Lengua podrida
Dando vueltas por la Red como un gato enjaulado, caí en un chat de gente jodida, como yo
Odio a la humanidad en su conjunto y a los individuos que la componen uno a uno. La odio con el esmero del que rebaña con el dedo un envase de Nocilla o del que hace ejercicios de caligrafía mordiéndose la punta de la lengua. Así que ayer, dando vueltas por Internet como un gato enjaulado, caí en un chat de gente jodida, como yo, y lo primero que advertí es que había más misántropos que misántropas. Me pareció sorprendente porque si alguien tiene motivos para detestar a esta maldita raza son las mujeres.
—¡Qué raro! —escribí—, ¿es que no hay misántropas?
—Yo soy misántropa —respondió una de las escasísimas participantes, que firmaba Tetas de Leche Venenosa.
Tetas de Leche Venenosa escribía como le salía del culo, igual que los demás, así que he tenido que traducirlo todo más o menos al cristiano.
—Claro que hay tías que odian a la humanidad —continuó—, lo que pasa es que incluyen en su odio a los misántropos. Por eso evitan esta mierda de chats. Si de verdad fuerais misántropos, no estaríais aquí, buscando calor humano, pandilla de nenazas.
—¿Y tú qué es lo que buscas, filósofa de los cojones? —preguntó un tal Me Duelen las Muelas.
—Lo mismo que vosotros, pero es que yo soy una principiante.
—¿Dónde estudias? —pregunté ingenuamente, pues era la primera vez que entraba en un chat de esta naturaleza.
—Era un modo de hablar, gilipollas, no hay una carrera de misantropía. Lo que quería decir es que llegué un poco tarde al odio y no siempre me sale. A veces, incluso, me sale un poco de amor a la humanidad. No sé, cuando veo el espectáculo de las hambrunas y de los desplazados por las guerras o las sequías, cuando veo a esos críos con las barriguitas hinchadas y moscas en los labios… Se me encoge el corazón, qué queréis que os diga, y dejo de odiar momentáneamente a todo el mundo.
—Tú no eres misántropa ni eres nada —terció un tal Sueño con Mataros a Golpes—, que te tengo calada, aunque cambies todo el rato de alias. Tú eres esa predicadora evangelista que intenta convertirnos.
—¿Es cierto? —pregunté yo.
Cuando creíamos que la falsa misántropa se había retirado, llegó su respuesta. Aceptó, en efecto, que era una evangelista de la Iglesia pentecostal que intentaba pescar adeptos en la Red. Era muy conocida también en los foros satánicos, en los se hablaba con un respeto que rayaba en el miedo de su capacidad de convicción. Te convertía en un pispás.
—Si entro en este chat —escribió luego de aceptar quién era— es porque os veo muy necesitados. ¿Qué perdéis con escuchar un poco la palabra de Dios?
—Pues perdemos que Dios creó a la humanidad y estamos hasta aquí de decirte que la creó mal; si no, fíjate en mí —escribió uno que firmaba como Guardia de la Zorra.
—A ver, a ver —intervino Odiadora Feliz, otra de las escasísimas misántropas del chat—, aquí estamos dando la imagen de que ser misántropo es sinónimo de estar amargado. Eso es un tópico y los tópicos hacen mucho daño a nuestro movimiento Se Puede Odiar a la Humanidad y Ser Feliz.
—Cágate lorito —intervino Sueño con Mataros a Golpes.
—Yo misma —continuó Odiadora Feliz— tengo unos padres, un marido y unos hijos a los que detesto, claro, debido a mi condición de misántropa, pero que me dan muchas satisfacciones, una cosa no quita la otra.
—Tú no es que seas o no seas misántropa, tú es que estás loca —respondió Sueño con Mataros a Golpes—. Como este chat siga así, me largo a uno de fontaneros.
—Los de fontaneros son muy entretenidos —apunté yo.
—¿Y tú quién coño eres? —preguntó el que firmaba como Tumor Cerebral.
—Yo soy Lengua Podrida —dije—. ¿Acaso no sabes leer?
—¿Y de qué la tienes podrida? —preguntó.
—De comerle el pikuki a tu vieja, hijo de perra —respondí, porque aprendo muy rápido.
—Venga, venga, no rompáis las hostilidades —interrumpió de inmediato Odiadora Feliz—. Si ni entre los misántropos, con todo lo que nos une, somos capaces de llevarnos bien, qué va a ser de la humanidad.
—A la humanidad que la den —escribió Guardia de la Zorra.
En esto, entró en la habitación mi hija pequeña, que ese día cumplía ocho años, y me preguntó si podía quedarse a dormir en casa su amiga Chelo.
—Claro que sí, corazón —dije cerrando el portátil—, pero primero papá va a prepararos a ti y a tu amiga algo de cenar.
—¿Espaguetis con tomate?
—Lo que tú quieras, mi amor.
Delante de la niña, no sé por qué, disimulo mi odio a la humanidad. Me gustaría que saliera misántropa, y comprendo que tengo una responsabilidad grande en que sea así. El caso es que por hache o por be siempre pospongo para mañana el comienzo de su educación. ¿Será esta manera de actuar una forma de odio inversa? No lo sé, pero creedme: es un encanto de cría. Si la ves, te la comes.
Babelia
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