Una oferta inmejorable
La ha escrito y dirigido con inteligencia, complejidad, misterio, sentimiento y originalidad un Tornatore en permanente estado de gracia
Acudo con notable pereza a la indeseada cita con La mejor oferta, ya que nunca he conectado con el cine del director Giuseppe Tornatore. Exagero. Como la mayoría de sus infinitos espectadores de cualquier parte solté una lágrima la primera vez que vi Cinema Paradiso. Esa emoción se esfumó al revisarla. Había demasiados recursos fáciles, exceso de fórmula, más sensiblería que sentimiento. A veces ocurre eso. Y al revés. Películas que siguen creciendo en cada nueva visión, que progresivamente te revelan cosas insospechadas y hermosas, con inmarchitable poder de fascinación.
Mis prejuicios se derrumban desde las primeras secuencias. Si no supiera anticipadamente el nombre de su creador, apostaría que la forma de contar esta historia durante tanto tiempo inquietante y finalmente desoladora pertenece al mejor Polanski, también podría firmarla el Brian de Palma más inspirado (a veces, no muchas, lo ha estado) y toda la parte final desprende el aroma febril de aquel maravilloso poema necrófilo titulado Vertigo. Pero esa mezcla de gran cine es autónoma y muy personal, la ha escrito y dirigido con inteligencia, complejidad, misterio, sentimiento y originalidad un Tornatore en permanente estado de gracia.
Las referencias que inevitablemente me asaltan no solo son cinematográficas. Su argumento inicial también me recuerda la mayor obsesión de Jonathan Hemlock, protagonista de las novelas La sanción del Eiger y La sanción de Loo. Consiste en acumular en el acorazado sótano de una reconstruida iglesia de Long Island las pinturas de los impresionistas. Para su exclusivo y solitario disfrute. Se las compra a un ladrón de museos y colecciones privadas. Hemlock es un eminente crítico de arte y posee una mirada implacable y milagrosa para detectar falsificaciones. Para alimentar su carísimo vicio asesina personas por encargo de la CIA. No cultiva amistades pero practica abundante sexo sin la menor implicación sentimental. El solo ama y necesita sus cuadros.
Virgil Oldman, inolvidable protagonista de La mejor oferta comparte con Hemlock la pasión de juntar pinturas para disfrutarlas en absoluta soledad. Son retratos de mujeres concebidos a lo largo de siglos. Pero este hombre que las ama y venera profundamente desde los lienzos y sus ensoñaciones, no sabe nada de ellas en la vida real. Establece una drástica distancia emocional no solo con las mujeres sino con el resto del género humano. También física. Incluso posee cientos de guantes para que nadie toque sus manos. Y es el mejor en su profesión. Tasa, subasta y reconstruye antigüedades y obras de arte. También posee un ojo privilegiado para distinguir lo auténtico de lo falso, pero solo en los cuadros, no en las relaciones humanas. Es un sibarita en su ropa, su comida, su bebida, el instinto para rodearse de cosas bellas, pero un tullido sentimental, alguien temeroso, íntimamente perdido, vulnerable hasta la tragedia cuando abandona su coraza y se entrega, que solo se siente seguro en el universo que se ha creado y encuentra la plenitud ante esos rostros femeninos que mira y por los que se siente mirado desde los cuadros.
Durante mucho tiempo esta película te inquieta, su tono enigmático te envuelve, te siente es tan perplejo e hipnotizado como el personaje hacia una mujer que pretende hacer negocio con el patrimonio artístico que le han legado sus padres pero que debido a su agorafobia permanece oculta en una habitación de su villa, sin dejarse ver por nadie. La fascinación del tasador también es la nuestra. La cámara de Tornatore utiliza un lenguaje soberbio para transmitir los sentimientos, las dudas, el volcán en el que va a entrar esa persona rígida que se atreve por primera vez a abandonar su invulnerable torreón y cruzar el límite. Y en el poético desenlace sobre la falsificación de los sentimientos compartimos su inconsolable desolación.
Es una película que te mete dentro de ella sin hacer trampas, con talento de primera clase y sensibilidad dolorida. La interpretación de Geoffrey Rush (por favor, escuchen su voz, doblarle es un crimen) es impresionante. Como la banda sonora que ha compuesto el anciano Morricone. Estamos ante la mejor oferta de la cartelera actual. Y sospecho que también de la venidera.
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