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‘En busca del tiempo perdido’, la traducción de nuestras vidas

Tres traductores de Marcel Proust relatan su experiencia al llevar ‘En busca del tiempo perdido’ al castellano

Una página del manuscrito de 'En busca del tiempo perdido'.
Una página del manuscrito de 'En busca del tiempo perdido'.

La historia de la traducción al castellano de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust la inició un muy joven Pedro Salinas cuando tradujo los dos primeros y parte del tercer tomo, y aún vivía el autor de esa novela de más de 3.000 páginas que habita entre los mitos de la literatura universal. Pero el poeta del 27 ahí dejó la cosa y la tarea continuó a lo largo de un periodo de cincuenta años con todas sus vicisitudes de la mano de José María Quiroga Pla y que remató Consuelo Berges, hasta llegar a la que fue la edición canónica que Alianza Editorial lanzó sucesivamente. “Al quedar libres los derechos de Proust, nuevas ediciones francesas demostraban que había corrido mucha agua bajo los puentes de la investigación […] Había que leer A la busca del tiempo perdido con los nuevos ojos que preparaban esos trabajos”, cuenta Mauro Armiño, responsable de una monumental edición de la obra que fue publicada por Valdemar en 2000. De manera simultánea, aparecía bajo los auspicios de Lumen la traducción de Carlos Manzano.

A la búsqueda de las palabras exactas

F.G.L.

La traducción supone un proceso de investigación que no cesa, y que ahora viene facilitado, asegura María Teresa Gallego, por la existencia de Internet y la posibilidad de muchas consultas por ejemplo a los archivos de la Biblioteca Nacional Francesa. Gallego pone un ejemplo de ese devanarse los sesos que llevan ciertas expresiones: Avoir l'esprit de l'escalier, literalmente tener la mentalidad de la escalera que vemos en el siguiente párrafo de La prisionera en el que Marcel Proust se refiere a los celos:

Pourtant, on n'a pas revu la personne, mais il y a une jalousie après coup, qui ne naît qu'après l'avoir quittée, une jalousie de l'escalier.

"Jalousie de l'escalier es un juego con la expresión francesa: l'esprit de l'escalier, que se refiere a los casos en que se te ocurre algo cuando ya no viene a cuento (como cuando estás en una reunión y te acuerdas de lo que deberías haber dicho cuando ya estás en las escaleras)", explica Gallego.

Y esta fue la decisión que tomaron las traductoras:

Sin embargo no hemos vuelto a ver a esa persona, pero existen unos celos a posteriori, que no nacen sino hasta que ya la hemos dejado, unos celos que llegan siempre tarde y mal.

“Después de barajar varias opciones, nos quedamos con esa porque era también una frase hecha modificada, a partir de la expresión: hacer algo pronto y mal, con lo cual reproducía el procedimiento del escritor”.

“El mayor reto es melaza de la construcción gramatical en que Proust sumerge el texto; el enredo del fraseo, que, pese a la apariencia, no es ningún juego: tiene sentido en sí mismo”, explica Mauro Armiño por correo electrónico. “Un texto con un estilo tan peculiar y definido como el de Proust es un ejercicio que pone retos a la estructura del español y de la ficción española, más dada al realismo y a la superficie externa”. El traductor sin embargo, una vez terminada esta descomunal tarea, “el trabajo menudo de cada frase, de cada palabra, de cada enredo lingüístico de Proust”, llegó a la conclusión de “la claridad absoluta de un texto que sólo parece complicado porque está traspasando a lenguaje el complejo juego de las operaciones que realiza el pensamiento”.

“Proust tiene una prosa peculiar, tan difícil de seguir también en el idioma original, sinuosa… Esto no hay que intentar suavizarlo en la traducción, y Amaya García y yo hemos puesto mucho empeño en conservar esa dificultad”. María Teresa Gallego ha traducido junto con Amaya García una serie de fragmentos de En busca del tiempo perdido en la antología editada por Jaime Fernández El almuerzo en la hierba para Hermida Editores (2013) de pensamientos extraídos de la novela y que remiten a los temas del universo proustiano, cuando ya no tenía la esperanza de “hincarle el diente” por las diversas traducciones en poco tiempo. “Se trata del sueño de todo traductor del francés”, explica. Le obsesionaba en su caso la traducción al castellano del título de los volúmenes primero y tercero de la obra: Du côté de chez Swann y Le côté de Guermantes. A Gallego no le satisfacía que el lector español se preguntase de entrada: “¿Qué es Swann?”, en lugar del interrogante que acompaña a un lector francés: “¿Quién?”. La decisión había sido en otras traducciones “Por el camino de” (Salinas) o “Por la parte de” que eligió Armiño "y si provocó alguna polémica fue porque no parecía oportuno —por más de un motivo— tocar lo que un poeta como Pedro Salinas había dejado”, relata el traductor. Du côté de se repite 88 veces en la novela y funciona como leitmotiv musical. “El reto”, aseguran Gallego y García, “consiste en dar con un giro que pueda utilizarse en castellano en todos y cada uno de esos casos y no sólo para conservar el paralelismo de los títulos”. La solución fue “Por donde”. “¡Así me quedé a gusto!”, manifiesta Gallego, apasionada por tener en sus manos las palabras de las glorias de la literatura. Así finalmente las traductoras eligieron Por donde vive Swann para el primer tomo y Por donde los Guermantes para el tercero.

