Brujas de instituto
Diálogos de calidad, creíble ambiente y minucioso espíritu de pueblo, del que hay que salir
Durante aproximadamente tres cuartos de hora, Hermosas criaturas, largometraje del estadounidense Richard LaGravenese basado en el libro de Kami García y Margaret Stoll, acaricia el título de perfecta película juvenil para estos tiempos de reinado de la fantasía y presidencia emocional de los (aparentemente) perdedores de instituto.
Diálogos de calidad, creíble ambiente colegial, minucioso espíritu de pueblo, de ese del que hay que salir en cuanto se pueda, “aunque sea a la guerra”, por culpa del tedio y el cotilleo; referencias a la actualidad del fanatismo ultrarreligioso de ciertos ámbitos de la América profunda, exquisitos toques literarios (de Matadero 5, del también estadounidense Kurt Vonnegut, a Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, pasando por todo Bukowski), una pizca de fantasía (hay que vender como sea) y hasta un agradecido sentido del humor en el reino de la eterna angustia adolescente: “¿Por qué no tocas el piano para nosotros, sobrina?”; “¡Porque no estamos en una peli de Jane Austen!”.
Y, sin embargo, tras cruzar el Rubicón, la cuesta abajo: la fantasmagoría familiar de baja estofa se adueña del relato y acaba con las esperanzas de que la (pen)última tentativa de saga cinematográfica inspirada en saga literaria de éxito sea más soportable que la media.
A LaGravenese, antaño excelente guionista romántico que escribió Los puentes de Madison —dirigida por Clint Eastwood— y El hombre que susurraba a los caballos, aunque simplemente esforzado director sin talento visual, se le ve fuera del tiesto entre tanto hechizo, y poco ayudado por un equipo de efectos especiales muy pobre para una película de Hollywood, se ve impotente para levantar un relato, una vez más de duración elefantiásica, que aspiraba a la ácida crítica socio-juvenil pero que se despeña por culpa del consabido teatrillo de las hadas, las brujas y las maldiciones.
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