Entre la creación y el negocio
La moda brasileña vive un momento difícil para dar el salto internacional
Cuando el público del desfile de Colcci se levantó para ovacionar a un actor de Hollywood que caminaba con el paso agarrotado y cara de estar conduciendo a 200 kilómetros por hora, un escalofrío revolvió a algunos modelos en el backstage. También a los editores de moda y a los periodistas que asistían en primera fila a ese vigésimo desfile de la São Paulo Fashion Week que terminó el viernes. Los aplausos no siempre son eco del éxito. El mercado de la moda en Brasil vive un momento difícil. La música suena para todos, pero el gigante aún desafina. El aplauso y los flashes quizá amortizaron los cerca de 200.000 euros que costó traer a Paul Walker, protagonista de las seis ediciones de la serie de películas Fast & Furious, hasta el bello edificio de la Bienal de Niemeyer, pero volvió a poner de manifiesto que la moda de Brasil necesita encontrar su sitio. Y su público también.
En constante aspiración por colocarse en el mapa, la SPFW busca también posicionarse en casa. Grandes nombres como Osklen y Alexandre Herchcovitch, ovacionados de verdad por sus diseños, han simplificado su puesta en escena y han construido colecciones con la mirada en las tiendas.
Algunos grandes diseñadores han simplificado su puesta en escena
“Vivimos aún un proceso de ajuste para que convivan grandes talentos y otras firmas que usan la SPFW como plataforma comercial de sus creaciones”, explica Antonio Hausler, consultor de moda y asesor de varias marcas durante casi dos décadas. Aunque esta edición de primavera/verano 2014 tenía mucha más estructura que la anterior y mostró colecciones interesantes, Hausler ha echado de menos la presencia de Gloria Coelho o Reinaldo Lourenço, reconocidos diseñadores cuya sonada ausencia aún se discute si es motivo de alarma. “Se ha abierto el diálogo para saber si la aspiración de este evento es de convivencia o no. La SPFW es muy inclusiva, pero hay que definir mejor el espacio del creador, de los jóvenes talentos”, opina Hausler.
Del 15 al 19 de abril, Río de Janeiro celebrará una edición dedicada a la misma temporada en la que todavía no se sabe qué diseñadores participarán, ya que el calendario se cierra pocos días antes de la cita. Entre bastidores también preocupa la asfixia económica de algunos de esos modistas que, al mismo tiempo que ejercen de creativos, tenderos y gestores de su negocio, afrontan la arrolladora entrada de grandes firmas internacionales. El mercado del lujo se expande y mueve ya 8.000 millones de euros, pero estrangula a los talentos locales que aspiran a ser competitivos en un ambiente que no lo es. “Aunque es un estímulo para ser mejores, es muy difícil competir cuando la diferencia de precio entre un Dior y un diseño brasileño es mínima”, mantiene Susana Barbosa, directora de Elle Brasil. “El mercado crece, pero no tienes mano de obra especializada, se pagan impuestos altísimos, no hay visión de negocio y continuamos mirando demasiado al exterior”, se suma Paulo Martinez, editor de moda de la revista MAG!, con 30 años de experiencia en el sector. “Las marcas brasileñas no consiguen imponerse por una cuestión de coste”, se quejaba ya Paulo Borges, el creador de las semanas de la moda, en la última edición de São Paulo. En un nuevo intento de fortalecer a la industria, Borges, quien realmente manda en ese lugar desde hace tres lustros, cambió el año pasado el calendario de los desfiles para acompasarlos a los de Europa. Los diseñadores que lo consiguieron presentaron cuatro colecciones de invierno entre Río de Janeiro y São Paulo. Fue una performanceque, a 35 grados a la sombra, parecía un sinsentido, pero los diseñadores, acostumbrados a presentar en junio y vender en septiembre, ganaron seis meses para llevar sus prendas a las tiendas. Pensamiento a largo plazo y planificación, desafíos que han lastrado durante décadas a un país acostumbrado a comprar ropa y no moda.
Babelia
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