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CRÍTICA | ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Excepción cultural

"A uno le hubiera gustado poner peros a este desembarco de Bayreuth en Barcelona, al coste de 1,3 millones de euros..."

Corazón partío, como Alejandro Sanz. A uno le hubiera gustado poner peros a este desembarco de Bayreuth en Barcelona, al coste de 1,3 millones de euros, cuando la crisis está pegando dentelladas sangrantes al presupuesto liceísta corriente. Entradas de platea a 280 euros –también las había a 28, es cierto, todas vendidas- para tres óperas en versión de concierto… Sin olvidar la cuesta de final de verano y el IVA, que equipara la ópera a mero entretenimiento (si es así, ¿por qué subvencionarla tan profusamente?). Pobre Wagner, pobres de nosotros.

El holandés errante

De Richard Wagner. Intérpretes: Franz-Josef Selig, Ricarda Merbeth, Michael König, Christa Mayer, Benjamin Bruns, Samuel Youn. Orquesta y Coro del Festival de Bayreuth. Dirección del coro: Eberhard Friedrich. Dirección musical: Sabastian Weigle. Barcelona, Teatro del Liceo, 1 de septiembre.

2012 no es 1955, cuando el festival wagneriano visitó en peso la capital catalana. Hoy la facilidad de comunicaciones físicas y virtuales y el mercado globalizado de cantantes, que impone repartos muy homogéneos en todos los teatros líricos, han dado al traste con la autarquía que convirtió aquel desplazamiento en una auténtica excepción cultural, un acontecimiento cívico que desde luego no ha vuelto a repetirse ahora. En cuanto a lo de Barcelona, ciudad wagneriana que en 1913 estrenó el Parsifal antes que ninguna otra plaza en el mundo, ¿quién se acuerda hoy, salvo las notas de prensa? ¿Dónde está aquella burguesía culta que pagó el modernismo de su bolsillo? Desde luego, no en los palcos del Liceo. ¿En la tribuna del Camp Nou, tal vez? Ni siquiera. Aquella antigua solidez se ha diluido como un azucarillo entre la prima de riesgo y los barracones de las antiguas industrias llenos de chinos hacendosos.

Y sin embargo, a la vista de los resultados, uno se resiste a minusvalorar esta operación. Resultados excepcionales, ni que decir tiene: teatro en pie como hacía tiempo que no se veía, 15 minutos de encendidos aplausos y bravos que hubieran sido muchos más si la disciplina germánica no hubiera llevado al primer violín a invitar al resto de músicos a abandonar la escena. Desde luego, la excelencia se le supone al Festival de Bayreuth: un mes de ensayos para un mes de actuaciones, un repertorio compacto a cargo de una orquesta y un coro seleccionados entre los más destacados conjuntos alemanes, los mejores solistas al alcance del talonario. Si así no funcionan las cosas, apaga y vámonos. El límite en la verde colina suele llegar del lado de las puestas en escena, tan discutibles allí como en cualquier otra parte. Pero eso el Liceo se lo ha ahorrado.

Estaba cantado pues –nunca mejor dicho- que desde el punto de vista artístico este Holandés iba a ser un éxito. Pero lo que además lo convierte en excepción cultural en el Liceo es el conjunto y la enseñanza que esto nos lega. Por supuesto, Ricarda Merbeth (Senta), Samuel Youn (Holandés) y Franz-Josef Selig (Daland) iban a abordar sus respectivos personajes con la competencia que se les suponía. Lo que ya no resulta tan habitual es la excelencia en los segundos papeles: el timonel de Benjamin Bruns y el Erik de Michael König dejaron sendas lecciones contundentes de lied alemán.

Pero donde esta representación -y previsiblemente las que la seguirán- alcanzó un vuelo excepcional fue en la orquesta y el coro. El nivel de detalle al que es posible trabajar con ambos conjuntos resulta del todo infrecuente. El resultado es la transparencia absoluta, el ensamblaje prístino del componente popular con la vertiente heróica de la obra, la superposición de los motivos con una naturalidad y una claridad expositiva que convierten esta fábula de marinos noruegos en un cuento universal al alcance de todas las sensibilidades. Sebastian Weigle estuvo inconmensurable en ese cometido.

Y así es como esta apertura de las conmemoraciones por el bicentenario del nacimiento de Wagner se ha convertido en un tanto a favor para el Liceo. A pesar de la crisis. O tal vez gracias a ella: en momentos de depresión colectiva acontecimientos como este Holandés infunden nueva fe en la cultura. Naturalmente, no estuvo allí el ministro del ramo para celebrarlo.Tampoco el presidente de la Generalitat, ni el alcalde de Barcelona. A la cuenta, no están para entretenimientos.

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