Cinéfilo Tarantino
En la última edición del festival mexicano de Morelia, el cineasta ha ofrecido al público algunas películas de su colección particular
En la última edición del festival mexicano de Morelia, clausurado el pasado sábado, ha intervenido una vez más Quentin Tarantino, pero en esta ocasión no para presentar una película suya sino para ofrecer al público que abarrotaba las salas algunas películas de su colección particular. Resulta que Tarantino se aficionó al cine mexicano en los tiempos en que trabajaba en un videoclub, y no solo al mexicano sino a todas las películas que mostraran destellos de talento y fueran fuente de inspiración para sus propios trabajos, por ejemplo la italiana Django, a la que se ha remitido en su última obra.
Infierno en el rio (1968), de Silvio Narizzano, Shark! Un arma de dos filos (1969), de Sam Fuller, y la película mexicana de vampiros Mary, Mary, Bloody Mary (1975), de Juan López Moctezuma, formaron parte de su curiosa aportación al festival. Por si fuera poco, añadió dos películas del actor mexicano Arturo de Córdova a quien el festival rendía homenaje, El burlador de Sicilia (1948), de Roberto Gavaldón,y La zandunga (1938), de Fernando de Fuentes, que se hizo famosa no solo por sus cualidades cinematográficas sino porque en ella se hizo carne el romance entre Arturo de Córdova y la bellísima actriz Lupe Vélez, ambos previamente casados, ella con el más famoso Tarzán de todos los tiempos, Johnny Weismuller, y él con una mujer que le negó el divorcio. Embarazada de Córdova, Lupe Vélez contrajo un matrimonio de compromiso con otro actor, pero al encontrar retozando en la misma cama a su nuevo marido con el padre de su criatura, acabó suicidándose a los 34 años. Es legendaria su muerte, ya que Vélez la había planificado con todo los detalles de una exquisita puesta en escena, y que sin embargo resultó peor de lo previsto, ya que accidentalmente acabó ahogada en su propio vómito. Historias que han sido repetidas veces contadas y que ahora Tarantino ayudaba a rememorar.
Daba gusto ver la pasión con que defendía estas películas sin importarle una higa si eran igualmente consideradas por los demás. Era como un niño grande que contagiaba su entusiasmo, su frenético amor por el cine. Resultaba inevitable salir perdiendo al comparar sus conocimientos con los que tenemos por aquí de las películas de otros tiempos, incluidos los de buena parte de los actuales estudiantes de cine. Entre nosotros es más frecuente el desprecio que una valoración calmada del cine del pasado. O del presente. Basta oír a algunos políticos.
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