Mauro Armiño acompaña su traducción para Valdemar de más de quinientas páginas de introducción, diccionarios, fotos, notas y documentación complementaria. “La lectura de Proust mantiene unas exigencias agravadas por el paso de un siglo: al lector francés, incluso, le resulta imposible identificar muchas de las referencias históricas, literarias, artísticas o incluso personales inscritas en el texto. Con los tres Diccionarios que preparé, tanto de personas reales relacionadas con Proust y con la novela, como de los personajes, resumiendo su peripecia a lo largo de una acción tan larga y con tantos brazos, traté de ofrecer al lector la posibilidad de una lectura total, no solo de la narración, sino del contexto en que fue creada”, explica el traductor.

Mientras Gallego considera que no es indispensable (aunque tampoco haya nada que lo prohíba) que existan traducciones cada generación “en el caso de que las que haya sean ya excelentes”, Mauro Armiño a su vez considera: “Según una ley no escrita, las lenguas sufren cada cincuenta años aproximadamente cambios notorios, que no impiden su uso y su comprensión, pero que lo dificultan; tienen un leve tufo rancio; una nueva traducción se encarga de alcanforar el texto, de eliminar las polillas y el moho que ponen el tiempo, la evolución de las costumbres…”.

Carlos Manzano frente al lenguaje culto de Proust

FLOR GRAGERA DE LEÓN

Por sus traducciones nos han llegado desde el inglés, el francés y el italiano al castellano las palabras de Henry James, de Henry Miller, de Italo Svevo, de Malcolm Lowry, de Giorgio Bassani, de Louis Ferdinand Céline de Evelyn Waugh o de Marguerite Yourcenar. El viaje de Carlos Manzano con En busca del tiempo perdido de Marcel Proust se inició cuando la obra del novelista pasó a dominio público. Pero no fue hasta años más tarde que pudo acometer esta tarea. Esta es la historia de esa relación de amor con una de las novelas cumbre de la literatura universal.

PREGUNTA. ¿Por qué quería traducir esta obra y cuál pensó que sería el mayor reto? ¿Cuáles fueron, en la práctica, las mayores dificultades y por qué? ¿Qué sintió con esta traducción?

RESPUESTA. Porque es el caso más extremo -exagerado hasta la extravagancia (cosa perfectamente comprensible desde el punto de vista astrológico, porque en su carta astral el autor tenía un aspecto, el trígono Júpiter-Urano, que da precisamente la máxima tendencia a la exageración)- de voluntad de estilo “clásico-barroco”, como lo calificó Dámaso Alonso al referirse a la obra de Góngora, y en su caso con una hipertrofia casi enfermiza de la hipotaxis que en manos menos geniales habría producido un adefesio, y ése es el estilo que más me ha gustado en mi vida, aquel en el que el aspecto formal de una obra literaria adquiere la categoría de obra de arte del lenguaje. Yo ya había tenido la afortunada oportunidad de traducir la narrativa completa del más perfecto representante contemporáneo de dicho estilo, Giorgio Bassani, y de perfeccionarla con sus sucesivas reediciones en colecciones o editoriales diferentes a lo largo de dos decenios, además de obras de otros excelentes representantes de él: André Breton, E. M. Cioran, Henry James, Malcolm Lowry y Evelyn Waugh.

Así, pues, en aquel momento me sentía con la experiencia necesaria para emprender esa tarea y estaba convencido de poder crear un texto en español que fuera la correspondencia estilística –es decir, fundamentalmente sintáctica- idónea del original, tal como la habría creado su autor, si hubiera sido hablante nativo del español. Quiero decir que, para la transposición sintáctica de sus famosos períodos largos y –aparentemente, sólo aparentemente- complejos, se debía recurrir -más que en ningún otro caso- al orden de palabras clásico-barroco español, que es diferente del francés, pero sin simplificar sus oraciones, sino dándoles la claridad necesaria gracias a una puntuación rigurosa y coherente, de la que, lamentablemente, carecía el texto original, deficiencia en gran parte ajena al autor. (Comprendí que lo había logrado, cuando mi madre, que sólo había estudiado las cuatro reglas, pero pasó sus últimos veinte años leyendo las obras literarias que yo le proponía, dijo: “Este autor escribe muy clarito”.)

Por esa razón, esa traducción me resultó –como había previsto- particularmente fácil, una de las más fáciles que he hecho en mi vida; de lo contrario, como en el caso de muchas decenas de obras cuya traducción me han propuesto las editoriales, pero no me consideraba capacitado para hacer bien, sin olvidar, por lo demás, sus dimensiones, en modo alguno la habría emprendido.

