El imán de ‘Rayuela’, una novela mítica
¿Por qué gusta Rayuela a una determinada edad y con los años va prediendo efecto? Es un libro de madurez porque trata del final de la juventud sin sentir que la madurez haya agostado todavía la circulación de la sangre pero ya lejos de las certezas ilusas y la sentimentalidad cándida


El primer imán es Julio Cortázar, por supuesto. Hoy lo tenemos cartografiado por sí mismo en varios volúmenes de epistolario no sé si con todos los tonos imaginables, pero sí sé seguro que con tonos que no nos parecen Cortázar, ni el Cortázar de Ceremonias ni el de las Historias de cronopios y famas. Pero por supuesto en todos ellos habla, siente y piensa Julio Cortázar. Reencontramos, por ejemplo, al más joven, aquel que va mandando artículos meditados y reflexivos a la revista Realidad en Buenos Aires y aquel que debe de leer también las prosas de la angustia bloqueada de Ernesto Sábato, y el que lee ya fascinado a los surrealistas y a Edgar Allan Poe.
Y sólo alguno de esos Cortázares está en Rayuela, que es un experimento puro y una ordalía de plenitud vital que ni se ve siempre en su epistolario ni forma parte de la biografía de nadie. Pero sí de la textura de ese libro expansivo y jovial como un reloj loco que da la hora que le da la gana y asombra al incauto que se acerca a la literatura con la solemnidad sacral de la verdad con mayúsculas. Es un libro de madurez porque trata del final de la juventud sin sentir que la madurez haya agostado todavía la circulación de la sangre pero ya lejos de las certezas ilusas y la sentimentalidad cándida.
El secreto es la fusión de dos hierros: la pulsión absurda e inocente de un humorismo más blando que ácido y la ternura del amor como montaña rusa con risas y perplejidad
Por eso tiene también aire de novela musical, o de versión novelesca de un musical yanki pasado por la literatura de la angustia y dispuesto a no ceder a ella (ni a la angustia ni a la literatura sombría). Me parece que el secreto de ese experimento piromusical es la fusión de dos hierros, hierros de matar, por supuesto: la pulsión absurda e inocente de un humorismo más blando que ácido y la ternura del amor como montaña rusa con risas y perplejidad. La combinación de ambas cosas es casi la textura fundamental de la novela y en ella cristaliza ese aroma agridulce de piedad por la tragedia cómica y de magnanimidad por el error sentimental. El amor es un juego verbal y la literatura también, y ninguno de los dos se resignará a ofrecer sólo la versión amarga o desengañada de un intento de felicidad, todavía. El escéptico cinismo de Bryce Echenique y La felicidad, ja, ja, no forma parte del código sentimental de Rayuela porque sería un neutralizador de las virtudes festivas de un libro sin oscuridad, que no sabe de zonas sombrías ni desesperanza. Ese registro lo añadirá el lector escarmentado, y quizá por eso sospechamos hoy que es un libro para lectores juveniles de edad o corazón y es también un libro involuntariamente melancólico leído desde la madurez de edad o corazón. Casi como el mejor jazz.
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