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CÁMARA OCULTA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un talento más que secreto

José Luis López Vázquez era un joven taciturno que dibujó vestuarios, decorados, cubiertas de libros, carteles, felicitaciones… Hasta que un buen día Berlanga le descubrió

José Luis López Vázquez no fue solo el versátil actor que rozó la genialidad en películas de signo tan distinto que hasta parecen incompatibles. Fue el torpe ladrón de Atraco a las 3, de Forqué, y el niño indefenso de La prima Angélica, de Saura, el lameculos de Plácido, de Berlanga, y el enfermo asesino de El bosque del lobo, de Olea, el compañero histriónico de Gracita Morales… López Vázquez llenó con su talento casi 300 películas, y ahora se descubre que, además, fue un excelente figurinista, buen dibujante y pintor. Joven taciturno, se refugió en los pinceles con la esperanza remota de que con los cuadros sobre artistas de cine que comenzaba a pintar conseguiría salir de la pobreza. Luego dibujó vestuarios, decorados, cubiertas de libros, carteles, felicitaciones… todavía ignorante de su vocación de actor. Hasta que un buen día Berlanga, que se había fijado en su figura de hombrecillo feúcho y bigotudo, un poco al estilo de Groucho Marx, le ofreció un papelito de dependiente de grandes almacenes en Esa pareja feliz, cambiando desde entonces su objetivo en la vida. Al cabo del tiempo incluso Chaplin le reconoció como uno de los mejores actores del mundo tras ver Peppermint frappé, de Saura, y George Cukor quiso llevárselo a Hollywood tras dirigirle en Viajes con mi tía.

Este mes, en que el artista hubiera cumplido 91 años, por fin se ha descubierto su obra pictórica al público. En los 65 trabajos que se han recuperado utilizando la colección de Carmen de la Maza, la última compañera del actor, se aprecia esa valía hasta ahora silenciada que, paradójicamente, otras instituciones oficiales no consideraron oportuno divulgar. Porque la obra pictórica de López Vázquez no era la de un aficionado, como sí fue la de otro gran actor, Francisco Rabal, naïf y torpona aunque pretendiera haber sido estimulada por la figura de Goya, y con la que encontró una manera de “distraer la vida y enriquecerla”. Lo de López Vázquez es sencillo pero excelente. Ahora sería oportuno que su obra ignota circulara por otras ciudades para así complementar la imagen del hombre que tanta admiración despertó en el cine.

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