Perfecto y repugnante
La música nunca es inocente. Es la forma más precisa de expresar algo
Wagner es el profeta de la sinestesia. A partir de él se empezó a hablar de la obra del arte del futuro, pero en realidad su gran aportación tiene que ver con la profunda relación entre los sentidos que ni siquiera las investigaciones más recientes llegan a entender realmente. Por eso fue el primero en apagar las luces del teatro durante una obra. "Estáis en un lugar de ensueño cósmico, así que tenéis que estar a oscuras para adentraros en él”, pensaba. Así que, de algún modo, es también el profeta del cine.
Wagner simboliza ese descontrol. Los sentimientos no tienen límites ni restricciones decimonónicas del decoro victoriano. Destruye el pensamiento categórico y postula que todo se superpone. Todos los ríos se desbordan en sus obras, todo se inunda a cada rato. Y esa es la imagen de Wagner: un torrente de sentidos, de sentimientos, de historia... Es un aluvión tras otro en el que uno se ahoga. Hizo que la ópera trascendiese a su propia identidad y para ello tuvo que construir su propio teatro. Un templo dentro de una democracia (y sí, a su manera le importaba). No tenía que verse contaminado por la política pero, al mismo tiempo, se podía decir la verdad acerca de ella.
Uno de los aspectos más interesantes es el tiempo que reservaba para escribir y la velocidad que aplicaba al arte. Pasaba tres años trabajando en el libreto y otros cinco años componiendo la música. Todo va lento. Y eso es algo que me encanta traducir en la escena. Es un asunto muy relevante en una época como la nuestra, en la que todo sucede demasiado rápido. Wagner insistía en que ralentizáramos nuestro metabolismo para percibir las cosas de forma distinta. Si uno va deprisa, sus percepciones son rápidas y superficiales. Sin embargo, cuando uno coge aire de forma lenta y profunda se ven las cosas de otra manera. Este es otro de sus espacios revolucionarios. Su música trata de cambiar la forma de respirar de la gente no solo en la historia del canto sino en el sentido de esa respiración reflexiva. Si Mozart fue la persona que hizo que la ópera se volviera radicalmente más rápida, Wagner la ralentizó. Se propuso crear algo parecido a la meditación trascendental. El poder físico de su música se te mete dentro del cuerpo y consigue volverte loco.
La parte trascendental —y eso es lo que me encanta de Tristán— es que Wagner sabía que la cultura occidental estaba dañada en sí misma y dañando al planeta, y sabía que tenía que haber alguna alternativa. No conocía Oriente, ni el budismo o el hinduismo, pero sabía que había algo ahí. Así que trató de imaginarlo. Esa suposición del sistema espiritual va más allá del cristianismo y de las culturas occidentales oficiales en su forma institucional. Sostenía que todos teníamos que reinventar el Gobierno, la religión y la cultura. ¡Eso es genial! Y es un proyecto que sigue siendo extremadamente visionario y que no se puede limitar a sus obras. Él es en sí mismo la licencia para que hoy hagamos obras nuevas
Fue el primero en apagar las luces del teatro durante una obra. Así que, de algún modo, es también el profeta del cine
Pero Wagner también resulta muy tóxico. Mata a los cantantes. Todos acaban como Mohamed Ali: no pueden andar ni pueden pensar porque han sufrido demasiadas palizas. Lo que le hace al cuerpo, el volumen que aplica a la orquesta y que tiene que alcanzar el ser humano para que se le oiga, es sencillamente brutal e incorrecto En ese sentido, sus óperas son perjudiciales a nivel ecológico. Además, en el estado actual de la economía, cuesta demasiado dinero subirlas a escena. Esa grandiosidad decimonónica está evidentemente anticuada.
Creo que con Parsifal se volvió loco; es una obra que detesto profundamente. Es la mejor música que se escribió en el siglo XIX, pero el libreto es veneno en sí mismo, puro veneno si se toma de forma incorrecta. Y Wagner siempre es peligroso en ese sentido, porque, si se plantea de una forma incorrecta es horrible. La música no es inocente. Sabe perfectamente lo que hace. Es la forma más precisa y compleja de expresar algo. A cada palabra la acompañan unas cien notas. Todo está pensado y repensado, planteado y replanteado. Es el universo de significado más obsesivo y minucioso que existe. Wagner conoce lo que es el daño y lo entiende de una forma muy íntima. Sabe qué es ser una persona tremendamente horrible, así que puede adentrarse en ese lugar asqueroso y vivir en él. Puede ser alguien que trata de imaginarse cómo salvarse a sí misma. Ese gesto que se ve en estas obras es genial, así que no puedo decir que sea algo inocente, sino que indica un conocimiento profundo del dolor y el mal, del veneno, de la ira, un conocimiento de los celos, de querer hacer daño a otra persona.
