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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Profetas

Más allá de esa pose oportunista de profeta, Mariano Rajoy, celebremos un avance, aunque sea a pasitos de bebé, en la creación de empleo

David Trueba

Desde la antigüedad, los profetas han tenido un ascendente importante sobre la tribu. Bastaba predecir un eclipse, fuertes lluvias, un viento poderoso o el estallido de un volcán para hacerte con el poder en la aldea poblada de crédulos y sumisos. Por eso no fue raro que Rajoy anunciara una semana atrás que, según sus previsiones, los datos del paro serían esperanzadores. A los que se asoman a los medios con un higiénico escepticismo, les debió sonar a rito antiguo esa profecía basada en datos que al presidente del Gobierno le llegan con una natural antelación. Eso no impidió que sus asesores de imagen le empujaran a marcarse una de profeta. Lo veo, anoche tuve un sueño en el que mejoraba la encuesta de población activa. Y la confianza de la tribu siempre premia a los espabilados.

Más allá de esa pose oportunista de profeta, celebremos un avance, aunque sea a pasitos de bebé, en la creación de empleo. La tentación del poder de presentarse como un adivinador cargado de esperanza es hasta tierna. El impulso que toma Rajoy tras esa predicción sería bobo desaprovecharlo. Igual que la posibilidad de que pacte con el partido de la oposición una postura común en la cumbre europea, son detalles que la ciudadanía percibe como una corrección sobre la estúpida cerrazón que capitalizó la legislatura pasada y la actual.

Por eso sería bueno que el presidente se asomara a la bola de cristal de una manera sincera, no con los datos precocinados de una oficina de información, sino con la perspectiva de un verdadero estadista. Y que echara un vistazo al país futuro que necesitamos, la educación que precisa la nueva generación, la oferta laboral de calidad, el necesario rigor en sanidad y la ley de costas, la amargura de un ciudadano frito a tasas e impuestos, la manipulación y la invasión sobre las libertades informativas. Todo eso está también en la bola de cristal, se ve con claridad si miras sin prejuicios, y el esfuerzo está en acercarlo un poco, no cegarlo con la ideología, los intereses particulares y el egoísmo de una élite corrupta que quiere quedarse para sí, en tiempos de crisis, con todo lo que es imprescindible para seguir llamándonos Estado y comunidad.

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