P. ¿Cuándo leyó por primera vez la obra? ¿A que descubrimientos o nuevas interpretaciones le llevó la traducción?

R. Leí el primer volumen en español, cuando se publicó en el Libro de Bolsillo de Alianza Editorial, hacia 1966, y yo era un estudiante universitario de Letras que no podía imaginar que treinta y tantos años después la traduciría, y a continuación leí la obra completa en francés.

Sentí el deseo de traducirla en 1988, cuando traduje para la editorial Lumen Figuras III de Gérard Genette, estudio en el que su autor aplica su metodología crítica a En busca del tiempo perdido y en el que figuraban numerosos ejemplos de los largos y barrocos períodos de Proust. Es más: cuando, en 1993, Enrique Murillo, entonces director de Plaza y Janés, me propuso hacer una nueva traducción de la obra de Proust, porque había consultado a Félix de Azúa cuáles eran, a su juicio, las obras clásicas contemporáneas que necesitaban una nueva traducción y éste le había respondido que la primera de todas era la de Proust, proyecto que al final no llegó a materializarse, consideró esos fragmentos una prueba válida de mi capacidad para esa tarea.

Precisamente en aquel mismo 1988 me enteré de que la obra de Proust había pasado a dominio público y propuse a Esther Tusquets, directora de la editorial Lumen, ese proyecto, pero, aunque le gustó mucho, no se atrevió a emprenderlo, porque se trataba de una inversión demasiado cuantiosa. Curiosamente, ocho años después, cuando ya Lumen había sido adquirida por Plaza y Janés precisamente y volví a proponérselo, como la inversión ya no era un problema, decidió hacerlo.

P. ¿Por qué pensaba que era necesaria una nueva traducción de los siete volúmenes? ¿Cuándo son necesarias las traducciones? ¿Depende esto de un factor generacional?

R. No es que lo pensara tan sólo en ese caso, sino en general: el de la traducción literaria es el único sector de la cultura en el que, al ser los derechos exclusivos, no hay posibilidad de contrarrestar las deficiencias –y las consiguientes consecuencias lingüísticas y culturales negativas- de una única traducción autorizada.

Así, pues, en los casos de obras cuyos derechos de edición son de dominio público, como en el de Proust, se pueden –e incluso se deben– publicar todas las traducciones que admita el mercado y la crítica y el público se inclinarán por aquella que aprecien más.

En cuanto al "factor generacional", como la lengua de Proust es un exponente perfecto del intemporal francés culto y literario de los tres últimos siglos -y que, por cierto, fue dinamitado por otro autor traducido por mí, Louis-Ferdinand Céline, con su Viaje al fin de la noche y toda su obra posterior-, si, como yo me propuse, se hace su traducción recurriendo conscientemente a la lengua culta viva, pero intemporal, nunca tendrá un carácter generacional. (Por cierto, que también en la España de nuestros días, es decir, la de los tres últimos decenios, se ha producido la desaparición -o, mejor dicho, en nuestro caso (¡todavía hay clases entre culturas nacionales!) torpe asesinato- del español culto e intemporal en el ámbito público –es decir, político y periodístico principalmente- con la aparición –despótico-anilustrada- de lo que podríamos llamar el español "oficial" público creado por el complejo político-periodístico-"educativo"-"cultural" hegemónico en la España democrática y adoptado servilmente por sus contrarios, jerga burocrática –por proceder de quien procede: una concepción dogmáticamente estatalista y, por tanto, favorecedora, cuando no incitadora, de la "rebelión de las masas", en el sentido más negativo de esta expresión- plagada de calcos léxicos y sintácticos del francés y del inglés, de vergonzosas incorrecciones elementales y de un estilo torpe, pero presuntuoso, alejado de la naturalidad lingüística de los ciudadanos de a pie, que lo ha deformado para que no lo reconozca, en efecto, ni "la madre que lo parió". Lógicamente, en mi traducción de la obra de Proust no figura ni el menor rasgo de ese adefesio "oficial", objetivo absolutamente logrado de la "lucha de clases lingüística" a la que la izquierda española empezó a someter, tras su llegada al poder, a la lingüísticamente "alegre y confiada" sociedad española.)

P. La aparición prácticamente simultánea de la traducción de Mauro Armiño para Valdemar y de la suya para Plaza y Janés, ¿qué supuso para usted en términos de comparaciones y de polémica sobre todo porque la traducción que inició Pedro Salinas había perdurado por mucho tiempo?

R. Fue simplemente una ejemplificación de lo que acabo de decir en la respuesta a la pregunta anterior.

Por cierto, que la primera publicación de esa traducción correspondió a la editorial Random House, por lo que aprovecho para decir que, con motivo de la reciente edición en RBA  releí dos veces las pruebas de imprenta (es decir, 7.400 páginas en total) para hacerle los retoques que la mejoraran en los casos en que no había sido del todo coherente en la aplicación de mi método de transposición de la sintaxis. Así, pues, se debe tener en cuenta que los elogios y premios obtenidos por la edición anterior fueron, en realidad, algo así como un “recuerdo del futuro”.

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