Pretérita desobediencia vanguardista
Fascinó a los vanguardistas porque supieron ver en las piezas del pasado lejanísimo esos trazos, esa concepción espacial incluso, que ellos andaban buscando. Esa forma de mirar el mundo y las cosas en el mundo les fascinó casi tanto como las civilizaciones alejadas de la occidental, tal vez porque vieron en ellas —anhelaron sobre todo en ellas— cierto regreso a la infancia de la humanidad donde las formas brotaban de una imaginación pura, sin contaminar. Desde Picasso a Matisse, pasando por el propio Gauguin, cada uno a su modo, buscaron en las civilizaciones extinguidas ese toque mágico y magistral que los situaba frente a frente con aquello que ansiaban encontrar: un modelo que contraviniera lo que Occidente ha presentado durante siglos como el canon,lo que hay que seguir, la perspectiva inventada e impuesta desde el 400 italiano. Ni Egipto, mi Mesopotamia, ni siquiera la Edad Media europea. En algunos aspectos —el pictórico al menos— casi tampoco el mundo clásico. Lo que desde la Edad Moderna se imponía a la mirada era un modo de hacer prefijado que durante siglos ha querido excluir al resto: un mundo mimético donde solo lo semejante era capaz de narrar.
Pero no es así y nunca lo ha sido. O no sólo. Si hoy se acepta que la mirada occidental es una entre infinitas posibilidades, cuando los vanguardistas buscan referentes vuelven la vista también hacia ese mundo que busca formas inesperadas, no sólo “abstractizantes” —como se suele decir—, sino más contundentes en su economía de líneas, la misma que despliega Picasso en las esculturas de los 30 o el propio Henry Moore al esculpir un mundo que perseguía una forma otra de relatar.
Ahí radica la fascinación que seguimos sintiendo hacia esas formas de arte de hace miles y miles de años, en parte porque descubrimos en ellas la desobediencia vanguardista y, en parte, porque admiramos la enorme sofisticación en su búsqueda de intencionalidad espacial, matices de volúmenes, escala y todo aquello que rastrea un artista cuando se enfrenta con la obra de arte. No solo es cierto que las formas abstractas, frente al ilusionismo posterior, estaban ahí desde el tiempo pretérito, sino que la intencionalidad artística —crear objetos y formas al margen de lo utilitario—, debió de estar presente como parte de una forma de hacer que nos acerca a los que de manera inesperada y a poco que decidamos mirar, hacen que nos sintamos más próximos a ellos que al arte producido en la Edad Moderna. Nosotros ahora, como Picasso o Moore entonces.
Babelia
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