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UNIVERSOS PARALELOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El villano regenerado

Diego A. Manrique

Es una de las grandes especialidades de los medios británicos: la criminalización de los famosos más revoltosos, especialmente si tienen origen lumpen, con la opción de beatificación posterior. Los periódicos y televisiones están preparados para testificar que el canalla, convenientemente redimido, ha adquirido la condición de ejemplo moral. Piensen en Vinnie Jones, jugador odioso por su violencia, finalmente aceptado como intérprete de maloscinematográficos. O John Lydon, alías Rotten, que en los tiempos de los Sex Pistols se jugaba la vida si salía a la calle. Reducido a cascarrabias, ahora aparece en documentales y protagoniza anuncios de mantequilla Country Life.

Durante el llamado Segundo Verano del Amor, Shaun Ryder puso cara a la ola de hedonismo generacional; aunque los Happy Mondays no tocaran precisamente acid house, se le atribuyó el papel de flautista de Hamelín, repartiendo pastillas de éxtasis entre la juventud británica. Una ofensa para Ryder: él y sus amigos no regalaban nada; en todo caso, vendían. Drogas pero también entradas para sus conciertos, pases de backstage, grabaciones piratas. Si eran tan populares como para atraer a reventas, parecían pensar, mejor nos aprovechamos nosotros mismos.

El de Shaun Ryder fue un tren que descarriló, repetidas veces y espectacularmente, primero con los Happy Mondays y luego con Black Grape. Protagonizaron aventuras truculentas: armas, drogas duras, violencia, sexo, accidentes, derroches. Según la leyenda, llevaron a la bancarrota a su primera discográfica, Factory Records, como se contó en la película 24 hour party people (una canción suya, por cierto). Para los medios, el resultado de la aberración social que suponía derramar dinero sobre unos vagos de Manchester, más delincuentes que artistas.

Vagos pero espabilados. Shaun Ryder ha publicado su autobiografía, Twisting my melon (y ni siquiera fue el primero: su compañero Bez, bailarín en ambos grupos, publicó su Freaky dancin' diez años antes). No vamos a escamotearle méritos: Ryder confiesa que dejó de ser un analfabeto funcional cuando, cerca del estrellato, entendió que sus carencias educativas le dejaban en inferioridad de condiciones.

Ryder fue lo bastante listo para deducir que era mejor aliarse con los tabloides de Murdoch que con la prensa musical. Los papeles musicales te elevan y luego te derriban: el NME grabó a Shaun y Bez soltando frases que podían interpretarse como homófobas. Por el contrario, los diarios populares aceptaban el toma y daca. Así, Ryder evitó que se publicaran unas fotos donde alguien que usaba su nombre hacía cola para el subsidio de desempleo.

Un desenlace demasiado perfecto: estos bárbaros se fundieron todos los millones que ganaron y ahora cobran como parados. Les ocurrió a parte del grupo, pero no a Ryder, que nunca cayó a la categoría de juguete roto: supo reinventarse como monstruo afable, apto para participar en realities. Es un personaje, Showbiz Shaun, que le permite vivir cómodamente hasta la siguiente gira de los Happy Mondays.

Twisting my melon es pura picaresca. Dado que Ryder, por sus antecedentes delictivos, tenía dificultades a la hora de conseguir visado para entrar en Estados Unidos, convocaron a la prensa estadounidense en Cuba para hacer la promoción de It's great when you're straight…yeah, el estreno de Black Grape. Ryder no recuerda mucho más e incluso le mortifica que hubiera podido encontrarse con Fidel Castro sin llegar a enterarse.

Tiene mejor memoria para sus aventuras por España, donde sufre quemaduras del sol y mordidas de la policía. Resumiendo, Twisting my melon es una crónica de supervivencia y predestinación. Hablando de su compinche Bez, ratifica que “no puede tocar ningún instrumento y ni siquiera escribir letras, pero ciertamente es rock 'n' roll. Bez y yo éramos rock 'n' roll. Desde siempre. Antes de estar en una banda. Antes de tener dinero”. Ese es el secreto de los rockeros británicos: la seguridad en si mismos, la capacidad para inventarse un papel, la preponderancia de la fantasía sobre el mero aprendizaje musical.

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