Clooney, rey de Berlín
El cineasta presenta en el festival ‘The monuments men’ y demuestra su talento para torear los encuentros con la prensa.
Buscaba una buena historia y encontró una para hacer una película al estilo Los doce del patíbulo, una de aventuras bélicas con algo de chicha. “De verdad no queríamos el tema bélico, sino tan solo una buena trama”, ha dicho este mediodía George Clooney. Y la tuvo gracias a The monuments men, uno de los libros más fascinantes de los últimos años, obra de Robert M. Edsel, que en sus primeras páginas calienta motores así: “En los meses que siguieron al día D, en Normandía había sobre el terreno menos de una docena de los hombres de Monumentos. Otros 25 se sumaron a ellos gradualmente hasta el cese de las hostilidades; sobre sus hombros, la abrumadora responsabilidad de peinar todo el norte de Europa [a la búsqueda de las obras de arte robadas por los nazis]. Una tarea a todas luces imposible”.
The monuments men es la historia de cómo una brigada de conservadores de arte, directores de museo, arquitectos, escultores y especialistas en patrimonio cultural europeo –al final participaron más de 350 de 13 países en la sección MFAA (siglas en inglés de Monumentos, Bellas Artes y Archivos)- se lanzaron a la carrera por Europa para recuperar y salvar cinco millones de obras de arte robadas y escondidas por el Tercer Reich. Fue una carrera contrarreloj, porque los nazis empezaron a quemar algunas de ellas –especialmente cuadros de arte moderno de artistas como Picasso- en su huida, y porque los soviéticos avanzaban desde el este en pos de la mismas piezas aunque no con la misma intención de devolvérselas a sus dueños originales.
Clooney es hoy el rey de Berlín como director, productor y protagonista de la película del día. Acompañado de los actores Matt Damon, Bill Murray, Jean Dujardin, John Goodman, Bob Balaban, Hugh Bonneville, Dimitri Leonidas, Justus von Dohnányi y de su compañero de aventuras en la producción y escritura de guión, Grant Heslov –exactor que en el filme hace un pequeño cameo, al igual que Nick, el padre de George Clooney, y el compositor Alexandre Desplat-, y tras pasar por delante de los fotógrafos todo el equipo haciendo la conga, el cineasta ha respondido con su humor habitual a las preguntas de la prensa, en un encuentro que ha empezado con retraso tras tener un periodista polaco una amago de infarto. “Grant leyó el libro hace tres años, y pensamos en que queríamos hacer una historia sin cinismos, sin el cinismo que triunfa en la actualidad, y sí sobre al arte”.
Cuando George Clooney aparece una rueda de prensa, las preguntas automáticamente se banalizan, y hasta alguna periodista, en este Berlinale el honor le ha correspondido a una mexicana, le declara su amor. En cualquier caso, el cineasta sabe dominar el ritmo en sus apariciones, y más si como escuderos lleva a Bill Murray y a John Goodman. Por ejemplo, preguntado por los problemas de ser famoso, el actor aseguró que lo peor “son estos colegas”, a lo que Goodman apostilló: “No, lo peor es contar el dinero”. Si les adulan por lo sexys que son como reparto, sobre si sienten hombres monumento ellos mismos, con unas risas Clooney despeja la cuestión. Si alguien hace una pregunta enrevesada sobre la música que en un momento dado se oye en la película, el director pone a todo su reparto a silbar la melodía principal compuesta por Desplat para su largometraje. Si le sacan el tema de los 1.500 cuadros encontrados en Múnich en poder de un anciano, Cornelius Gurlitt, el pasado mes de octubre, y que procedían del saqueo nazi, algo que podía parecer promoción para su película, Clooney ataja asegurando que le parecía “una historia asombrosa”.
Y así una y otra vez. Un periodista belga preguntó por qué no habían rodado en su país [Clooney: “Por lo complicado que es trasladar de un lado a otro una producción así, y filmamos en Alemania”; Heslov: “Porque las exenciones fiscales son mejores en Alemania”]. Otra francesa por la secretaria real en el que se basa el personaje de Cate Blanchett [Damon: “Fue una mujer increíble que se arriesgó tomando nota de todos los movimientos de las obras. Fue muy valiente y trabajó en secreto jugándose el tipo”]. Otro le recordó a Matt Damon unas declaraciones hechas aquí mismo el año pasado sobre que Hollywood en realidad se movía por dinero, y si seguía pensando igual, a lo que Goodman empezó a gesticular furibundamente, gritando “No, ¿cómo?”, y llorando ante el descubrimiento: “¡La industria del cine está manejada por el dinero! ¡No!”. Pues sí, y Clooney comentó que había reclutado a su equipo hablando con cada uno cara, “explicándoles la importancia de filmar esta película… y pidiéndoles que se rebajaran el sueldo”.
De toda la charla solo un par de momentos de seriedad. El primero, cuando apuntó que la gracia de The monuments men es que “cuenta las aventuras de un grupo de gente que hace algo por primera vez en la historia de los conflictos bélicos, es decir, luchar por el arte”. Cierto, porque The monuments men cambia los nombres de sus protagonistas, fusiona algunos de los auténticos héroes, pero mantiene bastante coherencia histórica, aunque no con exhaustividad –de esa acabó harto tras Buenas noches, y buena suerte-. Y respeta a los auténticos héroes, a, por ejemplo, los trabajadores de la mina de mina de sal de Altaussee, donde en mayo de 1945 los monuments men encontraron 7.000 obras de arte de Rubens, Miguel Ángel, Tintoretto, Rembrandt, Vermeer, Leonardo da Vinci y Goya. Los expertos las rescataron, aunque como cuenta la película la mina fue cegada por los habitantes del pueblo para que los nazis no se llevaran el tesoro. Clooney no edulcora.
Y el segundo momento vino con las diversas implicaciones de Clooney en cuestiones políticas y sociales, una motivación que en los últimos meses le ha llevado a realizar numerosos mensajes de apoyo a Yulia Timoshenko, ex primera ministra de Ucrania, actualmente encarcelada. “Sí, tiene todo mi apoyo, y sé que las revueltas [en Kiev] ocurren en tiempos difíciles. Pero es en esos tiempos cuando hay que apoyar las cosas que creas importantes”. Y se fueron con la conga a otra parte.
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