Arte incontestable, o sea, Chirbes
Mejor en papel que en libro electrónico y siempre literatura con mayúsculas, como la de 'En la orilla'
Aducen los apóstoles del libro electrónico que entre las infinitas ventajas de invento tan milagroso y practico está no tener que cargar en los viajes con el peso de los libros de papel, que alguien para el que la lectura continua fuera cuestión de supervivencia mental podría naufragar en una isla solitaria, pasar allí incluso años y siempre dispondría de lectura ya que en un e-book ligeramente sofisticado pueden almacenarse más de mil libros. Imagino que dentro de un tiempo esa cifra será ridícula, que el invento todavía es un bebé e infinita la evolución de su crecimiento. O sea, que en unos años, es posible que puedan estar contenidos en ese aparato diminuto todos los libros que se han escrito en la historia de la humanidad. No tendrán olor ni tacto, pero eso al parecer le da igual a los lectores contumaces que han sabido adaptarse con naturalidad a los nuevos y maravillosos tiempos.
Como todavía no he sido tocado por la luz de la conversión almaceno libros en mi sufrida maleta (tiene ruedas, tampoco te exige un proteico esfuerzo físico) cada vez que paso semanas fuera de España. Y, por supuesto, no me importa el grosor de estos, a condición de que me apasionen, o al menos, que me entretengan. No me hubiera importado que las 1.120 paginas de Vida y destino en su traducción al castellano fueran muchas más. Pero recuerdo con sensaciones relacionadas con el estupor y el hastío que debido a la curiosidad, el suntuoso espacio que le dedicaban los suplementos literarios de los periodicos, las reseñas no ya condescendientes sino cercanas al entusiasmo, la desmesurada campaña de marketing, intenté zambullirme durante un viaje en un best seller (no tengo nada en contra de los best seller con encanto, me gusta mucho Stephen King y la trilogía de Stieg Larsson), de setecientas páginas titulado La verdad sobre el caso Harry Quebert. Ignoro si fue la tenacidad sin causa, la necesidad de conocer para poder opinar o simplemente el masoquismo lo que influyó en mi demencial propósito de llegar al final de ese voluminoso engendro, pero puedo asegurar que al acabarlo, el libro sufría notables magulladuras y estaba deshojado. Ocurría que más de una vez lo lanzaba al suelo o contra la pared. Enfurecido contra el monstruoso timo que supone vender al tal Joel Dicker como el nuevo maestro del thriller literario. Esa prosa tan cursi como ramplona, esa intriga que pretende ser retorcida pero solo es idiota, esos personajes vacuos, esos diálogos entre convencionales y cochambrosos, esos giros de la trama aún más bobos que tramposos eran la representación modélica de la literatura basura. No me indignaba la incapacidad literaria del autor, sino que la abrumadora plataforma publicitaria de esa insufrible novela hubiera conseguido que la comprara y la leyera. O sea, me sentía fatal conmigo mismo, constatar que podía ser tan vulnerable ante el marketing, sabiendo que cualquiera puede consumir la mayor memez si su promoción te la sabe vender.
No me hubiera importado que las 1.120 páginas de 'Vida y destino' en su traducción al castellano fueran muchas más
Posteriormente, algún amigo con paladar para la literatura me confesó en tono vergonzante que también había picado el anzuelo ante esa novela infame. Y quieres pensar que tu certidumbre está compartida por muchos lectores normales que se han sentido estafados con este publicitado horror. Pero leo un artículo en este periódico sobre los libros más destacados del año en el que informa de que en la votación en Internet de los lectores de EL PAÍS estos han designado La verdad sobre el caso Harry Quebert como el mejor libro del año. Y flipo. Aunque desde niño me hayan repetido hasta la saciedad esas racionales y tolerantes sentencias de que para los gustos se inventaron los colores y que cada uno se divierte como quiere.
Me recupero del susto al ver cuáles son las preferencias de los críticos literarios de Babelia sobre los libros que se han publicado este año. Como me reconozco dogmático, estoy seguro de que en esa clasificación ha ganado lo evidente, lo que dicta el sentido común, lo incontestable, la literatura con mayúsculas. Ha ganado la votación Rafael Chirbes con su novela En la orilla. Y le sigue Emmanuel Carrère con ese libro extraordinario e inclasificable (parece una biografía, pero también un reportaje, una novela, un libro de historia) titulado Limónov.
Para mi pesar, llegué imperdonablemente tarde a la escritura de Chirbes, pero sospecho que es de esos autores que vas a seguir a perpetuidad, o a releer en el temible caso de que decidiera no escribir más. Leí la impresionante Crematorio en estado de shock, aterrado por el análisis que hace de la capacidad del ser humano para corromperse, por la fuerza y la complejidad de esos monólogos interiores en los que los personajes utilizan el bisturí consigo mismo y con los demás, por una prosa dura, torrencial, conmovedora y soterradamente lírica, por frases que te remueven como un puñetazo en el hígado y se quedan grabadas en la memoria, por el sarcasmo utilizado como una de las bellas artes. Chirbes retorna a Misent en En la orilla, a ese territorio imaginario que nos resulta terroríficamente familiar, para consumar su viaje al fin de la noche. En ese mural de la podredumbre ya no se salva ni dios. Ganadores y perdedores están inmersos en la misma miseria moral. Los recuerdos tampoco ayudan. Todo estaba podrido en el aparente esplendor de otras épocas, antes de que llegara la peste. Hay algún momento exaltante (la descripción de las esencias de la artesanía) y personajes (la asistenta sudamericana) en los que le suplicas a su creador que tenga piedad con ellos, que aparezca un rayo de luz en medio de tanta asfixia, pero supondría hacer trampas. La ciénaga se ha apoderado de todos, de verdugos y víctimas. Te sientes noqueado al acabar este retrato tan negro, tan profundo, tan desolador, tan cruel, tan hermoso.
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