Pasión kung fu
Wong Kar-Wai recupera lo mejor de sí mismo, que es, al mismo tiempo, lo de siempre y lo nunca visto: un cóctel de intimidad, convulsiones históricas y artes marciales
Hitchcock presumía de su habilidad para rodar las escenas de amor como si fueran asesinatos y viceversa. Su caso supone un ejemplo paradigmático del estilo como instrumento de transubstanciación. Lo del Mago del Suspense, como propone Eugenio Trías en su ensayo hitchcockiano incluido en su póstumo De cine, era una falsa pista: el gran tema secreto de su filmografía fue, siempre, el amor contrariado, en ocasiones triunfante; otras, fatalmente trágico. El identificable estilo de otro formalista barroco, Wong Kar-Wai, también tiene el poder de la transubstanciación: todo lo que toca se convierte en melodrama entendido como laberinto subjetivo entre las mareas de un tiempo líquido.
En The Grandmaster, presunto biopic del icónico maestro del kung fu Ip Man, el cineasta no rueda ningún combate de artes marciales según el ortodoxo sentido del espectáculo que exigiría el género: todos son tratados como experiencias interiores, casi ejercicios espirituales. Y el que acciona el dispositivo fatal de la trama (pasional) —el que enfrenta al protagonista con Gong Er, heredera del maestro del norte— se convierte, directamente, en un coito elusivo y sublime, un momento de esquiva plenitud cuyos fragmentos de extraña intimidad son amplificados por un posterior montaje de la memoria. La escena es el centro y el corazón trágico de una película que vuelve a abordar el gran tema del cineasta: la erosión existencial de un amor imposible. Las vidas de Ip Man y Gong Er aparecen, así, sintetizadas en ese momento de grandeza que sólo existió en sus cabezas y cuyo precio pagaron el resto de sus vidas.
Película llena de hallazgos —la idea de atrapar los movimientos de la Historia colectiva sobre reflejos en suelos encharcados—, The Grandmaster, pese a sus evidentes prioridades, regala al espectador un buen puñado de antológicas escenas de artes marciales —el combate en la estación de tren—, y reflexiona sobre la identidad (individual y nacional) y la necesidad de estrechar vínculos con el pasado. Con todo, su piedra angular es el amor como ensoñación. Y su fuerza está en la capacidad para extraer oro de un estilo que desvela complejidades en lo aparentemente minúsculo: en una de sus imágenes, una mano apoyada en el hombro dentro de una foto de familia sugiere una distancia y un extrañamiento ya insalvables.
Después de llevar su concepción del melodrama a un punto límite entre la fascinación y la extenuación —2046 (2004)— y de rozar el peligro de convertir su identidad estilística en un manierismo vacío de significado —My Blueberry Nights (2007)—, Wong Kar-Wai recupera lo mejor de sí mismo, que es, al mismo tiempo, lo de siempre (una reafirmación de sus obsesiones) y lo nunca visto: un cóctel único de intimidad, convulsiones históricas y artes marciales alrededor de un Ip Man que deja de ser icono para convertirse en alma doliente. La película existe en tres montajes distintos —el americano, auspiciado por Harvey Weinstein, muy discutido— y lo que verá el espectador español es imperfecto y desordenado, pero en su interior está un maestro en plena forma.
THE GRANDMASTER
Dirección: Wong Kar-Wai
Intérpretes: Tony Leung, Zhang Ziyi, Chang Chen, Wang Qingxiang, Shang Tielong, Zhao Benshan, Zhang Jin, Xiao Shenyang, Song Hye Kyo.
Género: drama. Hong Kong-China-Estados Unidos, 2013
Duración: 123 minutos.
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