La policía investiga las supuestas cenizas de obras de Picasso, Monet, Matisse...
La madre de uno de los ladrones dice que los destruyó en su casa para salvar a sus hijos Las obras, de Monet, Picasso, Matisse, Gauguin, Freud y Meyer de Haan, están valoradas en 18 millones de euros
Dice Olga Dogaru, la madre de Radu Dogaru, una mujer rumana asustada por la deriva delictiva de su hijo, que en su afán de protegerle quemó en una estufa casera los siete cuadros robados por su vástago en 2012 en el Centro de Arte de Rotterdam (Kunsthal). Según su testimonio, aceptado por la justicia de su país, la banda de seis miembros de la que formaba parte Radu no logró vender a la mafia rusa, ni tampoco a un modisto rumano, las telas de Monet, Picasso, Matisse, Gauguin, Lucian Freud y el holandés Meyer de Haan sustraídas. Viendo que el cerco policial se estrechaba, ella reinterpretó a su manera la figura de la madre coraje. Primero, enterró las telas en el cementerio de una iglesia en el pueblo de Carcaliu, al este de Rumanía. Desesperada, optó después por destruirlas en el fuego. “Prendieron enseguida y se quemaron del todo”, ha declarado. Olvidó, sin embargo, que algunos pigmentos soportan altas temperaturas y quedarían huellas.
Ahora, la situación es compleja. No solo es cómplice de un delito. Los fiscales rumanos aceptan que los cuadros han sido calcinados, pero el análisis de las supuestas cenizas pictóricas —que podría demorarse varios meses— continúa. A falta de informe definitivo, la dirección del Kunsthal, y los fiscales holandeses, se aferran a una versión esperanzadora de esta historia. Es decir, que Olga Doradu haya mentido y los cuadros aparezcan por fin. O que tal vez solo quemó unos pocos guardando el resto.
En esa espera están, mientras la policía rumana investiga las andanzas de los seis detenidos, y sus expertos buscan restos de pigmentos de los siglos XIX al XXI en el polvo de la combustión de óleos de varios de los artistas señeros de la historia del arte. Según Joris Dik, químico y especialista en materiales del arte, algunos colores, como el denominado amarillo de Nápoles, o el dióxido de titanio de otros, resisten el calor. También se han encontrado clavos pequeños que podrían explicar lo ocurrido. Dik es un especialista meticuloso y entusiasta. Trabaja en la Universidad Técnica de Delf, y en 2011, halló con su equipo un goya debajo de otro goya al analizar el Retrato de don Ramón Satué (1823) del Rijksmuseum. Utilizó para ello un escáner de rayos X fluorescentes que desveló al retratado original, vestido de oficial napoleónico.
Aquello fue un descubrimiento celebrado. El robo del grupo de Dogaru, perpetrado el 16 de octubre de 2012, levantó ampollas inesperadas en Holanda. El Kunsthal de Rotterdam es uno de los edificios emblemáticos de la ciudad portuaria. Diseñado por Rem Koolhaas, flamante vecino y miembro de la élite arquitectónica mundial, presumía de contar con un sistema de seguridad por ordenador para vigilar todo el edificio. Manejado a distancia desde una central externa, permite avisar a la policía en tiempo real en caso de asalto. Tanto es así, que la noche de autos no había guardas en el interior de la sala. Ni esa, ni ninguna otra. No hacía falta. Las nuevas tecnologías aplicadas a la protección del arte no son exclusivas de los holandeses, pero el país entero se sintió burlado al contemplar el vídeo del robo. Como suena. Los ladrones no pudieron ser detenidos en la sala, pero fueron filmados con detalle por las cámaras internas de seguridad. Verlos entrar encapuchados, y salir con el botín a cuestas, fue muy difícil de digerir.
De momento, la justicia holandesa y los responsables del Kunsthal guardan silencio sobre el testimonio de la madre de Dogaru. “Es probable que los quemara, pero no sabemos nada seguro”, es lo más lejos que se atreven a declarar ambos. Tampoco la familia del industrial Willem Cordia, dueños de las obras robadas, se pronuncian todavía. Su colección, formada por cerca de 500 cuadros y esculturas, figura entre las mejores del mundo y está reunida en torno a la Fundación Triton. Después de disfrutarla en privado durante décadas, la cedieron, por primera vez, al Kunsthal para una muestra conmemorativa del 20º aniversario del centro. En pocos minutos, sin embargo, perdieron los óleos Cabeza de arlequín, de Picasso (1971); La lectora en blanco y amarillo, de Henri Matisse (1919); El puente de Charing Cross y El puente de Waterloo, de Londres, dos pasteles de Claude Monet (1901); además de Mujer ante una ventana abierta, de Paul Gauguin (1888); Autorretrato, de Meyer de Haan (1889-1891), y Mujer con los ojos cerrados, pintado por Lucian Freud en 2002. Un debut tremendo para unos cuadros valorados en 18 millones de euros.
Babelia
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