Una nube que fue árbol
Chema Madoz se mueve entre la fotografía y la escultura, pero tiene alma de copiloto. Le gusta viajar por carretera
Le gusta viajar por carretera y contemplar cómo evoluciona el paisaje ante la ventana de su coche. Chema Madoz (Madrid, 1958) se mueve profesionalmente entre la fotografía y la escultura, pero tiene alma de copiloto. En su trabajo predominan las ideas sobre la realidad. La fantástica idea que dio origen a la nube convertida en árbol fue creciendo a medida que corrían los kilómetros; luego la fue ordenando, entrelazó elementos y la construyó para poder retratarla. Vista sobre la página entra bien por los ojos, todo queda en su sitio. En una primera impresión causa una ligera extrañeza, luego aporta confianza y al final invita a la sonrisa. Forma parte del mundo personal de su creador, aunque en este caso corra el riesgo de resultar demasiado atractiva y que el espectador se quede en esa primera etapa y se dé por satisfecho. Carece de ese revulsivo que surge de imágenes más secas. Pero, como el resto de su obra, tiene múltiples lecturas, empezando por el aura poética que desprende. No se trata de algo que busque, pero surge de entre esas nubes perdidas en el cielo y del árbol que no clava sus raíces en la tierra. Poesía y fotografía coinciden en que ambas trazan conceptos e ideas con los mínimos elementos posibles. Como en esta foto, aunque no se trate del territorio habitual de Madoz. Sus imágenes suelen ser más áridas, con menos paisaje. Técnicamente ha sido construida como se hacían los collages antiguos: dos imágenes superpuestas, una del cielo y otra de un árbol, puestas una encima de la otra. Sencillo de técnica pero nada fácil de resolver. Detrás quedan muchas horas de espera para cazar la nube que mejor se adapte a la copa del árbol y a su ligero y volátil tronco.
Babelia
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