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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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El rebote del gato muerto

El milagro ha llegado a la Feria del Libro de Madrid con el incremento de un 9% en las ventas Libreros y editores cruzan ahora los dedos de cara a los meses que quedan hasta fin de año

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de Max.

Gracias a Manuel Portela, cuya agenda de prensa online leo cada mañana, me entero de que en la jerga financiera se designa con el marbete de “rebote del gato muerto” la repentina y pasajera mejora del precio de un valor que se encuentra en caída libre. La expresión me viene de perlas para caracterizar la relativa reactivación de las ventas de libros durante la pasada feria madrileña. En ese ámbito cerrado —un auténtico hortus conclusus en medio del páramo comercial— y mientras las librerías del resto de la ciudad (y del país) bostezaban de aburrimiento, se ha producido el milagro: las ventas superaron en algo más del 9% a las del pasado año. Un pequeño rebote que, aunque no ha servido para igualar las cifras de 2011, ha permitido, sin embargo, un respiro financiero a muchos de los que habían alquilado caseta. Ahora regresa la cruda realidad y libreros y editores cruzan los dedos para que los meses que quedan hasta la tradicional reactivación prenavideña no presencien de nuevo una travesía por el inclemente desierto de papel. Mientras tanto, no estaría de más que alguien en la organización de la feria se pusiera a pensar si la cada vez más apabullante deriva pachanguera del evento conviene a la mayoría de los feriantes, y si existe alguna posibilidad de regularla o acotarla. Los pequeños editores y muchos libreros que no pueden o quieren convocar a las consabidas estrellas mediáticas para que firmen en sus casetas no se sienten cómodos con esas larguísimas y bulliciosas colas de curiosos que dificultan el acceso de quienes buscan otro tipo de libros. A la feria hay que tratarla con cuidado. No vaya a ser que se produzcan defecciones entre los expositores y resulte que, por ordeñar demasiado la vaca de la popularidad mediática y mediatizada, el gato muerto no resucite siquiera durante quince largos y calurosos días.

Pirárselas

Imagínese por un instante —y perdónenme el horror— que se encuentran encerrados y esposados en una habitación del pánico, condenados a ver y escuchar a Mercedes Milá leyendo en voz alta e interminablemente su éxito Lo que me sale del bolo (sic), publicado por la histórica Espasa Calpe, una editorial, por cierto, que también publica las cosas de la RAE. ¿Cómo escapar del espanto? No desesperen: Harry Houdini les puede enseñar a hacerlo. Capitán Swing acaba de publicar Cómo hacer bien el mal, un volumen publicado originalmente en 1906 en el que el más famoso escapista de todos los tiempos les explica, además de otras muchas cosas, algunos de sus trucos para salir de naja de toda clase de encierros y cadenas. A Houdini, un judío húngaro (verdadero nombre: Eric Weiss) nacionalizado estadounidense, nadie le podía mantener encadenado ni prisionero, como demostró tempranamente liberándose de las esposas ultrarreforzadas que le colocaban avezados policías (incluidos los de Scotland Yard) a los que retaba sin cesar. Su afán de superación (y su narcisismo) no tenía límites: tras las esposas vinieron las cadenas, las camisas de fuerza, las ataduras indestructibles, los encierros en barriles precintados, las fugas de camiones blindados. Y, luego, el más difícil todavía: lo enterraban a seis palmos de la superficie y se las arreglaba para salir como si nada (bueno, una vez la experiencia estuvo a punto de costarle la vida). Su célebre número de la “cámara acuática de tortura china” se convirtió en el clásico de su repertorio: se colgaba encadenado y boca abajo en un tanque de agua de paredes transparentes, aguantando la respiración durante tres minutos mientras se liberaba de las cadenas y el público contenía el resuello, para estallar después en un rugido de emoción. Fue aviador y actor especialista (stuntman) en películas populares. Y como presidente de la Asociación de Magos de América hizo lo imposible por denunciar a los impostores. Posteriormente se convirtió en el azote de espiritistas y de los médiums, lo que le costó la amistad con Arthur Conan Doyle que cojeaba de ese pie y que, a pesar de todo, escribió un tardío prólogo a este libro apasionante. Está enterrado en Queens, en el cementerio judío de Machpelah, en una hermosa y muy cuidada tumba sobre la que una vez dejé una rosa roja. Pirarse, escaparse, evadirse: Houdini es nuestro maestro. Pero, cuidado, no vaya a ser que un listillo le envíe el libro, por ejemplo, a Díaz Ferrán. Claro que podría ser una excelente idea promocional: con que adquiriera un ejemplar (por si acaso) cada uno de los imputados en causas de corrupción en este país, Capitán Swing agotaría la tirada.

Insectos

Ya lo saben: los insectos (hay más de 40 toneladas por persona) son la reserva alimentaria de la humanidad. Hasta ahora eran la comida habitual de los más pobres, pero ya voy viendo en revistas chic de papel satinado fotos de chicas guapísimas llevándose a los labios apetitosos saltamontes fritos. Y, según la FAO, hay más de 1.900 especies comestibles, de modo que variedad no falta. En cuanto a uno de los grandes chefs le dé por preparar un par de recetas con suculentas arañas o curruscantes hormigas la entomofagia adquirirá carta de naturaleza en los restaurantes del primer mundo (a menudo nos dan cosas peores). Los insectos son ricos en proteínas y pobres en carbohidratos, de modo que su consumo gozará también del apoyo de los dietistas. Para acompañarlos, nada como las ortigas y otras yerbas silvestres, a las que también tendremos que ir acostumbrándonos. Encontrarán algunas recetas originales a base de esos yerbajos en El libro verde de Inés Ortega (Alianza), último recetario de la autora. Menos mal que, por ahora, me queda el pollo frito del Coronel Sanders. ¡Qué gusto!

Nadeau

A los pocos días de la muerte de Robert Gallimard, llega noticia del fallecimiento, a los 102 años, de Maurice Nadeau, otro de los nombres míticos de la edición francesa. Nadeau, que comenzó en el periodismo, ingresó tempranamente en el Partido Comunista Francés, del que fue excluido por sus simpatías hacia el trotskismo. Amigo de Pierre Naville y de algunas de las figuras claves del surrealismo, como André Breton y Benjamin Peret, publicó tras la liberación una Historia del surrealismo que ha quedado como uno de los libros de referencia del movimiento. Periodista en Combat y L’Express, fundador de revistas literarias de la influencia de Les Lettres Nouvelles (1952) o La Quinzaine Littéraire (1966), su trabajo como editor se centró en la publicación de autores clave de la literatura más exigente, de Virginia Woolf a Malcolm Lowry pasando por Schultz, Gombrowicz o Vittorini. En 1977 pudo fundar una modesta casa editorial, Les Éditions Maurice Nadeau, donde se dedicó a descubrir y publicar primeros libros de jóvenes talentos (Houellebecq) o traducciones de importantes autores extranjeros (J. M. Coetzee). Sus últimos años han estado consagrados al intento de reflotar La Quinzaine Littéraire, ahogada por el descenso de las ventas y la falta de apoyo financiero. Con Nadeau desaparece uno de los últimos y más longevos representantes de un modo de entender la edición que ya nunca volverá.

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