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Indultado en El Puerto un bravo toro de Buenavista

El Cid consigue el máximo triunfo gracias a 'Importante', un toro alegre y noble. El resto de la corrida tuvo poca historia

Antonio Lorca

El toro lo indultó el presidente, pero el escaso público que asistió a la corrida pidió el perdón con entusiasmo y consiguió que el animal, número 55, de nombre Importante y de 495 kilos de peso, volviera a la dehesa de Buenavista, en la provincia de Sevilla con todos los honores que haber sido un toro bravo, noble y encastado. Manuel Jesús El Cid, su lidiador, paseó sonriente las dos orejas y el rabo simbólicos de su oponente-amigo y, previamente, se había emborrachado de toreo con la embestida larga, alegre, codiciosa y franca del animal.

Pero el protagonista, sin ninguna duda, fue el toro. La corrida transcurría con más pena que gloria. La corrida anunciada, de excelente presentación, transcurría por los derroteros de la decepción a causa de la mansedumbre y la falta de clase de los primeros toros; hasta que salió Importante. Desde su irrupción en el ruedo, quedó patente que era diferente. Acudió con presteza y largura al capote de El Cid, que lo veroniqueó con gracia, bajando las manos, gustándose en cada lance, a medida de la calidad creciente del animal. Instantes después, fue con presteza al caballo, metió la cara y recibió un picotazo al estilo actual. Volvió a embestir al capote del matador, que se lució en un quite por chicuelinas. Galopó con desbordante alegría al cite de los banderilleros Alcalareño y Pirri, quienes dejaron tres buenos pares de rehiletes y saludaron al respetable. Y aguantó una faena de muleta larga e intensa de El Cid, dividida en diez tandas, -tres de ellas sobre la mano izquierda-, en las que Importante derrochó sus cualidades basadas en prontitud, alegría, casta y nobleza.

Embistió de manera incansable, -quizá, no humilló lo necesario-, pero permitió al público disfrutar con la presencia en la plaza de un toro de encastada nobleza, y al torero cincelar una obra maestra al estilo de sus mejores tiempos. Pronto fue unánime la petición de indulto, que el presidente concedió no sin antes pensar la decisión con detenimiento. Con el pañuelo naranja ya sobre el palco y la sonrisa entre los espectadores, Importante seguía embistiendo a la muleta de El Cid y se negaba a entrar en los corrales.

Se consumó, pues, la alegría de admirar a un toro que se gana la vida con su bravura. Quizá por su excepcionalidad y, sobre todo, porque en este caso era un toro no perfecto, pero cuajado de condiciones extraordinarias, se trata de un espectáculo precioso.

El Cid lo muleteó muy bien, con temple y ligazón; fue el mejor Cid de su apocada época actual. Destacó el toro porque no debe ser fácil domeñar el torrente incansable de casta, pero el torero estuvo a su altura y ojala le sirva para recuperar la aparente ilusión perdida.

El resto del festejo tuvo poca historia. El diestro de Salteras se las vio, en primer lugar, con un toro agresivo, áspero y complicado que no le permitió confianza alguna.

Jiménez Fortes apareció muy desdibujado y espeso. Su lote fue inservible, pero su actitud en la plaza, sobre todo a la hora de matar, fue como ausente, impropia de la valiente alegría de este joven matador.

Y tomó la alternativa Ángel Puerta, natural de Jerez, poco conocido, que se dejó la piel en fecha tan importante para su vida. Se le notó placeado, y suelto con los engaños, pero toda su labor careció de esa impronta personal tan necesaria en quien pretende abrirse camino con la espada y la muleta. Cortó la oreja a su primero, áspero y bronco, tras una labor muy meritoria y entregada, y no acabó de cogerle el aire al sexto, en una faena de más a menos.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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