El amor, ese invento de los trovadores
El editor y medievalista Jaume Vallcorba analiza en un ensayo la influencia de la lírica provenzal en nuestro canon de belleza
“Muñequita linda, de cabellos de oro, de dientes de perla, labios de rubí”. Jaume Vallcorba responde con la letra del famoso bolero de María Grever cuando se le pregunta por el modo en que la poesía de los trovadores ha marcado nuestro estándar de belleza. “Dientes blanquísimos, labios rojos… toda esa tipología viene de allí”, explica Vallcorba (Tarragona, 1949), medievalista y editor de Acantilado. En ese sello ha publicado De la primavera al Paraíso. El amor, de los trovadores a Dante, un ensayo que analiza la enorme influencia literaria y social de esos poemas cultos que, en lugar de en latín, se escribieron en lengua vulgar durante los siglos XII y XIII en el arco Mediterráneo. La geografía es clave porque, como señala irónico el estudioso, no deja de ser paradójico que el pelo rubio –de oro- fuera fundamental en un canon estético aunque hablase de mujeres del sur de Europa. Pero ahí está la fuerza de la poesía, que marcó ese canon hasta que en el siglo XX –“para desesperación de los dermatólogos”- Coco Chanel sustituyó la piel de blanco marfil por el bronceado.
Estos poemas se compusieron para ser cantados. Algunos fueron verdaderos hits en la Edad Media. ¿Qué nos perdemos algo al leerlos sin música? Sin duda. Sobre todo porque la evolución de la música ha sido en occidente muy superior al de la literatura
El ideal físico y ciertas costumbres perviven -como besar la mano a la mujer, residuo del vasallaje-, el resto fue barrido por el Romanticismo, cuya defensa de la sinceridad terminó con ese código sentimental que Gaston Paris bautizó en 1883 como “amor cortés”, o sea, cortesano, feudal. El imaginario amoroso de la poesía trovadoresca, cuenta Vallcorba, atravesó triunfante los siglos gracias al papel divulgador que ejercieron las mujeres y a que “se sustenta en el deseo”. Otra cosa es que el deseo nunca se cumpla: su cumplimiento sería a la vez su muerte. En el fondo, todo se sustenta en una refinadísima técnica que conlleva una moral: el amor mejora al poeta y, de paso, a la sociedad. No es pues extraño que componer versos formara parte de la educación de los príncipes. Lo mismo que la música: “Estos poemas se compusieron para ser cantados. Algunos fueron verdaderos hits en la Edad Media. ¿Qué nos perdemos algo al leerlos sin música? Sin duda. Sobre todo porque la evolución de la música ha sido en occidente muy superior al de la literatura. Todas las reconstrucciones suenan extrañas, nunca sabremos de verdad cómo sonaban”.
Jaume Vallcorba, cuyo libro es también una antología comentada de autores como Bernat de Ventadorn, Jaufré Rudel o Arnaut Daniel, destaca otra de las aportaciones del género: con los relatos de las vidas de los trovadores nace la narrativa corta en lengua romance. Eso sí, esos relatos mezclan realidad e invención –autoficción lo llamaríamos hoy- y las mujeres a las que desesperadamente se dirigían los poetas eran imaginarias. “Ya dijo Georges Steiner que los auténticos reyes son los de Shakespeare y no los históricos”, explica. “La experiencia celebrada por la canción trovadoresca es también más precisa, auténtica y detallada que cualquier manual de comportamiento, educación, modales o psicología”.
El influjo de los trovadores fue tan grande que llegó hasta Dante, la cumbre de la poesía europea, que dudó incluso si escribir su poesía amorosa en provenzal. Vallcorba recuerda el revuelo que se produjo entre algunos de sus colegas cuando el año pasado expuso en el Collège de France esa teoría: “El respeto de Dante por Arnaut Daniel era tanto que en el Purgatorio es el único al que deja hablar en provenzal; los demás lo hacen en italiano. Además, la Vida nueva no es más que una vida como la de los trovadores”. No obstante, la influencia social del código trovadoresco sobrevivió a su influencia literaria. Autores como Ausiàs March o, sobre todo, Shakespeare –regodeándose en la piel oscura y el pelo de alambre de su amada- subrayaron el realismo de sus versos hasta dinamitar una convención que, aunque irónicamente, llega hasta nuestros días. “Por eso”, explica Vallcorba, “Gil de Biedma habla en su poema ‘Albada’ de los pájaros cabrones (no cantores) cuando amanece y tiene que dejar a su amante para ir a la oficina”.
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