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corrientes y desahogos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un pie de nueva horma

Culturalmente, Australia crece a su aire. Cada vez más lejos de Gran Bretaña y más cerca del dólar

Sydney Opera House.
Sydney Opera House.Mike James (Getty Images)

Los australianos son gente cordial, dispuesta a echar una mano al peregrino y escuchar por tercera vez la frase que seguimos pronunciando mal. Ni se precian de ser originalmente británicos ni hacen alarde de poseer no una simple nación sino un continente entero. Se diría que el impacto de su naturaleza —con un 70% de las tierras infértiles entre desiertos y playas— les ha vacunado de vanidad.

De modo que no se vive mal entre australianos y a todos los españoles, italianos, japoneses, taiwaneses, tailandeses, coreanos o griegos que he conocido, no les importaría seguir viviendo aquí. Claro es que mejor estarían en casa o cocinando un buen guiso pero me dicen que con solo doscientos años de historia no han tenido aún tiempo de crear un plato porque ni la incorporación del canguro a la lasaña ni la del cocodrilo a las ensaladas puede considerarse algo sustantivo.

Lo sustancial sería lo que está por venir. Ahora no se cita a Australia entre los países emergentes pese a su alto nivel de vida y su prosperidad incesante, pero no cabe duda de que la inmigración cualificada y un mayor desarrollo tecnológico les hará poderosos. ¿Británicos? ¿Norteamericanos? ¿Asiáticos, como es el grupo en que se han clasificado para el Mundial? Fueron británicos en el siglo XVIII y hasta un par de generaciones atrás pero ahora, si la reina de Inglaterra sigue en alguno de sus billetes, ya no está impresa en la memoria nacional. Son como asiáticos —basta pasear por sus calles— porque cada vez hay más inmigrantes del Pacífico oriental pero, ante todo y sobre todo, despiden un tufo americano sea en las hamburguesas, en la música pop, en los cines o en redes sociales como la popular Bebo, pequeña y en expansión.

Efectivamente son anglosajones, ingleses o norteamericanos en su apego por la naturaleza y por el lujo de las verdes praderas. En Sidney, sin ir más lejos, donde hay parques inabarcables cada dos por tres, algunos de ellos exhiben carteles municipales que invitan a patear la hierba y abrazar los árboles. Son públicos, es decir “suyos”.

En cuanto al célebre binomio máquina/jardín, emblema del carácter norteamericano, los australianos se acercan notablemente al quehacer técnico a través de sus edificios más nuevos.

Australia posee una rica arquitectura victoriana que ha conservado con esmero pero, a su lado, se alzan edificios acrobáticos que evocan las construcciones más atrevidas del posmodernismo que patrocinó en Estados Unidos Robert Venturi.

Acaso algunos rascacielos parezcan incluso remedos o desechos de proyectos norteamericanos para Phoenix, digamos, pero también hay una arquitectura autóctona —no necesariamente sostenible como la de su único premio Pritzker, Glenn Murcutt, en 2002— que denota la libertad de un país en el otro confín del mundo donde parece —como demuestra su Opera House— que no deba dar cuentas a nadie.

Culturalmente, estéticamente, plásticamente, parcialmente Australia crece a su aire. Cada vez más lejos de Gran Bretaña pese a la Commonwealth y más cerca del dólar a través de su significativa divisa, el dólar australiano.

Esta semana, sin embargo, los británicos les han ganado el corazón. Nada menos que el Oxford English Dictionary acaba de aceptarles la palabra selfie, pura creación australiana. Su origen procede de un joven al que, en una trifulca entre alumnos universitarios en 2002, le partieron la boca y con tres grapas en los labios tumefactos, hecho un Cristo, se hizo una foto en su webcamera y la colgó en la Red. Esta acción y su resultado es selfie. Self significa uno mismo y selfish narcisismo multiplicado por miles de reflejos en el amplio río de las redes sociales.

Pero hay más palabras. El presente australiano, que tiene mucho que decir, le ha colado ya al Oxford Dictionary otros términos acabados sobre todo en ie. ¿Una contracolonización? No tanto. Pero el ie no es ya un relato sino un pie de nueva horma en el mundial y rampante posmodernismo australiano.

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