Un día fuera de concurso
El documental 'El último de los injustos', de Claude Lanzmann, acapara la atención en una jornada con un único filme en competición: 'Wara no tate' de Takashi Miike
Es un día extraño en Cannes, con más películas fuera de concurso –El último de los injustos, de Claude Lanzmann; Blood ties, el thriller rodado en Estados Unidos por el francés Guillaume Canet, y Blind detective, de Johnnie To- que a concurso, donde solo estaba el prolífico cineasta japonés Takashi Miike con Wara no tate. Era desde luego la mañana de los machos asiáticos. Y a Miike no le ha ido muy bien. La crítica no ha dejado en buen lugar su historia de venganzas, protección policial de presuntos culpables y cabezas puestas a precios de mil millones de yenes. Ha sido trasquilado, y casi pareciera literalmente, porque Miike se ha cortado su antaño legendario pelo largo y despeinado.
El japonés quiso centrarse en la parte más humana de su thriller: “Cuando se describen seres humanos, se muestran todas las facetas. Es una historia de policías y criminales, pero son personas comunes y corrientes, con una vida privada, una vida diaria. Es lo que quise mostrar”, en un rodaje complicado por los problemas de filmar secuencias de acción. “Hemos perdido un poco la tradición nipona de las películas de acción. Para el tren de alta velocidad, la empresa de ferrocarriles japonesa no quiso que filmara por razones de seguridad, así que lo hice en Taiwán, allí hay el mismo tipo de tren. Taiwán siempre me ha ayudado desde el inicio de mi carrera”. Una carrera brutal marcada por su amor a la obra de Shohei Imamura –“Él me enseñó que las películas se hacían con lo que se tiene a mano”- y por su increíble cantidad de películas –“Si hay una oportunidad para hacer una película y el calendario lo permite, no veo una razón para no hacerlo. Mi vida diaria es estar en el plató y resolver cómo rodar un plano”-. Lo mismo ese es el problema.
El hongkonés Johnnie To tampoco ha escapado a la decepción con su El detective ciego, que ya en su título explica la trama. No está mal, pero se esperaba más. Igual que Guillaume Canet con Blood ties, que tiene como coguionista a James Gray en un thriller desarrollado en el seno de una familia neoyorquina en 1975. El reparto es de aúpa: Clive Owen, Billy Crudup, Marion Cotillard (pareja de Canet), Mila Kunis, Zoé Saldana y James Caan.
Quien sí provocó ayer un alud de alabanzas fue el veterano Claude Lanzmann, el director de Shoah, la obra maestra de 1985. Con su nuevo trabajo, El último de los injustos, ha rehusado participar en el concurso: está en sección oficial fuera de la competición, a pesar de todas las peticiones realizadas por el director del festival. Lanzmann recupera una entrevista que realizó en 1975 a Benjamin Murmelstein, el último de los presidentes del consejo judío que dirigía Theresienstadt, el “gueto ideal” que creó Eichmann, el nazi urdidor de la “solución final” en Checoslovaquia para vender la idea de que los guetos eran buenos. Murmelstein era uno de los líderes de los judíos vieneses en los años treinta –una población y una cultura que fueron exterminadas- y tras sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial fue acusado de colaborador y encarcelado. Tras ser limpiado su nombre, se mudó a Roma, y allí le entrevista Lanzmann a mediados de los setenta. Esas imágenes están intercaladas con metraje actual de Lanzmann recorriendo aquellos lugares y fotografías de la época. Su proyección anoche fue el evento del día, con varios realizadores franceses en la salas, como Arnaud Desplechin, e incluso la presencia de la ministra francesa de Cultura. La ocasión y la película merecían tanta atención.
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