El cómic psicoanaliza a la familia Joyce
Los claroscuros que rodearon al autor de ‘Ulises’ y su entorno inspiran varias novelas gráficas


Suponemos que Joyce despreciaría a los tebeos. También desdeñó a Yeats. “Nos hemos conocido demasiado tarde: es usted demasiado viejo para ser influido por mí”, le espetó. Al irlandés le sobraban talento y soberbia. Punto de partida y tal vez punto final de una historia de la literatura. Además, bebedor, asiduo de prostíbulos, amante de Dublín aunque enemigo de patrias, sableador profesional de amigos y desconocidos. Dentro del gran creador habitaba un rotundo personaje.
El cómic sí le admira a él y ha sucumbido ante la intensidad biográfica del autor de Ulises y su familia. Además de las dos obras firmadas por Alfonso Zapico, Dublinés y La ruta Joyce, que este mes reedita Astiberri, se ha traducido al español La niña de sus ojos (La Cúpula), del matrimonio Mary M. Talbot y Bryan Talbot, vibrante y cruda novela gráfica que ha merecido los elogios de Joe Sacco y que indaga en el desplome psicológico de Lucia Joyce, la hija del escritor.
Consciente o no, Joyce tejió a su alrededor un universo de seres singulares. O que tal vez se singularizaron al entrar en contacto con él. Algunos rasgos de Nora Barnacle, de la que se ha dicho de todo (que era analfabeta, que desconocía la obra de su marido, que no estaba a la altura del semidiós), superarían a la fictica Molly Bloom del Ulises. Ya viuda, le preguntaron su opinión sobre el escritor francés André Gide. Y dijo: “Indudablemente cuando has estado casada con el más grande escritor del mundo, no recuerdas a todos los hombrecillos”.

El padre del genio, los hijos del genio, la pareja del genio... la biografía que ha merecido el Premio Nacional del Cómic, Dublinés, de Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981), reconstruye esa atmósfera errática de la familia, una existencia que oscilaba entre la anorexia económica y la bulimia derrochadora, las patadas a ciertas convenciones (James y Nora se casaron cuando estaban a punto de ser abuelos) y los secuestros por prejuicios machistas. El ensimismamiento. En aquel mundo cabían apenas dos.
A Mary M. Talbot, una investigadora británica que ha publicado libros sobre lenguaje, género y poder, le fascinó una figura secundaria: Lucia Joyce, la hija relegada, la niña de papá sin derecho a vida propia, la estrella fugaz que se esfumó en un universo de manicomios y residencias siniestras (pasó en ellas 40 años). En cierto modo (aunque sin su final) un alma gemela de Mary M. Talbot, hija de James S. Atherton, escritor irlandés que amó y estudió tanto a Joyce que redactó su reseña para la Enciclopedia Británica. Atherton fue un padre en permanente erupción, hosco, irritable y que sustituyó los gritos por el sarcasmo cuando su hija creció.
Aunque su progenitor se cayó del pedestal “estando muy vivo”, Mary M. Talbot se ha pasado la vida mirándose en el espejo de otras hijas doloridas, como Lucia Joyce o Sylvia Plath, a la que cita en su primera novela gráfica: “Mucho después, cuando leía la poesía de Sylvia Plath, pude identificarme con una parte de ella. Plath presentó en la radio su poema Papaíto [Papaíto: he tenido que matarte / Te moriste antes de que me diera tiempo…] poco antes de suicidarse”.
En La niña de sus ojos, Mary y el dibujante Bryan Talbot recrean la historia de la autora y, en paralelo, la biografía de Lucia Joyce, prometedora coreógrafa, intérprete... A los 21 años era una estrella en ascenso. “Puede que para cuando desarrolle todo su talento para la danza rítmica James Joyce acabe siendo conocido por ser el padre de su hija”, escribía la prensa francesa.

En lo concerniente a su hija, James y Nora salen peor parados de la indagación de Talbot que de la de Zapico. La británica les achaca en parte el desequilibrio de su hija, cuyo talento es arrinconado y menospreciado en beneficio de la comodidad de su ilustre papá. Zapico libera a los padres de responsabilidad en la caída en el abismo esquizoide de Lucia, a la que dibuja como una mujer inestable que se derrumba tras un contratiempo amoroso con Samuel Beckett, por entonces secretario y discípulo de James Joyce.
Lucia, que se había montado una vida profesional en París, es obligada a mudarse a Londres contra su voluntad en 1931. En La niña de sus ojos se recrea una sobrecogedora conversación entre Nora, Lucía y James. Mientras esperan en Calais el barco que les alejará de Francia, Lucia se queja de que le truncan su carrera.
—Deja esas tonterías para él. ¿Tú te crees que me importa un comino lo que hace él? ¡Por los clavos de Cristo! ¡Si no tenemos un hogar y tu hija es una neurótica es por culpa de esas idioteces que escribes! —espeta la madre.
—Nora, por favor... —suplica el escritor.
—¡Nos has dado una vida insoportable! —continúa Nora.
—Lucia, querida, no necesitas preocuparte por tu carrera. Como bien sabe tu madre, lo único que importa es que sepas entrar en una habitación de la forma adecuada.
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