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Serrat celebra su historia de amor con México con una gira por todo el país

El cantante catalán recorre a sus 70 años una decena de Estados de la república donde vivió exiliado por sus críticas al franquismo

Bernardo Marín
Serrat, la pasada semana en el DF.
Serrat, la pasada semana en el DF.MARIO GUZMÁN (EFE)

Era el 2 de noviembre, Día de Muertos, de 1969. En la enorme capital mexicana se había inaugurado el metro hacía poco más de un mes. Y en el Palacio de Bellas Artes actuaba por primera vez un joven cantante a punto de cumplir los 26. Entonces aquel chavo aún no sabía que aquí al pavo le dicen el guajolote; a la rubia, la güera; y a la piscina, la alberca. Pero lo fue aprendiendo poco a poco, a medida que se enamoraba de las canciones de José Alfredo, de Cri-Crí o de Álvaro Carrillo. Y de todo un país “que baila con la muerte, que hace pasteles con la tierra y se los come”.

Estos días, con 70 años cumplidos y 50 sobre los escenarios, Joan Manuel Serrat ha vuelto a triunfar en el mismo escenario y ante el mismo público. En realidad, era su escenario, repleto en las cuatro actuaciones programadas con las entradas vendidas sin apenas publicidad desde semanas antes; y su público, seducido con temas como Mediterráneo, Pare, Penélope, Pueblo Blanco, La Saeta o Un mundo raro, en un guiño a las melodías locales. “Esta también es mi casa. Gracias por compartir esta tarde. Da pena saber que mañana vendrán y no van a encontrar. No me olviden nunca”, se despidió de la capital mexicana en el concierto del pasado domingo antes de iniciar una gira por todo el país.

El flechazo entre Serrat y México tiene la fecha de aquel otoño del 69. Pero la historia de amor entre el cantante y su público se cimentó algo después y sobre un hecho amargo. En septiembre de 1975 el agonizante pero aún implacable franquismo dio uno de sus últimos coletazos con el fusilamiento de tres militantes del FRAP y dos de ETA acusados del asesinato de varios miembros de las fuerzas de seguridad. El cantante, entonces de gira por México, condenó las ejecuciones. Y el gesto no le salió gratis: el régimen dictó una orden de búsqueda y captura y lo condenó a un exilio de más de un año.

Serrat no podía volver a España. Y no era bienvenido en otros países del continente, como Chile. Así que, haciendo de la necesidad virtud, el cantante emprendió una gira de nueve meses por todo México, un viaje delirante en autobús, casi de titiriteros, que arrancó en Tijuana y concluyó en Cancún, con actuaciones en los auditorios más elegantes y en pueblos donde apenas había llegado el asfalto.

A aquel autobús se le bautizó como La Gordita, el sobrenombre de una de sus ocupantes, María Elena Galindo. “Todo el mundo me llama así. Y así se llamó el autobús”, cuenta 44 años después. Galindo conoció a Serrat durante su primer viaje a México y trabó con él una “amistad incondicional”. “Ni me enamoré nunca de él, ni fui su fan”, aclara. Y asegura que es la persona a la que más quiere del mundo aunque curiosamente no conserva ni una sola foto de ambos.

En La Gordita viajaban veinte personas: los músicos, sus esposas y hasta algunos niños. Hubo días felices y otros de nostalgia. En todas partes conocían sus canciones, también los campesinos. Y los recuerdos más vivos de aquella gira demencial corresponden precisamente a las actuaciones, a bajo costo, en las localidades más humildes. “Una vez, en un pueblo donde íbamos a tocar por detrás de un establo de vacas se fue la luz. Y cuando ya todos se levantaban un señor pegó dos tiros al aire para que la gente se sentara y esperara”, evoca Galindo.

Otro seguidor de Serrat desde sus primeras actuaciones en México es el crítico musical Enrique Blanc. Melómano sin remisión, desde muy joven su única cita obligada cada año era escuchar al cantante catalán en el teatro Degollado de Guadalajara. Blanc se quedará siempre con aquellos conciertos íntimos de un Serrat elocuente que platicaba con su público. “Con Mediterráneo nos hizo imaginar un mar en la distancia, pero acercado a nuestra geografía por su fuerza poética”, cuenta. “Tiene una audiencia cautiva en toda América Latina porque fue uno de los primeros poetas de la canción que vino a compartir con nosotros su lenguaje musical de gran altura. Y gracias a él descubrimos la musicalidad de un idioma que desconocíamos, el catalán”.

Serrat es uno de esos artistas, como Joaquín Sabina o en su día Rocío Dúrcal, cuyo éxito al otro lado del Atlántico es tan grande o aún mayor que en España. En Argentina El noi del Poble-sec se convirtió incluso en un icono ideológico en la lucha contra la dictadura. Y México fue destino imperdible en casi todas sus giras por América. En ocasiones vino por compromiso, en el sentido más noble de la palabra, como en 2006, para participar en el gran concierto del Zócalo en solidaridad con las mujeres asesinadas de Ciudad Juárez. Y en 2010 sumó al reconocimiento del público el del Gobierno mexicano, cuando el entonces presidente Felipe Calderón le otorgó la Orden del Águila Azteca, máximo galardón destinado a extranjeros.

Ahora ha regresado para celebrar su medio siglo sobre el escenario con quienes le acogieron cuando ni a su país podía volver. Hasta primeros de marzo recorrerá los Estados de Veracruz, Tabasco, Quintana Roo, Querétaro, San Luis Potosí, Sinaloa, Baja California, Sonora y Chihuahua. Ya no lo hará a bordo de La Gordita: quizás sea un viaje menos romántico, pero será igualmente divertido. Al menos eso pronosticó el cantante en su concierto del domingo en el DF: “Estoy contento de mi oficio. Cumpliré 50 años haciendo lo que sé hacer y pasándolo bien. Qué suerte. Hago lo que quiero y encima, me pagan”.

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Sobre la firma

Bernardo Marín
En EL PAÍS desde 1997, es jefe de boletines en el equipo de Estrategia Digital. Antes fue integrante de la Unidad de Edición, redactor jefe de Tecnología, director de Retina, subdirector de las ediciones impresa y digital, y responsable y fundador de la redacción de México. Es profesor de la Escuela de EL PAÍS y autor de 'La tiranía del clic'.

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