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OBITUARIO

Olga Ferri, una bailarina suave como un sauce

Fue 'prima ballerina' y directora del Ballet del Teatro Colón de Buenos Aires

Olga Ethel Ferri, en el Café de París de Montecarlo en 1963.
Olga Ethel Ferri, en el Café de París de Montecarlo en 1963.Cordon Press

Olga Ethel Ferri de Lommi, la más internacional y reputada de las grandes artistas del ballet argentino, murió el pasado día 15 mientras dormía en su casa de Buenos Aires. Había nacido el 20 de septiembre de 1928 en esa misma ciudad y triunfó en importantes escenarios internacionales a lo largo de su dilatada carrera profesional, especialmente en Londres, París, Berlín, Estocolmo y Montecarlo. Iba a cumplir 84 años y se mantuvo en activo siempre al frente de su prestigiosa escuela de formación, que había fundado en 1971 junto a su marido, el también bailarín Enrique Lommi.

Ferri, también notable coreógrafa, bailó hasta los 49 años en plenitud técnica y se despidió de las tablas con una memorable función de Coppélia (en la versión de Jack Carter) que se recuerda en los anales del ballet argentino. Ya era primera bailarina a los 18 años, aunque comenzó a salir a escena a los 15, y desde los 21 se la empareja con las grandes.

Olga Ferri estudió ballet con Esmée Bulnes en la Escuela del Colón y perfeccionó su entrenamiento en París con Victor Gsovsky y Nicholas Zvereff; también en Norteamérica recibió enseñanzas de Héctor Zaraspe y Alexander Minz. Era delicada en escena, pero de técnica depurada y firme.

En 1958, la cubana Alicia Alonso la eligió para hacer Giselle, convirtiéndola en la primera bailarina argentina que la interpretó en su versión coreográfica, ligada al original de la tradición franco-rusa. Ferri es la figura más destacada de un grupo de estrellas del ballet argentino entre las que se contaban Esmeralda Agoglia, María Ruanova, Violeta Janeiro y Norma Fontela, todas primeras bailarinas del teatro Colón, institución que dirigió dos veces, la última en 2008.

La cubana Alicia Alonso la eligió para hacer  su versión de 'Giselle'

Apareció ya en 1959 como artista invitada de Les Ballets de l’Étoile en París, dirigida por Miroslav Miskovich, y ese mismo año debutó con los ballets de las Óperas de Berlín y Múnich. Su presencia europea fue continua; tras actuar con el Real Ballet Sueco se integró en varias ocasiones a la plantilla del London Festival Ballet, primero desde 1960 hasta 1963 y después en 1966. Su repertorio incluía todos los clásicos, especialmente Giselle y El lago de los cisnes. En 1962 fue la estrella principal de La vida de Fanny Elssler, ballet producido por la televisión belga y dirigido por Jack Carter, que la convirtió en su bailarina talismán.

Pero fue en 1971 cuando sucedió un hecho que cambiaría su trayectoria: Rudolf Nureyev la seleccionó para el estreno de su versión de Cascanueces en el teatro Colón de Buenos Aires. Después de ese debut de la nueva pareja escénica volvieron a bailar juntos en giras por toda Argentina y Brasil con un repertorio que incluía Las sílfides, Apolo y La bella durmiente. Ferri debutó en EE UU en 1973 con el Ballet Nacional de Washington y fue artista invitada del Eglevsky Ballet. Tras esa intensa carrera internacional volvió como prima ballerina al Colón de Buenos Aires, donde protagonizó Romeo y Julieta junto a José Neglia y estrenó La Cenicienta de George Skibine; también una nueva versión de La bella durmiente ideada por Carter, del que además bailó en París Señor de Mañara. En la Ópera de Montecarlo estrenó el Peer Gynt de Vaslav Orlikowski y El idiota de Tatiana Gsosvky en Berlín.

Fue la primera argentina en bailar la versión de La Sylphide de Pierre Lacotte, y desde 1980 asesoró a la Fundación Argentina para el Ballet Clásico. La crítica internacional siempre la valoró como una soberbia Giselle, entre las mejores de su generación, y así la calificó el estudioso Ángel Fumagalli en su ensayo Formación y análisis de una bailarina argentina (1967). “Me pagaban 2,50 pesos por ensayo y 5 por función”, dijo años más tarde recordando sus inicios; “mucho dinero para mí”.

Olga Ferri era “la muchacha suave como un sauce”, en palabras del norteamericano John Taras.

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