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EL LIBRO DE LA SEMANA

Catálogo razonado de revueltas irracionales

'Revoluciones' se basta y se sobra para justificar el prestigio del premio Nobel Le Clézio. El libro, publicado en Francia en 2003, es una de las obras imprescindibles de este autor poliédrico que busca alcanzar el arte con la escritura

Imagen en la ciudad de Argel, en 1961, durante la guerra de independencia del país.
Imagen en la ciudad de Argel, en 1961, durante la guerra de independencia del país. AFP

Si convenimos en que lleva razón Michel Tournier en El espejo de las ideas cuando asegura que, a diferencia del hombre de talento, “que corre el riesgo de actuar al dictado de la masa”, el hombre de genio “crea sin preocuparse del público, casi siempre nada a contracorriente y sus obras se impondrán por su autoridad, pero no por su seducción”, entonces no hay asomo de duda de que Le Clézio (Niza, 1940) es un hombre de genio, llevado en volandas por el soberano dictado de sus fantasmas interiores, incitados por irresolutos conflictos de identidad y de memoria, hasta alcanzar el amparo de la escritura cualesquiera que sean sus formas, única triaca eficiente para el veneno del desasosiego íntimo. Muy pocos entendieron que le concedieran el Nobel en 2008 en detrimento de autores que mejor han sabido seducir a públicos mayoritarios o de más protagonismo mediático, como el propio Tournier o como algunos de sus compañeros de generación, Patrick Modiano, Jean Echenoz, Philippe Sollers o Daniel Pennac. Tal vez el galardón premiaba su temprana e imprudente rebeldía escribiendo con apenas veintitrés años El atestado (1963), su inextricable opera prima en forma de homenaje al experimentalismo del nouveau roman, que le valió el reconocimiento de Michel Foucault y de la que vino a renegar más tarde acusándola de arrogante neovanguardia, o quizás recompensaba su invariable audacia cambiando de estéticas, géneros y tendencias. Al fin y al cabo Le Clézio domina las formas narrativas hasta el virtuosismo, y las combina ad libitum, sin atender a rutinas o estilos convencionales, con el único objetivo de que su escritura alivie su congoja.

Autobiografía en clave, espacio para una reflexión introspectiva extraviada en la encrucijada de lo racional y lo emocional

En su ensayo esencial El éxtasis material (1967) escribió: “Para mí sólo cuenta una cosa: el acto de escribir. Las estructuras de los géneros son débiles. Es evidente que los géneros literarios existen, pero no tienen ninguna importancia. No es queriendo hacer una novela que se hace arte. Haciendo una escritura sin otra mira que ser uno mismo, se alcanza el arte”, y lo cierto es que Revoluciones, uno de sus libros imprescindibles, publicado por Gallimard en 2003 y ahora por fin traducido, encarna mejor que ningún otro la poliédrica personalidad literaria de Le Clézio. Autobiografía en clave, espacio para una reflexión introspectiva extraviada en la encrucijada de lo racional y lo emocional, y una prosa lírica impresionante, que lo emparentan con Michel de Leiris y Gracq, el dominio del ars combinatoria que heredó de Perec y el Oulipo, el diario personal o el relato de viajes que rescata para el lector culturas exóticas desde una óptica que se pretende poscolonial, un terreno al que contribuyó con Desierto (1980), Onitscha o El africano (2004), otra obra maestra en la que también combaten la identidad, el origen, la memoria afectiva proustiana, las leyendas míticas de tradición oral y la fotografía mental, compartida con el lector mediante descripciones sumamente intensas que requieren del narrador aplicarse en cuerpo y alma a la solemnidad de la sintaxis más escrupulosa y al lujo de la palabra, presentes una y otro en Revoluciones: “Que la cabeza cortada de Teteo Innan, la diosa de la boca negra, tenía todavía, a pesar del escarnio y la fuerza del dinero, el poder de hacer bailar los relámpagos por encima de la ciudad más abandonada del mundo”.

Saga de altos vuelos y tiempo cíclico, historia de la educación sentimental de su alter ego Jean Marro, catálogo razonado de revoluciones irracionales —con el motto homo homini lupus grabado al fuego en su cubierta— y, seguramente por encima de todo, una metáfora del hastío en forma de diatriba novelesca contra los menoscabos de la civilización occidental, Revoluciones es una muestra insustituible de la perturbadora capacidad narrativa de Le Clézio, que aquí recorre el mundo para confeccionar una suerte de autorretrato caleidoscópico, de la Francia de la Revolución a la isla Mauricio, de la Argelia secesionista a Londres, París y México DF hermanados por las revoluciones callejeras teñidas de ideas y represión, del XVIII al XX, la vuelta al día en ochenta mundos: “Si escribir sirve para algo”, anota en El éxtasis material, “debe ser para testimoniar. Para dejar inscritos sus recuerdos, para depositar suavemente su racimo de huevos que fermentarán . ¿Soy yo? ¿Finalmente hice entrar al mundo en un orden? ¿Pude contenerlo en un único pequeño cuadrado de materia blanca?”. No son otras las preguntas que podría haberse formulado el autor tras la escritura de Revoluciones. No es él, pero se le parece mucho, ni siquiera Balzac pudo hacer entrar al mundo en un orden, pero sí, sí ha podido contenerlo, desordenado y heterogéneo, en varias páginas, como pueden contenerlo todas las novelas verdaderamente grandes.

A la sombra de Balzac elevado a la enésima potencia, tejida con hilo de distintas texturas y bañada en la embarazosa nostalgia del recuerdo tal vez inventado de uno mismo, Revoluciones se basta y se sobra para justificar el prestigio del camusiano Le Clézio, el extranjero insatisfecho, el trasterrado metafísico “que comprendió que hiciera lo que hiciese sus raíces estarían en otro lugar”, en un lugar que no figura en los mapas porque se llama escritura.

 Revoluciones. Jean-Marie Gustave Le Clézio. Traducción de Juana Bignozzi. Adriana Hidalgo. Buenos Aires, 2012. 604 páginas. 23 euros

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