Yuri Herrera: “No tenemos que permitir que los políticos nos expropien la lengua”
El autor mexicano ratifica su prestigio con La transmigración de los cuerpos A su paso por Madrid dio sus claves: “Creo más en la precisión de las palabras que en la originalidad”
No cree en la página en blanco. No cree en el bloqueo del escritor. No cree en la angustia a la hora de escribir. No cree en la experimentación por la experimentación.
¿En qué cree, entonces, Yuri Herrera?
Cree en la concentración, la dedicación y el trabajo constante. Cree en aprender de los errores propios. Cree en la lectura y en la cultura. Cree en la intuición del autor.
Pero, sobre todo, cree en las palabras.
Ellas son su dios. Su reino a conquistar, a rescatar para él y la literatura. Eso es en lo que cree el escritor mexicano Yuri Herrera (Actopan, 1970), en las palabras, en su significado, en la biografía que las moldea y vivifica en las diferentes bocas, en su sonido y en los ecos que llegan hasta sus lectores. Y las suyas para referirse a ellas, en un rincón de una librería madrileña, son meditadas y hacen énfasis en lo esencial de recuperar el patrimonio lingüístico —“debemos asumir ese derecho”—, reclama un autor que cuando empieza a escribir tiene claro algunas de las palabras que formarán parte de su libro.
La transmigración de los cuerpos (Periférica), su última novela, da fe de sus creencias creativas, personales y sociales. En ella laten, cuenta, “Dashiell Hammett, algo de la Divina Comedia, el Éxodo y algunos contemporáneos, en especial Jorge Cuesta, a quien estuve releyendo mientras escribía el libro”.
Yuri Herrera está contento. Apenas se le nota. Es discreto. Tenía confianza en que con su proyecto literario iniciado hace una década ganaría lectores, poco a poco. Es su tercera novela editada en España. Con ella ha aumentado su prestigio inaugurado con Trabajos del reino y ratificado con Señales que precederán al fin del mundo (ambas en Periférica).
He ido descubriendo mis obsesiones y uno saca cosas que tiene dentro y no sabe que tiene allí. Esa es una de las maneras que tiene el arte. No creo que el arte consista solo en sacar emociones; para mí es importante la intuición.
En sus novelas sus protagonistas son formas distintas de la fuerza de la palabra. Tres personajes que con su habla van despejando el mundo, contando el mundo y creándolo, también, a medida que lo verbalizan. Si en Trabajos del reino, el Lobo es un compositor y cantante de corridos (poder y narcotráfico, Arte y poder); y en Señales que precederán al fin del mundo, Makina es una traductora de lenguas que conecta el presente con leyendas y mitos precolombinos, en La transmigración de los cuerpos, el Alfaqueque es un hombre cuyo verbo busca amansar la violencia entre los bandos. La palabra frente a las violencias. Aquí en una ciudad sin nombre cercada por una epidemia que obliga a la gente a recluirse en sus casas.
Herrera acaba de llegar de Lyon, donde fue invitado por la Ecole Normale Supérieure, porque este año han incluido Trabajos del reino en las listas de la Aggregation, un examen para obtener posición docente. Pero antes de que su nombre empezara en 2004 a ir de boca en boca, había escrito una novela que está enterrada, pero no olvidada. “Era muy mala”, reconoce con pudor, “aprendes mucho más de los errores”. Y entre medias algún libro infantil.
Cuando en 2009 publicó Señales que precederán al fin del mundo acogida fue tal que en 2011 quedó finalista del Rómulo Gallegos. “Entonces aprendí que a veces se dedica mucho tiempo al mundillo literario en lugar de dárselo a la literatura”.
Era la época en que le rondaba la idea de su nueva novela y llegaba a México la epidemia de la fiebre porcina. Durante días la capital fue una ciudad fantasma. Pensó que no iba a poder escribir sobre una epidemia, pero luego se dijo: “La epidemia va a ser parte de la historia”. Y siguió adelante, y no con una epidemia cualquiera, con esta novela de resonancias shakesperianas y bíblicas, con aires fabuladores y alegóricos despojados de adornos. “Creo más en la precisión de las palabras que en la originalidad”.
Los medios tienen que aprender a respirar de nuevo, parece que están hiperventilando todo el tiempo. Incluso los temas más urgentes merecen una reflexión, eso implica respeto a los hechos y a la lengua.
Si en la anterior el núcleo era el viaje de Makina, en esta es la atmósfera. “Tenía cierta preocupación por la palabra justa, por la precisión para reconstruir la realidad”.
Una constante en sus libros es lo fronterizo y el viaje. El viaje como rescate, búsqueda del personaje tanto hacia fuera, en su misión, como hacía sí mismo. Se sorprende ante esta idea: “No es casual, pero tampoco programada. He ido descubriendo mis obsesiones y uno saca cosas que tiene dentro y no sabe que tiene allí. Esa es una de las maneras que tiene el arte. No creo que el arte consista solo en sacar emociones; para mí es importante la intuición. Uno escribe siguiendo intuiciones, pero no es suficiente y necesita un continente, y eso es la cultura que todos tenemos, los valores, la ética… La cultura es el continente de la intuición”.
“No solo es importante la evolución física del personaje, sino lo que sucede dentro de él, su epifanía o cambio. Supongo que tiene que ver con que para mí ha sido un aprendizaje salir de mí mismo porque soy tímido, temeroso…”.
Un amante de las palabras crítico con los políticos: “No tenemos que permitir que nos expropien la lengua”. Y preocupado por los medios de comunicación: “Deben dejar de ser rehenes de las tecnologías emergentes. Tienen que aprender a respirar de nuevo, parece que están hiperventilando todo el tiempo. Incluso los temas más urgentes merecen una reflexión, eso implica respeto a los hechos y a la lengua. Si recuperamos la manera de respirar será posible asumir una mejor manera de ver el mundo”.
Babelia
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