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EL LIBRO DE LA SEMANA

Avanzar entre la extrañeza

La escritora Elvira Navarro prueba la necesidad que tenemos de leer otro tipo de historias Las protagonistas de 'La trabajadora' son dos mujeres de hoy, distintas, pero con cuitas semejantes

Elvira Navarro nos muestra el Madrid atípico, el sur, quizá la versión siglo XXI de aquel otro de 'La busca', de Baroja.
Elvira Navarro nos muestra el Madrid atípico, el sur, quizá la versión siglo XXI de aquel otro de 'La busca', de Baroja.Getty Images

“Mi deseo se cifraba en que alguien me lamiera el coño con la regla en un día de luna llena” que es cuando más sangra, afirma la coprotagonista de esta novela en las primeras líneas. Pronto sabremos que Susana es una mujer de 26 años y metro ochenta de estatura en busca de estabilidad emocional, quien se retrata a sí misma como fea, gorda, “con mi culo de estufa y mis piernas de mesa camilla”, “mis muslos de elefanta” (páginas 25 y 36), áspera de carácter y con una precaria salud mental, pues no solo es esquizofrénica y bipolar, sino que además padece brotes psicóticos. A su insólita demanda en la sección de contactos de un periódico, en pos de alguien —hombre o mujer— que se preste a tan caprichoso rito, responde Fabio, enano y homosexual, que se parece —nos dice— a aquel señor Galindo de Crónicas marcianas. Pero nuestro hombre exhibirá una gran pericia en la cama al conseguir que Susana se desmaye tras un orgasmo, aceptándola tal y como es, aunque también se muestre celoso. Este primer capítulo de la novela podría haberse titulado, a la manera de Javier Marías, “Lo que dijo Susana…”, pues Elisa, la otra protagonista y narradora de la historia, anuncia que se ha limitado a transcribir, a comentar de forma sucinta y poner cierto orden a cuanto aquella le contó, por poco creíble que resulte.

Con un comienzo de semejante calibre el riesgo estribaba en que los lectores pudieran abandonar el libro de Elvira Navarro (Huelva, 1978). Y, sin embargo, harían mal, porque quienes disfrutan con la literatura exigente saben que a veces es preciso tener paciencia y confiar en la pericia del autor, aun a riesgo de llevarse un desengaño. No ocurre tal cosa en esta novela. Como veremos, a esta breve primera parte, de 32 páginas, le sigue otra mucho más extensa que ocupa 146, parcelada en 17 capítulos y una introducción que da título al conjunto, donde la narradora empieza confesando que su “situación económica no era buena” (página 45). Y se cierra el libro con una tercera parte brevísima, de solo cuatro páginas, en la que conversa con su psiquiatra. En el cuerpo central de la novela, Elisa tiene como inquilina en su modesto piso de Aluche, en la periferia de Madrid, a la citada Susana, a quien describe como “alta, rubia, caballuna”, con voz de urraca y cuerpo dantesco (páginas 49, 80 y 100), y que también se gana la vida modestamente. La una corrige pruebas y prepara originales para un grupo editorial que la malpaga, y eso cuando consigue cobrar; la otra trabaja de teleoperadora. Elisa, además, ha publicado una novela y algún artículo; mientras que Susana compone unos singulares mapas collage de la ciudad.

Lo singular de esta novela es, primero, la voz narrativa, pues la rabia que experimenta destila verdad y convicción

De modo que la relación entre ambas, sus peripecias y confesiones, le servirán a Elisa de acicate para su nueva obra, el texto que ahora estamos comentando, compuesto por materiales de distinta procedencia y factura: así, el primer relato de Susana y un artículo aparecido en el diario Público, al que ya nos hemos referido; la perorata de Carmentxu, jefa de Elisa, la cual se nos presenta como una historia intercalada, y la carta y ficha que escribe a petición de su psiquiatra. Asimismo, a la vez que vaya contándonos la historia de Susana, también dejará traslucir la suya propia. En consecuencia, la novela podría describirse como el encuentro de dos mujeres de edad (26 y 44 años, respectivamente) y personalidad distinta, pero con cuitas semejantes, que a su manera se acompañan y acaban encontrando un posible camino en sus vidas.

Y a pesar de que ambas compartan protagonismo, el título en singular solo parece referirse a Elisa, la narradora que ha cumplido con las exigencias del sistema: licenciatura y máster, si bien únicamente posee un trabajo precario y vive como una proletaria, más allá de haberse educado en una familia pequeño burguesa. Sin embargo, habría que contar también con el discreto Germán, quien permanece casi en la sombra, hasta que en las páginas finales adquiere un protagonismo mayor, al margen de que apenas lo oigamos; como tampoco hablan en este relato ni el mexicano Fabio ni Paco, el otro tipo que contesta al anuncio de Susana.

De todas formas, lo singular de esta novela es, primero, la voz narrativa, pues la rabia que experimenta destila verdad y convicción, además de inseguridad y duda, y ello considerando la precisión quirúrgica con que escribe la autora; segundo, el Madrid atípico que nos muestra, el sur, quizá la versión siglo XXI de aquel otro de La busca, de Baroja; y, por último, las precariedades emocionales y laborales de ambas mujeres, situación en la que han desembocado tras recorrer caminos muy dispares. Todo lo cual vale como prueba de la necesidad que tenemos de leer otro tipo de historias, contadas de manera distinta y protagonizadas por personajes diferentes que lleven vidas de hoy, como ocurre en esta inteligente novela.

La trabajadora. Elvira Navarro. Penguin Random House. Barcelona, 2014. 160 páginas. 16,90 euros

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