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Todos los lugares del mundo

La escritora canadiense alimenta a sus heroínas con un estremecedor grado de sabiduría

“Vivíamos en un sótano en Vancouver”, dice la narradora hacia el principio de uno de los cuentos recogido en El amor de una mujer generosa.Y de pronto uno siente que empieza a vivir una historia en ese sótano, posiblemente de pareja, una pareja sin grandes recursos, en un lugar, Vancouver, que podría ser todos los lugares del mundo donde a unos seres humanos les ocurre algo. A veces son sucesos terribles y otras veces casi nada, una sensación, un momento de perplejidad, un rayo de sol que parece que va a hacer estallar el universo, un instante de hastío o de silenciosa rebeldía. Munro desplaza nuestras grandes y pequeñas emociones, nuestra lucha por la supervivencia, a un plano concreto e inconcreto a partes iguales: un Ontario con un sitio en el mapa, pero que algunos ya no deseamos conocer físicamente para no abandonar el creado en nuestra mente por medio de matices, sueños, detalles, el viento, el frío y el calor emanados de una imaginación prodigiosa.

Se ha hablado mucho de los personajes femeninos de Alice Munro, esas mujeres que calladamente toman conciencia de sus actos, de su cuerpo, de su existencia en el torbellino de la realidad. Mujeres que cuidan a otros, mujeres madres, casadas, solteras, mujeres que en cualquier estado y en cualquier situación parecen envueltas en una cierta soledad, no una soledad melancólica, ni triste, sino definitoria, como si estuviera a punto de sorprenderles el fogonazo de la lucidez. Y ese momento hay que esperarlo harta y templada, hay que saber cuál es la vida que se está viviendo, hay que haber pasado el filtro de la culpabilidad, hay que alcanzar el estremecedor grado de sabiduría con el que Munro alimenta a sus heroínas. Heroínas para sí mismas, a quienes la sociedad nunca levantaría un monumento, capaces de romper con su vida y escapar de sus hogares sin nada. Heroínas tan corrientes, tan como todos nosotros, cuya propia identidad se pierde en el torrente de páginas de los cuentos de Munro. Es difícil acordarse de una sola de ellas, porque todas cumplen su parte de liberación individual y a la postre colectiva. Mujeres que han visto muchas cosas y que saben que “hay personas que emanan decencia y optimismo hacia quienes les rodean, que parecen purificar los ambientes en los que se asientan, y a esa gente no se le puede contar determinadas cosas, resultaría demasiado perturbador”. Y de eso nos habla, con luminoso talento y sin alardes de ninguna clase, Alice Munro.

Clara Sánchez es escritora. Su última novela es Entra en mi vida (Destino).

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