Paolo Soleri, el arquitecto de la cordura constructiva
Ideó la ciudad Arcosanti, en Arizona, todo un modelo de urbanismo ecológico y eficiente
La celeridad de nuestra época nos lleva a clasificar a la mayoría de los arquitectos famosos bajo un estilo cuando es a los que carecen de estilo a los que deberíamos prestar más atención. La arquitectura de Paolo Soleri (Turín, 1919- Scottsdale (Arizona), 2013), fallecido el martes, no solo carecía de estilo, carecía de pasado y, a la vez, era tan antigua como el mundo. Pionero a la hora de reclamar un límite al crecimiento urbano, una arquitectura bioclimática y una mayor amplitud mental para desarrollar la profesión de arquitecto, Soleri llegó a Estados Unidos para trabajar con Frank Lloyd Wright. Fue en su casa Taliesin West donde conoció el desierto de Arizona. Corría el año 1947 y, aunque volvió a Italia para levantar la fábrica de cerámicas Solimene -que le indicaría una vía constructiva poco contaminante-, en 1956 regresó al desierto con sus dos hijas y su mujer, esta vez para quedarse. Y para transformarlo.
Allí, al norte de Phoenix, construyó Arcosanti, un experimento urbano, una comunidad-laboratorio que, defendiendo un diseño compacto, sirvió para levantar una arquitectura ecológica, Arcology (la llamaba él uniendo esas dos palabras). Inscrita entre mínimos -consumo energético, producción de deshechos, polución- y máximos –integración con el lugar, accesibilidad para todos-, la aventura comenzó en 1970. Hoy la ciudad sigue creciendo y es visitada anualmente por más de 35.000 personas. Allí será enterrado Soleri, junto a su mujer, fallecida hace 31 años.
A pesar de ser un outsider, y desde luego un pionero, no sería justo clasificar a Soleri como teórico. Y mucho menos como utópico. Él mismo se encargó de demostrarlo no solo con la construcción de algunas obras -como el anfiteatro que lleva su nombre, levantado en Santa Fe (Nuevo México) en 1970 o el más reciente erigido en el Glendale College de Arizona, en 1996-, sobre todo haciendo realidad sus ideas en Arcosanti.
En 1969, y en pleno apogeo del hipismo, el prestigioso MIT (Massachusetts Institute of Technology) publicó el libro que explica su ideario: Arcology: the City in the Image of Man. Luego él comenzó a construirlo. Así, escritor, teórico, doctor arquitecto, artista (realizó numerosas instalaciones a partir de sus ideas) o incluso artesano, Soleri escapó a las clasificaciones para poder hacer lo que quería. Escurridizo, sumó a su doctorado italiano el reconocimiento de varios honoris causa, pero el American Institute of Architects solo le concedió su medalla de oro como artesano: se quedaron en su interés por la cerámica en lugar de valorar su idea de ciudad.
Obsesionado como estaba con recuperar la cordura constructiva, con poner límites al crecimiento urbano, con recuperar la relación con la naturaleza -atendiéndola a ella como guía y no a los intereses económicos e industriales- y con desarrollar otra manera de habitar, Soleri creó la Fundación Cosanti un nombre con raíces italianas que resume la paradoja de lo que va antes (anti) y de lo que se opone (la misma palabra) a las cosas. Su arquitectura quería ser eso: antimaterialista, antiespeculativa y anterior a la destructiva separación entre el hombre y la naturaleza.
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