Historia de todos
Dos libros tratan de elucidar una verdadera historia mundial a través de un espacio de tiempo de más de quinientos años
Para un mundo globalizado, historias globales. Los dos libros que acaban de aparecer en el mercado español tienen en común el ambicioso planteamiento de tratar de elucidar una verdadera historia mundial a través de un espacio de tiempo de más de quinientos años. Es efectivamente a partir del siglo XV cuando aparece una verdadera historia universal, gracias a la conexión establecida por los pueblos ibéricos (Portugal y España) con ámbitos lejanos y casi ignorados (África y Asia Oriental) o incluso completamente desconocidos (América), que son insertados en una unidad superior mediante un sistema de intercambios (humanos, comerciales, culturales) o mediante una acción imperialista (conquista militar y sometimiento político).
A partir de aquí, las obras divergen en sus propósitos. John Darwin, un historiador profesional vinculado a la Universidad de Oxford, arranca del actual mundo globalizado, que define a partir de media docena de rasgos esenciales: mercado único de productos y de capitales, interacción entre Estados a veces muy separados geográficamente hablando, conexión a través de medios de comunicación de alcance planetario, existencia de continuos movimientos migratorios y diásporas (voluntarias y forzosas), aparición tras el colapso de la Unión Soviética de una sola “hiperpotencia” a escala mundial (los Estados Unidos de América) y emergencia de otras potencias como la India y, sobre todo, China.
Su objetivo confesado es el de “explicar por qué Europa dominó el mundo desde el siglo XV hasta el siglo XX, de qué forma ejerció su poder
En cualquier caso, si pasamos a estudiar los pasos que han conducido a esta situación, vemos que el proceso no admite la única explicación lineal de la clásica historia de la expansión europea, prolongada para los siglos XIX y XX por la historia de la expansión occidental (que incluye no sólo a los Estados Unidos, sino también a Japón), sino que hoy debe recurrirse a una historia global, que multiplique los puntos de vista sabiendo que los intercambios e influencias fueron de doble dirección, y a una historia sustantiva (y no exclusivamente mediatizada por los europeos o los occidentales) de todos los países implicados en ese devenir común.
Sin embargo, pese a la obligación de estudiar esta historia propia de los mundos extraeuropeos, incluyendo sus indudables aportaciones y transferencias a Europa y sus respuestas y resistencias en muchos casos, el imperialismo del Viejo Mundo fue ganando la partida a lo largo de la Edad Moderna, suscitando una enemiga a semejante proceso que no fue patrimonio exclusivo de los colonizados sino que se dio también entre los colonizadores, suscitando una literatura antiimperialista cuyos ecos siguen llegando hasta nuestros días. John Darwin explica esta pervivencia por el carácter depredador del imperialismo de los tiempos modernos: los europeos expropiaron las tierras a favor de la economía de plantación y de la explotación de las minas, al tiempo que desplazaban a los pueblos nativos o, aún peor, transportaban a América a millones de africanos a los que esclavizaban sin escrúpulos. Es más, cuando, sobre todo en el siglo XIX, los métodos tradicionales dejaron de ser efectivos entre determinados pueblos, se utilizaron recursos más expeditivos: la exclusión, la expulsión o (simplemente) la liquidación. En este sentido, el autor trae a cuento una reflexión hecha en 1835 por un pensador nada sospechoso de radicalismo, el conservador Alexis de Tocqueville: “¿No se puede decir, al ver lo que pasa en el mundo, que el europeo es a los hombres de otras razas, lo que el hombre mismo es a los animales? Los ha hecho servir para su provecho, y cuando ya no puede someterlos los destruye”.
Hoy día, prosigue John Darwin, la gran encarnación del imperialismo mundial son los Estados Unidos, como demuestra a través de un número considerable de páginas (más o menos, 507-524). Un imperialismo que no encuentra contrapeso suficiente ni en Japón, ni en Europa, ni siquiera en China. Cabe pensar, en cualquier caso, que los Estados imperialistas rara vez han soportado la hegemonía de uno solo de entre ellos, siempre ha planeado sobre este sistema la “sombra de Tamerlán”: la “oposición de Eurasia a un sistema uniforme, a un solo gran gobernante o a un único conjunto de reglas”. Como apostilla, habría que decir que el autor cierra su obra (la edición original inglesa) en el año 2007, una fecha clave, la víspera de una gran convulsión mundial, donde las grandes corporaciones industriales, mercantiles y financieras, los volátiles flujos de capital, los poderes económicos sin control democrático, parecen haber iniciado una nueva etapa, nada halagüeña, sino antes al contrario, extremadamente peligrosa, de esta historia global, que ahora cobra un sentido cada vez más abiertamente negativo para la población mundial.
John Darwin explica esta pervivencia por el carácter depredador del imperialismo de los tiempos modernos
El también excelente libro de Julio Crespo, autor con una biografía más compleja que el anterior, pero igualmente doctor en Historia y profesor universitario, toma como punto de partida la historia de la expansión europea, ya que su objetivo confesado es el de “explicar por qué Europa dominó el mundo desde el siglo XV hasta el siglo XX, de qué forma ejerció su poder, cómo y por qué lo fue perdiendo, y por último cuáles son las consecuencias de esta era de hegemonía del viejo continente”. Así, el auge de Europa ocupa la primera parte de la obra, mientras la segunda se dedica al declive del Viejo Mundo. Su valoración de la etapa ascendente del imperialismo europeo tiene en cuenta sus costos para otros pueblos: el sometimiento de las poblaciones, las matanzas indiscriminadas (incluso el genocidio), el racismo y la esclavitud. Este pesado déficit en las cuentas puede equilibrarse con las contribuciones positivas: la democracia, el Estado-nación, el capitalismo (“la economía de mercado”) y los avances científicos y tecnológicos, entre los cuales destacan sobre todo los avances en la agricultura (con la limitación de las hambrunas) y en la medicina (con el retroceso de la muerte y la elevación de la esperanza de vida).
La segunda parte acaba con una reflexión tomada de Jeremy Rifkin: “El sueño europeo consistía en la realización personal no exclusivamente mediante la acumulación de riqueza como en el sueño americano, sino a través de factores como la relación con los demás, el desarrollo cultural, la contribución al desarrollo sostenible de la sociedad y el respeto a los derechos humanos. Una diferencia muy notable entre el sueño americano y el europeo es que en los Estados Unidos los ciudadanos que no alcanzaban sus objetivos solían verse castigados con la pobreza y la marginación, mientras que en Europa el Estado de bienestar permitía que la adversidad en el ámbito laboral y económico no implicara caer en la indigencia”. Desde que el pensador estadounidense escribiese estas líneas Europa parece haber renunciado a su sueño. Y, en algunos países, como España, ese sueño, arruinado por la insensibilidad de sus políticos, especialmente durante este último año, ya ha empezado a convertirse en una verdadera pesadilla.
El sueño del imperio. Auge y caída de las potencias globales, 1400-2000. John Darwin. Traducción de Antón y Federico Corriente. Taurus. Madrid, 2012. 620 páginas. 23 euros. Imperios. Auge y declive de Europa en el mundo 1492-2012. Julio Crespo MacLennan. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2012. 518 páginas. 23 euros.
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