Van Cliburn, el pianista que se impuso al ‘Sputnik’
Fue el primer intérprete de música clásica que consiguió vender más de un millón de discos
Harvey Lavan Van Cliburn (Shreveport, Luisiana, 1934) fue un pianista de gran talento, especializado en el repertorio romántico y tardorromántico, cuya victoria en el primer concurso internacional Chaikovski, celebrado en 1958 en Moscú, le convirtió en un héroe cultural durante décadas para buena parte del público occidental. El pasado miércoles fallecía a los 78 años en su domicilio de Forth Worth (Tejas) como consecuencia de un cáncer de huesos.
Era abril de 1958. Hacía apenas medio año, la URSS había exhibido su capacidad tecnológica al lograr lanzar el primer satélite artificial que orbitó la Tierra, el Sputnik, y el establishment soviético había organizado el concurso internacional de piano Chaikovski —originalmente se celebraba en las categorías de piano y violín, incorporándose en ediciones posteriores las de violonchelo y canto— a mayor gloria de la cultura rusa. Contra cualquier pronóstico razonable, Cliburn (que tenía 23 años) se impuso con sus interpretaciones del Primer concierto para piano de Chaikovski y el Tercer concierto para piano de Rachmaninov en una final que le valió una ovación de casi 10 minutos con el público en pie. Antes de entregarle el premio, el jurado se sintió en la obligación de pedir permiso al líder soviético, Nikita Jruschov. “¿Es el mejor?”, inquirió el mandatario; “Pues entonces, dádselo”, replicó, cuando le respondieron afirmativamente.
EE UU, que aún se lamía las heridas de su fracaso en la carrera espacial, enloqueció con el intérprete. A su regreso a Nueva York fue honrado con un desfile, profuso en confeti, que normalmente se reserva a héroes de guerra, jefes de Estado o dioses del deporte, y que no ha recibido ningún otro intérprete de música clásica. El presidente Eisenhower le recibió en la Casa Blanca; la revista Time le llevó a su portada (“El tejano que conquistó Rusia”; Cliburn negaba haber conquistado nada y que, si acaso, eran los rusos quienes le habían conquistado a él) y su grabación del Primer concierto para piano de Chaikovski —a partir de entonces la marca de la casa— se convertiría en el primer LP de música clásica que superó el millón de discos vendidos (terminaría vendiendo dos millones de copias más y durante una década fue el álbum de música clásica de mayor éxito en todo el mundo).
Van Cliburn era hijo de un empleado de la industria petrolífera que se estableció en la localidad tejana de Kilgore cuando el futuro icono cultural tenía seis años. A la temprana edad de tres años empezó a tomar lecciones de piano con su madre, Rilda Bee O’Brian, que a su vez había recibido clases nada menos que de Arthur Friedheim, uno de los discípulos predilectos de Franz Liszt. A los 12 ganó un concurso de nivel estatal, que le permitió debutar con la orquesta sinfónica de Houston; a los 17 ingresó en la afamada escuela Juilliard de Nueva York, donde profundizó con Rosina Lhevinne en el conocimiento de la gran tradición romántica rusa; y a los 20 ya había ganado uno de los premios internacionales más prestigiosos de la época, el Leventritt, que en las tres ediciones previas se había declarado desierto.
Tras su éxito moscovita, vivió una etapa vertiginosa durante los años sesenta y setenta, durante la que realizó innumerables giras, varias de ellas por Rusia, donde era excepcionalmente apreciado. En ese periodo de vorágine llegó a interpretar más de cien conciertos en algunas temporadas. Del rosario de actuaciones y grabaciones sin duda se benefició su cuenta corriente, pero no su desarrollo como artista. Aunque la crítica nunca puso en cuestión el extraordinario carácter de sus interpretaciones de Chaicovski y Rachmaninov (ni de algunas de las grandes obras para piano de Brahms o Schumann), en las que su virtuosismo y dominio técnico no empañaban una sensibilidad apasionada, los intentos de ampliar su repertorio no tuvieron una acogida excesivamente cálida. A partir de mediados de los sesenta se le empezó a reprochar pérdida de frescura y un creciente amaneramiento, y tras tras las muertes de su padre y de su mánager, en 1978 se retiró de la vida pública durante casi una década, a excepción de las raras ocasiones en las que aparecía en conciertos organizados con fines filantrópicos. En los años noventa retornó a las salas de conciertos, con resultados artísticamente desiguales, pero éxitos de audiencia clamorosos.
Pese a sus altibajos musicales y largas ausencias, el fallecido pianista, que tocó para todos los presidentes estadounidenses desde Eisenhower hasta Obama, es un referente perenne de la cultura musical estadounidense.
Babelia
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