Un abogado de la palabra en la RAE
El jurista Santiago Muñoz Machado ingresa en la Academia con una defensa histórica de la libertad de expresión, conquistada plenamente en el siglo XX
Las palabras no siempre fueron libres. En momentos y lugares, aún no lo son. Que la expresión irrumpa sin trabas ni siquiera es una vieja tradición en la vieja Europa. Santiago Muñoz Machado (Pozoblanco, Córdoba, 1949), que sabe mucho de leyes, recordó ayer que el derecho a la libertad de expresión, a la que consagró su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE), Los itinerarios de la libertad de palabra,tiene un pasado tan corto que se cuenta por décadas. “Tenemos la ideología común de la libertad de palabra como si fuera de toda la vida y solo la hemos estrenado a finales del siglo XX”, advertía unos días antes por teléfono desde su domicilio. “Es importante recordarlo para no banalizar una conquista que ha costado varias centurias y, sobre todo, para no distraerse ante cualquier nueva amenaza”, advirtió ayer.
En España, el espaldarazo definitivo se produjo en enero de 1988 con una sentencia del Tribunal Constitucional y en Inglaterra se dio esa contradicción tan británica de juntar represión y libertad. Había sido el primer país europeo que abolió la censura previa a la impresión a cambio de duras medidas represoras a posteriori y fue, por el contrario, uno de los últimos en dinamitar las viejas leyes antilibelo, en 1998, que amparaban el poder frente a las críticas. “La verdad”, recordó Muñoz Machado, “no tenía ninguna fuerza exonerante”.
El jurista glosó la figura de su antecesor en el sillón “r” minúscula, Antonio Mingote, como mucho más que un humorista (“tenía la introspección del pensador y la manera de trabajar del editorialista”) y un hombre marcado por la tolerancia, como ilustra una cita del fallecido dibujante de Abc: “Mi corazón está con mucha gente de la derecha, que es simpática y generosa, y mi pensamiento con mucha gente de la izquierda, que tiene razón”. Y también fue la tolerancia reivindicada por algunos pensadores del siglo XVI el motor que removió el statu quo de aquellos días donde la intransigencia —religiosa, científica, política— gobernaba desde la hoguera. “Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre”, proclamó Sebastián Castellio contra el fanatismo de Calvino, que achicharró a Miguel Servet y a sus libros el 27 de octubre de 1553 a las puertas de Ginebra. Otros pensadores, entre ellos Spinoza, Locke o Milton, se sumarían en el futuro a esta corriente aperturista que acabaría rompiendo corsés a lo largo de los siglos hasta que en EE UU le dieron la última vuelta de tuerca en 1964 con una sentencia del Supremo que defendió “la libertad de palabra como una proyección del principio democrático”, expuso el nuevo académico, que recibió respuesta de José Manuel Sánchez Ron, uno de los tres avalistas de su candidatura, ante la presencia de los ministros José Ignacio Wert y Ana Mato. Ante los desafíos actuales, ya sean los “discursos del odio” en la calle o la bulimia expresiva de Internet, el jurista propone la misma receta que sus clásicos: “Las palabras solo se contrapesan con más palabras y los discursos con más discursos”.
No olvidó Santiago Muñoz Machado a los juristas que le precedieron en la RAE. El primer discurso leído en la Academia en 1847 fue el de Alejandro Oliván, considerado uno de los padres del Derecho Administrativo español. Y a Muñoz Machado le consideran el gran renovador del Derecho Público, tras una larga trayectoria académica —logró la cátedra a los 30 años— e investigadora, con una treintena de publicaciones. Pero al nuevo académico le apasiona la historia. Uno de sus últimos libros es Sepúlveda, cronista del emperador, donde rescata de un olvido de 500 años la figura del contradictor de Bartolomé de las Casas. “Se le conocía como el malo de la película y el ideólogo de la mano de hierro del emperador, pero hay otros aspectos notables, como que fue el mayor traductor de Aristóteles del siglo, preceptor de Felipe II, consejero de los papas y uno de los grandes renacentistas que polemizó con Lutero”, observa el biógrafo. Tal vez sea la inclinación histórica la que le ayude a elegir una buena palabra con “r”: revolución. Confiesa que le gustan los cambios bruscos de las cosas que no funcionan.
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