Matt Damon, un tipo normal
El actor busca la empatía con sus personajes, aunque sean de filmes de ciencia ficción
Incluso parapetado tras un extraño caparazón de corte paramilitar, la mata de pelo rasurada y provisto de toda suerte de amenazadores artilugios, Matt Damon (Boston, 1970) consigue identificar a su protagonista con un tipo normal que sencillamente se ha visto atrapado en una situación extraordinaria. “Suelo sentir empatía por mis personajes y creo que eso también arrastra al público”, cuenta el actor sobre su último papel en Elysium, donde encarna a un héroe que debe salvarse no solo a sí mismo, sino de paso a millones de víctimas de la injusticia y la pobreza en un futuro de ficción no muy distinto de nuestro presente.
El complejo atuendo de seis kilos de peso —su usuario requería tres horas diarias tan solo para enfundárselo— devuelve a Damon al rol de hombre de acción tras la exitosa saga sobre Jason Bourne. El Elysium del título es el nombre de una estación orbital donde una reducida clase privilegiada del planeta se ha recluido para preservar su opulenta forma de vida, al margen de la pobreza, la enfermedad y las guerras que asuelan la Tierra. Damon encarna a Max, un antiguo delincuente ahora reformado que se ve forzado a enrolarse en una peligrosa misión para desbaratar los desequilibrios del sistema.
Ese universo del celuloide que lleva al extremo la brecha entre ricos y desamparados y que, en opinión del actor, procura un atisbo de “cómo es el mundo hoy en día”, ha sido concebido por Neill Blomkamp en su segundo largometraje tras District 9. Pero si aquel filme del realizador sudafricano utilizaba el género de la invasión alienígena para lanzar sus dardos contra la segregación racial, en el caso de Elysium la vocación de denuncia no traspasa el inicio. El resto es pura adrenalina y espectáculo.
Me muero por dirigir. Pero es difícil encontrar el material y el tiempo"
“En el momento en que dices que quieres explorar cuestiones sociales ahuyentas a la audiencia”, admite Damon. Él ha optado por acotar su conocido activismo social y político a la vida real y, en el caso de la gran pantalla, “al apoyo de documentales” como el magnífico Inside job, en el que su voz narraba la corrupción sistemática de la industria de servicios financieros en Estados Unidos.
A sus 42 años, y después de más de tres lustros en una industria que le ha permitido trabajar con Martin Scorsese, Francis Ford Coppola o Clint Eastwood, por citar solo a algunos de los más grandes, el actor sigue considerando el nombre del director el principal atractivo de cualquier proyecto. Así, subraya que aceptó protagonizar Elysium básicamente porque quería trabajar con el emergente Blomkamp. Tal es la reverencia que exhibe en Londres ante el papel esencial de los realizadores que casi fuerza él mismo la pregunta de si le tienta cambiar su habitual lado de la cámara. “Me muero por dirigir una película”, desvela. “Y si todavía no lo he hecho es porque me resulta difícil encontrar el material y sobre todo el tiempo. Me costaría estar varios meses alejado de mi familia… [Damon está casado con la argentina Luciana Barroso y tienen cuatro hijas]”.
Recién mudado de Nueva York a Los Ángeles, donde se ha instalado en el mismo vecindario que su amigo de la infancia y colega Ben Affleck, los últimos años encadenando títulos como intérprete —“unos años fantásticos y densos, que no cambiaría por nada”— apenas le han dado margen para ponerse a escribir desde que ambos ganaran el Oscar por el guion de El indomable Will Hunting (1997). Desde el chico superdotado al que Damon dio vida en esta película de Gus Van Sant hasta su reciente creación como el amante gay del pianista Liberace (Behind the candelabra), junto a Michael Douglas, el rostro del soldado Ryan de Spielberg ha venido desplegado su versatilidad por un sinfín de papeles, no siempre amables con la condición humana (el cínico Tom Ripley, el asesino amnésico Jason Bourne...).
Y, sin embargo, la imagen que sigue reteniendo el grueso del público es la de un tipo corriente y cercano. “Realmente lo soy”, asegura sin pestañear. ¿Es eso compatible con su condición de estrella hollywoodense y su millonario caché? “No se trata tanto de las cosas que poseo como de la dinámica de mis relaciones”, razona. “En ellas no hay un desequilibrio de poder: la gente que me rodea no me trata en absoluto de forma diferente porque haga películas”.
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