¿Cuánto cuesta un pabellón de la Bienal?
Las críticas al proyecto español reabren el debate sobre el precio de la cita del arte contemporáneo
La Bienal de Venecia invierte cada dos años 13,5 millones de euros —EL 85% proviene de patrocinadores y fuentes privadas— en la organización de la cita más vibrante del arte contemporáneo. Hay una fila enorme de países sin pabellón dispuestos a pagar por tener un espacio propio. Este año, Argentina ha gastado dos millones de euros en la rehabilitación de la antigua sala de las armas del Arsenal, la cual será su pabellón nacional durante los próximos 20 años.
Venecia es una de las ciudades más caras de Italia. Aquí todo se mueve por barco, lo cual incide en el precio final de cada cosa. Si se introduce en el contexto veneciano el coste del pabellón español, que asciende a 400.000 euros, resulta uno de los menos caros. El pabellón del Vaticano, que participa por primera vez, ha empleado 700.000 euros. El pabellón de los Estados Unidos, menos de un millón de euros. El de Holanda, 450.000 euros, la misma cantidad que el de Israel. “Si quieres buen arte, se paga”. La frase pertenece a uno de los coordinadores del pabellón de Israel, que prefiere no citar su nombre.
Ayer en los Jardines de la Bienal comenzaba la fiesta para los artistas que ven coronado su sueño. La española Lara Almarcegui (Zaragoza, 1972) lucía algo nerviosa y al mismo tiempo feliz de representar a su país en el pabellón por el que han pasado artistas como Antoni Tàpies, Miquel Barceló… Cuando se le pregunta por la polémica generada en España alrededor del coste de su instalación de seis toneladas de escombros, la sonrisa desaparece por unos minutos. “La verdad me da mucha pena tener que hablar de costes y no de arte. Las mismas críticas las he visto en Holanda y lo que generan es un odio al arte contemporáneo. Los recortes a la cultura traerán consecuencias que harán mucho daño”, comenta. Almarcegui lleva años viviendo en Holanda y dice que le produce un dolor de cabeza tremendo leer única y exclusivamente noticias negativas de España. “Mi trabajo no es una metáfora de la crisis española, habla del pasado y del futuro de la construcción, por el que también pasa la especulación inmobiliaria”, explica. Los 170 metros cúbicos de cemento, 85 de mortero, 152 de hormigón, 150 de grava provienen de escombros de Venecia. Van a parar al depósito Malcontenta, en la zona industrial de Marghera, distante unos 45 minutos en barco de los Jardines de la Bienal. Y para llegar al pabellón fueron necesarios 100 viajes.
El comisario Octavio Zaya considera que el cuestionamiento al dinero dedicado al pabellón español obedece a una campaña “de la derecha contra la cultura, que no pide cuentas a los banqueros y mucho menos a la Iglesia”. De los famosos 400.000 euros, detalla, 200.000 fueron utilizados en el montaje y transporte de la instalación; el proyecto audiovisual sobre la historia de la isla artificial Sacca de San Mattia, cerca de Murano, donde van a acabar los escombros de las fábricas de cristal y la construcción; los seis viajes de trabajo de la artista a Venecia; además dos visitas del comisario y sus honorarios profesionales. “Yo soy responsable de los 200.000 euros detallados”, asegura Zaya. Del resto, no posee detalles, pues, según dice, corresponden a los viáticos de los participantes del Ministerio de Cultura, el catálogo, la electricidad y los vigilantes del pabellón, que permanecerán hasta el cierre de la Bienal, el 6 de noviembre.
Los países sin un espacio propio tienen que apañarse buscando como aguja en un pajar una iglesia, un conservatorio, una sede universitaria para exponer. Este año son 170 las sedes expositivas fuera del Arsenal y los Jardines. Con tanta demanda los precios han aumentado un 40% con respecto a dos años atrás. Un alquiler barato de una bodega oscila entre 240.000 y 500.000 euros por todo el periodo de la Bienal.
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