Nakamura Kanzaburô, maestro del kabuki moderno
El artista japonés difundió en Occidente el teatro japonés y lo adaptó al siglo XXI
"Pasión y energía para crear nuevas obras y mejorar nuestro trabajo. Eso es lo que quiero hacer con el kabuki”. Así era el afán de perfeccionamiento de Nakamura Kanzaburô, un hombre tenaz y optimista cuya energía se cortó súbitamente el 4 de diciembre en un hospital de Tokio, a los 57 años, tras sufrir una insuficiencia respiratoria aguda. En junio pasado él mismo había anunciado que sufría cáncer de esófago. Fue operado en verano con éxito, pero una neumonía invernal ha truncado una carrera centrada en revitalizar las tradiciones teatrales niponas sin perder la esencia original y aportando toques estéticos y argumentales del siglo XXI. Llegó a colaborar con compositores actuales, como la cantante de rock Ringo Shiina, quien compuso en 2007 la música para la obra Sannin Kichisa, donde las referencias originales del kabuki adquirían un ritmo cañero, un cierto aroma punk.
La audiencia de Namakura Kanzaburô traspasaba generaciones y su empeño era captar público joven y contribuir a las manifestaciones del cool Japan, la frescura conceptual, imaginativa y transgresora de la cultura japonesa contemporánea. Tanto en Asakusa como Shibuya, barrio tradicional uno y barrio hipermoderno otro, el actor y su compañía llenaban en cada espectáculo. Y su presencia en series y anuncios de televisión en Japón era frecuente. “Nuestro objetivo es entretener. Lo que nosotros hacemos para vivir ayuda a las vidas de los demás”, declaró Kanzaburô en una de sus últimas entrevistas.
Kanzaburô era una estrella del kabuki, la 18ª generación de una familia de artistas, una dinastía que, como él hizo a los cuatro años —cuando salió por primera vez al escenario—, continuará con sus hijos. La dinastía Nakamura, de actores y empresarios teatrales, cuyo emblema es la hoja del resistente pero sutil ginkgo, continuará con los hijos de Kanzaburô, Shichinosuke II y Nakamura Kankuro VI. Kanzaburô fue Kankuro V antes de recibir su nombre artístico definitivo en 2005, en un shumei, ceremonia al uso de un país tan ritual como el suyo y en el que los clanes artísticos o profesionales llevan su nombre como una joya a lo largo de los años y los siglos.
Con el nombre de Heisei Nakamura-za, el actor formó una compañía de 100 hombres. Pero todos versátiles en el arte de la interpretación, al igual que el actor principal, que lo mismo encarnaba de forma excepcional y creíble papeles masculinos (tachiyaku) o femeninos (onnagata). La energía y el humor eran los toques maestros que el líder insuflaba al repertorio, que revisaba obras clásicas desde el siglo XVII.
Con su troupe, en 2004 Nakamura Kanzaburô salió de Japón para mostrar su arte en distintas ciudades de Estados Unidos: Boston, Washington y Nueva York. El Lincoln Center adaptó su escenario para convertirlo en un teatro de 545 asientos como en la era de Edo (nombre antiguo de la capital de Japón). El éxito fue tal que la compañía fue reclamada para regresar. Lo hizo en 2007, y de nuevo Kanzaburô desplegó sus impactantes y sarcásticas poses. En una escena, localizada en un cementerio, llegó a jugar minigolf con una calavera, recuerda The New York Times, que destacaba en la crítica el aire de cómico moderno de Kanzaburô. También causó sensación en Berlín, durante su gira europea de 2008.
Uno de sus montajes más audaces fue Hokaibo, una comedia donde interpretaba a un monje lascivo y ladronzuelo que perseguía a la hija de un tendero. Pero Kanzaburô, sensible siempre, recordaba entre sus mejores momentos escénicos cuando interpretaba con sus hijos Renjishi, obra en la que el padre león enseña a sus cachorros los rigores de la vida: “Me emociona revivir cuando yo empecé en el kabuki con mi padre”.
Babelia
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