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crítica | parís a toda costa
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La apoteosis pija

En su media hora inicial, la de la presentación del conflicto y de sus roles principales, es difícil encontrar una película más arisca y antipática, con unos personajes más asesinables

Javier Ocaña
Una imagen de 'París a toda costa'
Una imagen de 'París a toda costa'

Al ajo desde la primera línea: en su media hora inicial, la de la presentación del conflicto y de sus roles principales, es difícil encontrar una película más arisca y antipática, con unos personajes más asesinables que París a toda costa, primer trabajo como directora de la actriz francesa de origen tunecino Reem Kherici, que también protagoniza y coescribe. Porque, he ahí precisamente el conflicto que presenta el relato: ciudadanía y origen, en una comedia de aspiraciones morales sobre una marroquí que vive y piensa en idioma pijo parisiense y que, tras un poco de conflictiva política francesa en torno a la inmigración y un mucho de desidia de una rematada imbécil, da con sus sus mini-shorts y sus tacones de aguja en la tierra de su pueblo, en lo que para ella es el infierno rural, junto a su familia marroquí y las gallinas, a los que trata con semejante desprecio. Moda, clasismo, racismo, ingratitud, desprecio a los orígenes y egoísmo. Al alimón.

PARÍS A TODA COSTA

Dirección: Reem Kherici.

Intérpretes: Reem Kherici, Cécil Cassel, Tarek Boudali, Stéphane Rousseau, Mohamed Bastaoui.

Género: comedia. Francia, 2013.

Duración: 95 minutos.

Parece evidente, pues no estamos en modo alguno ante un producto subversivo, con mala leche y ganas de provocación, sino ante una comedia de aspiraciones plenamente comerciales que busca el poder de identificación (¿de quién?), que la redención de ciertos personajes, al menos el de su protagonista, llegará tarde o temprano. Y llega, pero de un modo vergonzoso, porque la chica no se lo trabaja ni un mínimo, porque a cada oportunidad vuelve a enfangarse en el vacío egocentrismo y el superficial consumismo. Con sus canciones melosas entre secuencias y su miserable recurso a la casualidad en el guion (Marrakech como centro comercial casi cercano a París), la película, se supone, tiene un final feliz. Y menudo final feliz. Un desenlace menos racista pero igual de clasista. Y uno acaba pensando que esta chica, la de ficción, por supuesto, merece todas las penurias; ya sea en Francia o en Marruecos, masacrada por un diseñador de moda abofeteable o enterrada en un pueblo en el que no pueda lucir su último modelito. Da igual, pero que sea donde más le fastidie.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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