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El gato negro español que seduce a todos

‘Blacksad’ recibe dos premios Eisner y en septiembre aparece su quinta entrega

Carmen Mañana
Viñeta del primer libro de Guirado y Canales, 'Un lugar entre las sombras'.
Viñeta del primer libro de Guirado y Canales, 'Un lugar entre las sombras'.

Blacksad (Norma editorial) es una saga de novelas creada por dos españoles que ha vendido más de un millón de ejemplares en Francia y ganado el mal llamado Oscar de su género. “Pese a ello y a haber despachado 100.000 libros en castellano tiene una repercusión mínima porque se trata de una obra gráfica: un cómic, un tebeo. Si fuera un texto al uso estaríamos hablando de fenómeno literario”, se queja el guionista Juan Díaz Canales. Pero lo que queda fuera de toda discusión es que su trabajo junto al dibujante Juanjo Guarnido alcanza la categoría de extraordinario. Entre otras cosas, porque aúna la devoción del público y el respaldo de la crítica. En los últimos premios Eisner, que se concedieron el pasado julio en el Comic-Con de San Diego, Guarnido fue reconocido como el mejor artista plástico / multimedia, y El infierno, el silencio, la cuarta entrega de la saga, como la mejor edición estadounidense de material extranjero.

El dúo español ha alcanzado el éxito, además, con un producto tan inesperado como su propia historia: una novela negra antropomórfica protagonizada por un gato con gabardina y propensión a poner en peligro sus siete vidas. “Decidimos ambientarla en Estados Unidos y en los años cincuenta por razones emocionales y estéticas”, explica Díaz. “Es la década en la que arranca la historia moderna y eso nos permite seguir unos hilos argumentales muy ricos y, contando de lo que pasó entonces, hablar de lo que sucede ahora”.

De hecho, aunque Un lugar entre las sombras —el primer capítulo, publicado en 2000— reproduzca los códigos policiacos más referenciales, los siguientes volúmenes ahondan en temas como la segregación racial (Artic-Nation), la caza de brujas durante la guerra fría (Alma Roja) o las adicciones (El infierno, el silencio). Amarillo, el quinto álbum que llegará a las librerías en septiembre, se articula como una road movie y promete “seguir el espíritu de la generación Beat”, adelanta Guarnido.

Vehicular estas aspiraciones intelectuales y sociales a través de personajes antropomórficos resulta poco menos que osado. Pero Blacksad ha sorteado el peligro a juzgar por sus diez traducciones y sus numerosos galardones, entre los que se cuentan tres premios del Festival de Angulema, la cita más importante del tebeo europeo. “Es cierto que las historias con animales polarizan mucho al público. Hay quien odia el género per se. Pero el arte de Guarnido marca la diferencia: su tratamiento de la morfología de los personajes es muy realista, su entintado está a la altura del trabajo de un director de fotografía y domina la elipsis como pocos”, enumera Díaz.

La editorial francesa Dargaud debió de apreciar las mismas cualidades en Blacksad que el guionista cuando hace 12 años compró sus derechos a dos dibujantes entonces noveles. Guarnido trabajaba como animador para los estudios Disney en París y Díaz Canales, para un estudio madrileño. Decidieron ofrecer su proyecto en el país vecino porque “el mercado francófono es simplemente el único digno de ser llamado así en Europa”. Diez veces más grande que el español en cuanto a número de lectores, conforma una industria pujante y valorada. “Si hubiésemos publicado con una editorial española y esta hubiese vendido los derechos a Francia, aunque consiguiésemos despachar el mismo número de libros en este idioma ganaríamos menos dinero y casi no podríamos vivir de esto”, argumenta Guarnido.

Pero el sector español ha progresado cuantitativa y cualitativamente en esta última década, según Díaz Canales. Obras “como Arrugas, de Paco Roca” y la instauración del término novela gráfica —que tan poco gusta al guionista— han ayudado a superar prejuicios y a devolver el tebeo al gran público. “En Francia, el cómic se entiende como un producto cultural popular y todo el mundo lo consume. En España también fue un entretenimiento de masas: detrás de los 600.000 ejemplares del Guerrero del antifaz que se vendían en los años cuarenta no había solo críos”.

Guarnido maneja una teoría para explicar por qué ambos mercados evolucionaron de formas tan distintas. La tradición de los cómics en tapa dura que inauguraron Uderzo y Goscinny con Astérix convirtió a las series de tebeos en colecciones relevantes que no se tiraban —como sí sucedía en España con las de cubierta blanda— sino que se heredaban. Formaban parte del patrimonio familiar como el resto de la biblioteca. Se valoraban como un libro más. “Quizá por eso los niños franceses que leían a Tintín y Spirou saltaron al cómic adulto con Moebius haciendo que floreciese el género, mientras que en España se dio una fractura y perdimos también ese tren”.

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