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FERIA DE SAN ISIDRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ponga una manoletina en su vida

Antonio Lorca
El novillero colombiano Sebastián Ritter en su segundo.
El novillero colombiano Sebastián Ritter en su segundo.Carlos Rosillo

Ponga una manoletina en su vida… O una bernadina, que es tal para cual; y tafalleras y saltilleras al gusto; y si no queda contento, adórnese con unas chicuelinas vulgares de esas que se olvidan en cuanto las da un torero mediocre.

Segovia / Campos, De la Casa, Ritter

Novillos de Carmen Segovia, bien presentados, muy mansos, descastados y deslucidos; noble el segundo.
Tomás Campos: bajonazo —aviso— y dos descabellos (silencio); estocada tendida y un descabello (silencio).
Curro de la Casa: estocada tendida, bajonazo —aviso— (palmas); estocada muy trasera y tendida —aviso— media ladeada, pinchazo, bajonazo —2º aviso— y tres descabellos (silencio).
Sebastián Ritter: estocada tendida y caída (silencio);pinchazo, casi entera, dos descabellos y el novillo se echa (ovación).
Plaza de Las Ventas, 27 de mayo. Decimonoveno festejo de feria. Casi tres cuartos de entrada.

Este parece ser el trabajo de fin de curso que hacen los novilleros actuales para conseguir el carné que los acredite como tales. Pero ¿y si aburrimos? No importa; más manoletinas.

Los tres jóvenes de ayer lunes traían la lección aprendida; así, Tomás Campos no se privó de dar unas manoletinas cuando hacía rato que parte del público le pedía que abreviara, que se había pasado de faena; Curro de la Casa optó por las bernadinas tras una labor anodina al segundo, el único novillo que se dejó torear; y el colombiano Ritter volvió a las manoletinas ante su inválido primero.

Hasta la coronilla van a acabar los abonados de Las Ventas de tanto trapazo insustancial. Pero este es el estado de la torería andante: pocos se atreven con la verónica, que es el toreo de verdad, y todos prefieren lo banal, lo insulso y lo menos comprometido. En honor a la verdad, De la Casa intentó veroniquear sin éxito en el recibo a su segundo, y Ritter esbozó dos verónicas y media al sexto. Y se acabó.

La novillada fue un pestiño. La tarde se oscureció antes de las seis, comenzó un ruidoso aparato eléctrico y cayó una persistente tromba de agua de las que hacen época. Minutos antes de las siete de la tarde huyeron las nubes, apareció el sol, los operarios de la plaza madrileña retiraron como pudieron los grandes charcos que se habían formado en el ruedo y allá que comenzó el paseíllo con barro hasta los tobillos. Y no llovió más.

Pero la novillada fue un pestiño. Y los principales culpables fueron los ejemplares de Carmen Segovia, muy bien presentados, pero mansos de solemnidad, muy descastados, deslucidos, reservones, ásperos…

En fin, que no facilitaron el trabajo de la terna que, se supone, venía cargada de ilusiones a esta plaza, que tan importante parece a todo el mundo, menos a los propios espectadores, cada vez más triunfalistas y menos exigentes. No es que los chavales fueran los tres tenores, pero en ocasiones tan dificultosas como esta es de justicia justificar que no les acompañara la imagen que esperaban ofrecer.

Ovación y pitos

No hubo momentos brillantes. Solo José Manuel Montoliú cumplió sobradamente con capote y banderillas.
La novillada de Carmen Segovia fue infumable por su mansedumbre y por su mala casta.

Tomás Campos no ha tenido oportunidad de demostrar lo que cuentan de él en otras plazas. Dio la impresión de que tiene buenas maneras, se coloca bien y no le falta entrega. Pero su primero se negó a embestir, con la mirada perdida, con cara de vago, y que estaba allí porque lo habían llevado y no por la llamada de su sangre. Pero Campos se empeñó en sacar de donde no había y cometió el error de todos los principiantes: se puso pesado, e insistió de manera vana; y, después, las manoletinas. Así que cuando murió el novillo parecía que llevaba dando pases una eternidad.

Áspero y violento era el cuarto; dificultoso y muy deslucido, y Campos no pudo más que aguantar con gallardía los muchos tornillazos de su bronco oponente.

Curro de la Casa tuvo buena y mala suerte. La buena de que le tocó el único novillo potable del festejo y la mala de que no lo aprovechó, lo cual no es buena cosa, dadas las circunstancias.

Repetía el animal sus embestidas, pero el torero no se cruzó nunca, despegado en demasía, y lo peor es que su toreo era mudo, no expresaba nada. Para mayor fatalidad, el estoque simulado se enredó en el rabo del novillo y acabó por restar cualquier atisbo de importancia a su labor.

No mejoró ante el descastado cuarto, dio muchos pases y no dijo nada.

Y el más listo de los tres fue Sebastián Ritter. Maneja con soltura los engaños, pero no pudo lucirse ante el muy inválido tercero, que se desplomó varias veces en la arena.

Parado y muy reservón fue el sexto, y el muchacho brindó sorprendentemente al respetable, se metió entre los pitones y se dio un arrimón que caló entre la gente. No hubo muletazos, porque el animal no los admitía, y el torero no pasó desapercibido, que es de lo que se trata cuando uno se presenta en Madrid. Mató mal, pero quedaron patentes sus ganas, su arrojo y su valor, que no es poco.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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