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OBITUARIO

Nigel Dennis, hispanista, un aristócrata de intemperie

Era una autoridad mundial en las vanguardia literaria española del siglo XX

Andrés Trapiello
El hispanista Nigel Dennis, en casa del pintor Ramón Gaya en 2012.
El hispanista Nigel Dennis, en casa del pintor Ramón Gaya en 2012.A. T.

No conozco a nadie que habiendo tratado a Nigel Dennis, aun de modo somero, no tuviera de él una opinión sin mácula. Digámoslo ya, entes de que el presente nos lance de nuevo al ruido de la vida: Nigel Dennis (Londres, 1949), fallecido este martes en Saint Andrews (Escocia), fue, en todos los sentidos, intelectual, humano y personal, eso que Juan Ramón Jiménez llamó “aristócrata de intemperie”, “el hombre en que se unen —unión suma— un cultivo profundo del ser interior y un convencimiento de la sencillez natural del vivir”. Y así vivió una vida que hoy sabemos demasiado corta, dedicada al estudio de la literatura española más luminosa, que amó y difundió en universidades de países boreales y cielos encapotados con admirable ecuanimidad y un humor británico supremo. Fue acaso uno de los primeros en comprender, muy joven aún, que la reconciliación nacional pasaba antes o al mismo tiempo por una reconciliación literaria, y así le debemos dos de los mejores estudios que se le hayan dedicado nunca a Bergamín, amigo al que dilucidó de modo reiterado, y a Giménez Caballero, el rojo y el negro, consciente, por supuesto, de que en el rojo y el negro españoles se llegó hartas veces al castaño oscuro. Al estudio de estos dos vanguardistas heterodoxos les siguió el de muchos otros escritores e intelectuales de aquel tiempo de anteguerra, de guerra y de posguerra, que conoció como pocos, Díaz Fernández, Gómez de la Serna, Max Aub o Ramón Gaya, de quien preparaba en la actualidad el segundo tomo de sus obras completas. Estaba trabajando en él a distancia con Isabel Verdejo, viuda del pintor, y a ella le envió hace unos días desde Escocia las pruebas de imprenta y una carta de dos o tres líneas en la que él, que nunca confesó su enfermedad sino por elipsis, admitió no tener ya fuerzas para trabajar, sabiendo que ella se despediría en su nombre de todos nosotros, sus amigos, como solo se despiden los sires en una obra de Shakespeare: “Siento mucho apartarme de ti así”. Se diría que pedía disculpas por las molestias que pueda traer consigo su muerte prematura. Así era él, y eso fue todo.

A diferencia de tantos colegas hispanistas, convencidos de saber de los españoles más y mejor que los propios aborígenes, Nigel Dennis jamás quiso sentar cátedra de nada, cosa rarísima en un catedrático, habiendo sido él, por añadidura, de los más finos y en las mejores universidades del mundo: en el momento de su muerte era catedrático de Literatura Española en la elitista universidad de Saint Andrews, alma mater del príncipe Guillermo, y recientemente la de Cambridge, donde se doctoró, le había ofrecido un puesto docente.

Pero a Dennis lo que le importaba era averiguar cosas sustanciales: cómo la poesía y el arte mejoran la vida y cómo pueden salvarla, quiero decir, cómo podemos ser mejores, más fuertes y sensibles, asuntos con los que raramente puede nadie hacer una carrera académica. “Toda la desdicha del hombre procede de no saber quedarse tranquilo en casa”, es una cita de Pascal que puso al frente del último de sus libros, una recopilación de escritos sobre Ramón Gaya, que presentó él mismo en Murcia no hace un año. Parece que lo estoy viendo, distinguido, inteligente, con la frente de un rey y la sonrisa de un estoico que no renunció ni a uno solo de los nobles goces de esta vida, diciéndose, diciéndonos estas palabras de Unamuno: “Obra como si hubieses de morir mañana, y si nos estuviese reservada la nada, haz que la nada sea una injusticia”.

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