Toda esa rabia, ira y violencia de Wagner están muy marcadas. Pero lo que algunos como Hitler nunca llegaron a entender es que Wagner mató a Siegfried. Sabía que era terrible. No propone en absoluto a un héroe nietzscheano; crea a estos héroes nietzscheanos y luego los mata. Y uno los ve morir por su propia ceguera, su falta de conciencia de sí mismos y su propio quebrantamiento. Wagner los quiebra a todos y cada uno de ellos.
Parsifal es raro y sencillamente asqueroso. El libreto es horrible. Wagner creía que iba a escribir una ópera sobre la vida de Buda y, en vez de eso, escribió el libreto de Parsifal. La imagen que ofrece de las mujeres es en realidad la pornografía de un viejo. Su sexualidad da asco, puede verse de una forma terrible que Wagner es en ese momento un viejo triste. La música está escrita de manera magistral; nota por nota es la mejor pieza que se compuso en el siglo XIX. Pero todas y cada una de las palabras que se dicen dan asco. La idea de los viejos metiendo las manos en la sangre de Cristo y contándole a todo el mundo que son las personas más allegadas a Jesús es horrible.
Creo que con ‘Parsifal’ se volvió loco; es una obra que detesto. Es la mejor música que se escribió en el siglo XIX
Para trabajar con estas piezas hay que desintoxicarlas. Adentrarse en ese universo ponzoñoso, entenderlo y salir de él con vida. Luego hay que seleccionar aquello en lo que es posible creer y en lo que no. Lo que hoy en día podemos aceptar. Con Wagner me sucede a menudo que muchas cosas me parecen una psicosis del siglo XIX con la que no tenemos por qué infectar a nuestros hijos.
Sin embargo, lo que podrán hacer las siguientes generaciones es evolucionar su acercamiento a esa mezcla de sentidos. Yo hice algo así con Bill Viola y sus videos en Tristán e Isolda. Por ese componente wagneriano que tiene el cine. Ahí es donde quería llegar Wagner, pero no pudo porque no existía la forma artística que le permitiera conectar todas esas piezas. Ahora, con nuestro universo mediático, tenemos muchas más técnicas para entrelazarlas. Pero hemos ido demasiado lejos en los estímulos exclusivamente visuales. Debemos equilibrar nuestra obsesión visual con todo lo demás, porque ahora mismo nos estamos perdiendo muchos sentidos. Así no evolucionaremos.
Wagner creó unas obras que solo pueden existir en las grandes estructuras industriales. Se necesita un gran teatro de ópera para ponerlas en escena. Pero gracias a las nuevas tecnologías, la Gesamtkunstwerk [la obra de arte total] podría darse fuera del marco institucional. Podría desarrollarse en una relación auténticamente democrática. Internet será fundamental en ese cambio. Porque no es una forma de masas, sino que se puede diversificar, personalizar, etc. Podríamos coger toda la Gesamtkunstwerk de Wagner y en lugar de que sea una obra de arte totalizadora en la que un genio les dice a todos los demás “Yo soy el que dirige el espectáculo” transformarla en una nueva ecología en la que la imagen no esté completa hasta que hayamos oído hablar a todos. Que “total” no sea solo que mi propio punto de vista dirige todo el universo, sino que, de pronto exista un punto de vista más total.
Lo que algunos como Hitler nunca llegaron a entender es que Wagner mató a Siegfried
¿Hasta dónde podría haber llevado ese pensamiento a Wagner ahora, con todas las herramientas que tenemos? Hizo lo que hizo con lo que tenía, pero su ambición era mucho mayor. De alguna manera, era su idea con el sistema del leitmotiv: cuando alguien dice algo, en realidad son predicciones de algo que va a suceder más adelante. Wagner se dirigía hacia un lugar del que todavía estamos empezando a ser conscientes. Ahora tenemos la tecnología, estamos empezando a entenderlo en cierto modo y la idea budista de la mente, la idea hinduista de la mente, de vidas anteriores, todas esas cosas, en el siglo XXI, pueden incluirse en la forma que tenemos de ver el mundo, y no tenemos que ver las cosas desde las limitadas lentes del siglo XX, donde solo hay un enfoque científico con un toque muy occidental. Ahora hay un margen de posibilidades mucho más amplio. Lo que deseaba Wagner y nunca logró encontrar.
Peter Sellars es director de escena. En 2005 montó en la Ópera de la Bastilla de París Tristán e Isolda.
Babelia
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