenía coches caros, incluso sus trajes eran más elegantes. Se conocieron gracias a mí y se hicieron amigos”.
Sobre todo el libro planea el fantasma de la II Guerra Mundial, acontecimiento que marcó la vida de Gay Talese, conformando su sensibilidad de manera irreversible. Como telón de fondo, la sombra siniestra del fascismo, que el futuro periodista no llegaría a comprender cabalmente hasta que conoció a los familiares que habían luchado junto a Mussolini. “Durante mi adolescencia, en Ocean City, y al principio de mi juventud, era algo muy confuso. No entendía bien del todo lo que le ocurría a mi padre. Por el día, en la sastrería, estaba con los aliados, pero por la noche escuchaba con preocupación los boletines de radio y simpatizaba con los fascistas. Cuando oyó la noticia del bombardeo de Montecasino se quedó devastado. Solo conseguí entender bien aquello cuando conocí a mis tíos, en Calabria, y los entrevisté. La historia está al principio del libro. Me había pasado la vida viendo sus fotos, luciendo el uniforme del fascio. Cuando los conocí eran unos viejos campesinos que habían pasado muchos años prisioneros, después de la guerra, en el Norte de África y en Polonia”.
Solo escribí ficción una sola vez en mi vida. En 1966, un cuento”
Por más que se ciña estrictamente a los hechos, cuando se lee a Talese se tiene la sensación de vivir dentro de un mundo totalmente imaginario. ¿Nunca ha intentado escribir ficción? “Una sola vez, en 1966. Escribí un cuento. Yo fui un estudiante pésimo. Me llevaba fatal con mis profesores. Tuve una profesora de literatura que era guapísima, yo creo que estaba enamorado de ella, pero la odiaba porque siempre me suspendía. Así que escribí un cuento en el que me imaginé que era taxista en Nueva York. Un día ella está en una acera y me para. Yo bajo la visera de la gorra para que no me reconozca y la observo por el retrovisor. Tiene que ir al aeropuerto y está muy nerviosa porque va con retraso y me lo dice, y yo le digo que no se preocupe, pero en lugar de llevarla al aeropuerto cojo toda clase de desvíos y al final pierde el avión. En la escena final ella está enfadadísima y yo le abro la puerta y me quito la gorra para que se dé cuenta de quién soy. Se titula La venganza. Lo publiqué en una revista, y gustó. De hecho, mis editores me pidieron que escribiera más cuentos, pero me negué. Escribir reportajes me parece algo mucho más interesante que andar inventándose historias”.
Mi maestro fue [el reportero del ‘New Yorker’] Joseph Mitchell”
Gay Talese evoca con entusiasmo, pero sin nostalgia, el mundo del periodismo cuando llegó a Nueva York en los años cincuenta: “Había siete periódicos, tres tabloides (el New York News, el Daily Mirror y el Daily News) y luego el New York Times, el Herald Tribune, el World Telegram y el Sun. El columnista americano más famoso de los años cincuenta era Walter Winchell. Nadie se acuerda de él, pero entonces era un dios. Pero mi maestro fue Joseph Mitchell. Publicó un reportaje magistral en el New Yorker sobre las ratas de Manhattan. Decía que nunca había entrevistado a nadie más inteligente que ellas. Era un genio [risas]”.
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